Un estereotipo muy reconocido es creer que la evolución social es siempre más rápida de lo que habíamos imaginado. Es muy corriente la noción de que muchos procesos de cambio avanzan con un ritmo de crecimiento «exponencial» (2, 4, 8, 16, 32…), cuando realmente no pasan de una expansión «lineal» (2, 4, 6, 8…). No es verdad que los acontecimientos más notables de nuestro tiempo sigan una trayectoria de creciente aceleración.
Tómese la guerra de Ucrania, una de las maldiciones de la época que nos ha tocado vivir. Casi todos los observadores y el grueso de la opinión pública creyeron hace un año que el conflicto iba a durar unas pocas semanas. Se hablaba de «guerra relámpago». Pues bien, la lucha se alarga más de un año. Su desenlace es mucho más lento y gravoso de lo que habíamos imaginado al principio. Hay veces en que lo que parece efímero se dilata en el tiempo con una inercia desesperante.
Se nos había dicho que los coches de combustión iban a desaparecer pronto dado el impulso de los eléctricos. Sería la segunda versión del éxito del modelo T de la Ford hace más de un siglo. En realidad, la dichosa innovación del automóvil eléctrico parece que discurre con inesperada languidez. Además, contrariamente a lo que supuso la revolución del modelo del Ford-T, esta novedad del coche eléctrico no ha supuesto un descenso de los precios, sino un considerable ascenso. Es una buena razón para que la novedad no sea aceptada con determinación.
Se pusieron grandes expectativas en las fuentes de «energías renovables» (solar, viento, mareas); es decir, «limpias». Sin embargo, la sustitución de las antiguas fuentes contaminantes (carbón, petróleo, nuclear) va para largo. Ahora surge la quimera del «hidrógeno verde» (o de otros colores). Tampoco será coser y cantar al paso que va la burra.
En España, la tasa de fecundidad (nacidos por mil mujeres en edad fértil) desciende desde hace varias generaciones. Realmente ha llegado al mínimo de su historia y al nivel más bajo de casi todos los países. Podría aventurarse el final de esa inquietante trayectoria. Empero, la realidad es que el descenso continúa, sobre todo si descontamos las mujeres inmigrantes.
Hace más de medio siglo, la sociedad española dio un salto gigantesco. Nada menos que el paso decisivo de la llamada «revolución industrial». Bien es verdad que llegaba un poco tarde en comparación con la media europea. Había una razón estructural para tal retraso. El punto de partida era el predominio de una sociedad campesina con un exceso de jornaleros eventuales. La paradoja fue que la insólita industrialización española de los años 60 del pasado siglo dio lugar a una estructura económica basada en el turismo y los servicios. A partir de entonces, ha ido a más. La consecuencia es que sigue predominando un tipo de empleo de trabajadores eventuales poco calificados. Se comprenderá que, con tal condición, el ulterior desarrollo económico tiene que ser muy lento e inseguro. En ello estamos. En términos prácticos, se produce el desagradable resultado de una tasa muy elevada de paro juvenil y de una escasa calificación de la población empleada. La consecuencia final es una evolución de la fuerza de trabajo mucho más contenida de lo que sería deseable, a lo que habría que añadir el reciente deterioro de la enseñanza en España, pero eso es harina de otro costal.