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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Bildu y La Manada

5 de marzo de 2024

La propaganda que sufrimos es, como se dice ahora, omnicanal y entre todas sus manifestaciones no se queda atrás el documentalismo. Se están realizando unos documentales de un sectarismo insuperable que añaden al partidismo y la falta de lógica la cursilería estilística propia del momento.

Tratándose de Netflix, de La Manada, y siendo el estreno días antes del fatídico 8-M (fatídico en términos covidianos y civilizatorios), no se podía esperar otra cosa que algo espeluznante, como así ha resultado, sin ocasión alguna para defraudarnos, el documental No estás sola: La Lucha contra La Manada.

Como ese juicio fue atroz y su tratamiento mediático y político una pura barbarie, no se podía esperar, ni esperábamos (¡escribo ya como Ónega!) otra cosa que la propaganda de entonces deformada por la distancia.

De la mentira de medios y partidos esos días, o de la trascendencia del caso para lo legislativo que vendría después —en absoluto un mero capricho personal de Irene Montero— se ha hablado mucho, pero hay algo distinto, en apariencia menor, muy revelador en el documental.

Detalla algo curioso. Cuando la policía municipal encuentra a la víctima, inicia, en horas posteriores, la búsqueda de los acusados por las calles de Pamplona: cinco hombres andaluces, morenos, con tatuajes… Como iban de sanfermineros, así ataviados, buscaban identificarlos por los rasgos, las voces, el acento…

Así que tiene cierta ironía que la policía de una ciudad en la que entonces mandaba Bildu estuviera buscando por las calles andaluces disfrazados de locales, siendo uno de ellos militar y el otro Guardia Civil.

El documental da voz y un lugar importante en el relato al entonces alcalde de Pamplona, Joseba Asiron, de Bildu, y al abogado municipal, Víctor Sarasa, que cuenta cómo su jefe le pide que recurra la sentencia. Para Asiron, feminista de aluvión, considerarlo «abuso con prevalimiento» era intolerable, tenía que ser agresión (había que tratar lo que no se valió de violencia como si fuera violencia, mientras se ‘desviolentizaba’ el universo etarra).   

La víctima de La Manada fue, en las primera horas, municipalizada por un ayuntamiento de Bildu. Aun no había hablado la víctima con su madre y ya era noticia nacional. El alcalde, que impulsa la acusación popular, se nos presenta como un gran feminista, empeñado especialmente en erradicar el sexismo de los sanfermines. La víctima, «Lucía», a la que pone voz (y qué voz) la actriz Natalia de Molina (fusión perfecta de feminismo y cinespañol) le hace un agradecimiento personal en su carta final.

La Manada no solo tuvo una extraordinaria importancia para lo sexual-feminista, también en el minué que la izquierda y el Sistema entero bailaba ya con Bildu, es decir, los que como mínimo heredan políticamente a ETA. La antesala del pacto sanchista está en ese entendimiento ya previo entre el mundo políticamente etarra y el feminismo, que diríamos compuesto de tontas útiles, si no fuera porque muchas se han forrado de lo lindo y a lo Lindo.

El juicio público a La Manada es una de las primeras cristalizaciones de la colaboración entre los herederos de ETA y la izquierda española.

La Manada no tiene solo una importancia feminista. La tiene también ‘plurinacional’. Es un hito de la deconstrucción, aporta la corrosión ideológica del neofeminismo. Es curioso cómo el documental intercala, sin mucha necesidad, el gallego y el catalán al recordar las voces televisivas de esos días (las naciones ¿no han de nacer ellas también al liberarse del yugo patriarcal?)

El juicio de La Manada, su tratamiento, supone el inicio de la homologación de Bildu, camuflado de feminismo, y la inversión del ‘terrorismo’: uno desaparecía y nacía otro, el machista. El rostro de El Prenda, repetido hasta lo icónico, sustituye en los wanted al de Josu Ternera. El documental reproduce obsesivamente los rostros de los condenados, una y otra vez, también el del abogado defensor y no olvida fijar el del juez discrepante.

Hacia el final del documental, Asiron, el alcalde de Bildu, cuenta compungido que cuando sus hijos salen por la noche, al varón le dice que lo pase bien y a la hija que tenga cuidado, y eso, nos confiesa con tono de revelación, «eso no es justo». En algún momento de estos últimos años, quién puede y no puede salir tranquilo de casa se convirtió en una cuestión moral de primerísima importancia. 

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