«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo y Máster en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras casi una década en el Grupo Intereconomía (La Gaceta, Intereconomía TV y Semanario Alba), es ahora jefa de Prensa del Grupo Parlamentario VOX en el Congreso de los Diputados.
Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo y Máster en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras casi una década en el Grupo Intereconomía (La Gaceta, Intereconomía TV y Semanario Alba), es ahora jefa de Prensa del Grupo Parlamentario VOX en el Congreso de los Diputados.

Bipartidismo, cui prodest?

30 de enero de 2023

Analicemos, con la simplicidad del advocatus romano, a quién beneficia ―cui prodest― el sorpresivo empeño del Partido Popular​ en que gobierne la lista más votada. En que, a las puertas de las citas electorales, se alcancen ‘pactos de Estado’ entre los ‘grandes’ partidos [permítanme las comillas simples como gesto de displicencia] en esta España que dejó atrás las mayorías absolutas de PP y PSOE hace ya algunos años.

Liberémonos de la carga de afinidad política personal para diseccionar, con juicio aséptico, bisturí esterilizado, qué hay detrás de esa propuesta-apuesta del líder del Partido Popular.

Recuerdo la reflexión en alto de los más veteranos del Congreso cuando en septiembre de 2019 se dio por concluida la Legislatura XIII y se convocaron, sólo cinco meses después de las anteriores, nuevas elecciones generales. «Ya nada de cuatro años de tranquilidad. Desde la llegada de Podemos y Ciudadanos, nos hemos olvidado de legislaturas como las de antes». Aquel ‘cualquier tiempo pasado nos parece mejor’ tenía mucho de cierto: desde las elecciones del 77 ―UCD 34,4% de los votos; PSOE 29%― hasta las de 2011 ―PP 44,6% de los votos; PSOE 28,7― dos partidos (la famosa izquierda-derecha) acaparaban más del 70% de la tarta electoral dejando unas pequeñas raciones para, mucha atención, las formaciones nacidas al amparo de las autonomías que nunca aspiraron a habitar la Moncloa, sino a volver a casa ―a la casa autonómica― con una buena pieza que exhibir ante su tribu (la piel del oso tenía forma de competencias económicas, de acuerdos de política lingüística o de trazados de tren apresados a cambio de unos votos que abrieran las puertas del palacio presidencial a los eternos PP-PSOE).

Pero cambia la cosa en 2015, cuando ese pastel electoral se reparte en cuatro platos ―28% PP; 22 PSOE; 20 Podemos y 13 Ciudadanos―. La cosa cambia, decimos, porque esa gente, esos novatos de la política jugaban en la división nacional. Los acuerdos de Gobierno ya no iban de presidents y lehendakaris, sino de ministerios y leyes nacionales. ¡Qué lata, qué contratiempo! Con lo bien que se vivía con el por todos asumido relevo monclovita ―ahora rojo, ahora azul; ahora rosa, ahora gaviota (perdón, charrán)― que era, en realidad, la mejor versión del gatopardismo político. (Que todo cambie en Moncloa para que todo siga igual).

Y sí, la nostalgia de aquellas largas y estables legislaturas de cuatro años parece dominar todavía los corazones de algunos a izquierda y derecha que, hastiados de tener que hablar de política real, de tener que explicar a sus electores los matices, las diferencias entre decirse provida a legislar por la vida, o entre llamarse progresista a redactar leyes del nuevo feminismo, ansían la vuelta a aquellos ciclos electorales en los que la mayoría de la sociedad española decidía que era el momento de cambiar los ajuares de Moncloa. De Gobierno a partido de la oposición; un relevo asumido con gusto y sin estridencias por quienes seguían teniendo, si no EL Poder, sí el poder de ser LA oposición; el relevo que espera, con calma, ver consumirse a su adversario-binomio para ocupar su lugar. Y así, ad eternum, como un ave fénix perpetua que deja Moncloa para regresar en una, quizá dos legislaturas.

Que PP y PSOE-PSOE y PP vivirían más cómodos sin más partidos que los nacionalistas a su alrededor parece claro. Y que su comodidad saldría muy cara a la mayoría de los españoles ―también a los que votan PP o PSOE― también. España estaría, más si cabe, en manos del separatismo depredador y los debates políticos se desplazarían, otra vez, a las barras de bar dejando un hemiciclo sumido en la placidez del relevo bipartidista; bien blindados los señores diputados en el baile poder-oposición, sin novatos que amenacen sus tranquilas tardes de Pleno.

Esto de ‘que gobierne la lista más votada’; esto de ‘alcancemos grandes pactos de Estado’ es sólo un ejercicio más de autodefensa de un bipartidismo que añora protestar en la oposición para llegar, por la mera inercia electoral, al Gobierno con las manos libres para decepcionar a gusto a sus electores, incumplir lo prometido y volver cómodamente al banquillo sin que nadie le afee demasiado el gesto. El bipartidismo son dos luchadores de pressing catch haciendo piruetas sin hacerse daño. Son populares manteniendo leyes de izquierda, medios de izquierda e impuestos de izquierda y socialistas haciendo aspavientos ante reformas laborales que mantendrán para sí enfadando a electores que votarán, enfadados, lo de siempre. El bipartidismo beneficia al bipartidismo (y a todo el gran sistema que lo conforma)… y a nadie más.

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