Uno de los rasgos mĆ”s habitualmente criticados del Presidente del Gobierno es su pasividad. Rajoy contempla plĆ”cidamente el fluir del tiempo, demora largamente las decisiones y permanece impĆ”vido en medio de las tormentas, se dice que no tanto como muestra de coraje como de indolencia. Son frecuentes las caricaturas del inquilino de La Moncloa recostado en un sofĆ” o meciĆ©ndose en una hamaca mientras a su alrededor los acontecimientos se suceden vertiginosamente y los asuntos pendientes se acumulan, sin que nada turbe su paz de espĆritu. Estafermo, Don Tancredo, esfinge, son apelativos frecuentemente utilizados en su contra por comentaristas y columnistas, reflejando asĆ una consolidada imagen de indiferencia distante a la realidad de este vano mundo. Se ha escrito que, al igual que hacĆa su ilustre paisano el GeneralĆsimo, clasifica los problemas en dos clases, los que no tienen solución y que, por tanto, no merecen atención, y los que se solucionarĆ”n solos que, obviamente, tampoco requieren que se les dedique mayor esfuerzo. A partir de estas consoladoras y fatalistas premisas, la vida se transforma en un premioso discurrir de molestas novedades que, como tales, han de ser ignoradas hasta que desaparezcan empujadas por el siguiente noticiario. No cabe duda que semejante enfoque de la existencia inmuniza contra la ansiedad y garantiza una baja tensión arterial, promesa de feliz longevidad. Una de sus frases favoritas es ālas cosas son como sonā y para Ć©l las crisis mĆ”s devastadoras o los cataclismos polĆticos mĆ”s ruidosos quedan inmediatamente rebajados a la categorĆa de ālĆosā.
En este marco psicológico, ha sido muy denostada su abulia frente a la ofensiva separatista catalana que, con su desafĆo permanente al orden constitucional y al Estado, hubiera acabado hace meses con la paciencia de cualquier gobernante que no fuese el inalterable registrador de la propiedad en excedencia que rige los destinos de EspaƱa desde enero de 2011. TambiĆ©n ha aflorado una amplia incomprensión en relación a su mantenimiento impertĆ©rrito de un discurso economicista carente de pasión mientras las soflamas revolucionarias de Podemos anuncian un cataclismo electoral y polĆtico para el presente aƱo. La duda es si actĆŗa asĆ porque su inexistente carisma y su falta de capacidad oratoria no le permiten hacer otra cosa o porque es un estratega genial que a base de permanecer inalterable acaba con todos sus adversarios polĆticos sin despeinarse y consigue sus objetivos por encima de las dificultades mĆ”s adversas. En el transcurso de la presente legislatura, ha habido momentos en que parecĆa que estaba acabado -caso BĆ”rcenas con sus sms, inminencia de un rescate europeo, enfrentamiento pĆŗblicoĀ con Aznar, consulta catalana del 9 de noviembre-, pero ha seguido adelante sorteando los mĆ”s erizados escollos y los vórtices mĆ”s pavorosos. Las encuestas anuncian un desastre para sus siglas en las cuatro citas con las urnas que le esperan de aquĆ a final de aƱo, sin que tal perspectiva parezca inquietarle lo mĆ”s mĆnimo. ContinĆŗa repitiendo los mismos mensajes soporĆferos sobre la recuperación, la creación de empleo, la necesidad de preservar la estabilidad y el sentido comĆŗn, prescindiendo absolutamente del rugido del huracĆ”n que en la calle augura la caĆda del sistema de 1978 y la llegada de una etapa de turbulencias y de mutaciones traumĆ”ticas.
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He de confesar que por primera vez en el cuarto de siglo que llevo de trayectoria pĆŗblica el concepto rajoyano de la polĆtica entendida como la tranquila espera de la caĆda de la breva me suscita el atormentado pensamiento de que al final cabe la remota posibilidad de que tenga razón. Y lo peor es que, en las circunstancias dramĆ”ticas que atravesamos, el triunfo de una teorĆa tan moral, estĆ©tica e intelectualmente decepcionante, es lo mejor que nos podrĆa suceder.Ā