«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Buzos en Gibraltar

30 de junio de 2014

El ministro de Gibraltar Fabián Picardo, con esos modales tan de Barbarroja que gasta, echó al mar adoquines de hormigón para impedir faenar a los pesqueros españoles. El pasado fin de semana un grupo de buzos, en plan comando de la dignidad, removieron una de aquella piedras y se la llevaron a San Roque. Los submarinistas eran de Denaes -Fundación para la defensa de la nación- y, por supuesto, con quien han encontrado más dificultades es con la administración española, porque aquí defender a España es casi un motivo para que te apliquen la ley de partidos y te disuelvan.

De hecho una de las primeras medidas del gobierno de Felipe González -antes incluso que montar el GAL o Filesa- fue abrir la verja de Gibraltar. Desde entonces la reina Isabel ya puede ahorrarse los soldados del Peñón, que a la Union Jack la defiende allí el PSOE como auténticos cipayos. Son varios los socialistas andaluces que han hablado en defensa de la soberanía británica del Peñón, quizá porque como ya se han repartido todo el dinero de los EREs, y los números de Andalucía compiten con los de Bulgaria, ahora no quieren liquidar la única industria no desmantelada, la de la corrupción y el contrabando.

Para la retórica del régimen anterior Gibraltar era una vergüenza fronteriza, y para Inglaterra un incordio con la verja cerrada, una fruta que caería más podrida que madura. Sin embargo, para los recién llegados de UCD era otra parte de la herencia que se podía enajenar a cambio de favores y aliados. Además Marcelino Oreja veraneaba en Sotogrande y los días que soplaba el viento de poniente veía la Roca desde su sombrilla del Club de Playa. A lo mejor le fastidiaba no poder comprar allí tabaco y After Eight, que son los artículos que más se importaban cuando al fin Felipe se bajó los pantalones de pana y abrió la cancela a los llanitos. Claro que además de chocolates y cigarrillos, por ese agujero en la dignidad empezó a colarse un flujo de podredumbre contaminante, una marea de divisas negras que subía por la costa del sol en un chapapote que nadie ha detenido, siempre más: mafias, leguleyos y concejales de urbanismo crearon tanto tráfico en la Nacional 340 que hubo que convertirla en autopista. Hasta Gerona. Oreja ya no era ministro, pero sus vecinos de sombrilla en el Club de Playa tuvieron la feliz idea de montar despachos de abogado en uno y otro lado del colador. Por ese catéter Gibraltar-Marbella le inyectaron a España dinero suficiente como para corromper a los políticos de un par de generaciones, sobre todo cuando llegaron los noventa y los rublos. O sea, los rusos, que no tenían modales muy de Oxford y pidieron ayuda a sus abogados españoles, en plan el hostelero de Pretty Woman. Señoras de Sotogrande de toda la vida -en Sotogrande hay que ser de toda la vida, o no ir- hacían de damas de compañía de las mujeronas exsoviéticas, enseñándolas a utilizar los cubiertos y a no eructar en público, porque las consortes de los nuevos millonarios no eran precisamente anastasias. Cómo me gustaría que todo esto fuese una exageración literaria.

Para sentir la humillación hay que tener dignidad, así que no es extraño que la bandera del Peñón a muchos les importe un ardite. Pero es importante reconocer -por si alguien se atreve a cerrarlo- que uno de los primeros grifos que inundaron los ayuntamientos de corrupción está en esa cueva de piratas. Y los que sabemos que de la infamia a veces nos salva un sólo gesto, debemos agradecer el de los buzos de Denaes. 

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