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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La campana del funcionario

17 de mayo de 2016

Mariano José de Larra fue un romántico, en concreto uno de los mayores referentes del Romanticismo en España, una corriente que ensalzaba la fantasía, lo irreal, la pasión y que rompía con los cánones del Neoclasicismo. Larra ejerció de político, de escritor y de periodista, por lo que nos han llegado numerosos escritos en los que reflejaba su sentimiento de la realidad de la época.

Larra se preocupaba por España y por eso escribía artículos costumbristas, donde reflejaba con algo de crítica y sátira el estado de su nación. Nos ha dejado grandes artículos como ese de Vuelva usted mañana, donde deja claro que los españoles son tan vagos que “no comerán, por no llevarse nada a la boca”, en referencia a la pereza de hacer. Un artículo donde nos cuenta los problemas que tuvo un hombre  con los papeleos y gestiones que realizó, porque para algo que no llevaba más de una semana él tardó 6 meses y siempre encontraba un “vuelva usted mañana” como respuesta. Cuando ese “mañana” llegaba, le daba igual, porque algo estaba incorrecto o algo faltaba, y así pasaban los días sin poder resolver su tema.

Larra nació en 1809 y se pegó un tiro con 27 años, básicamente porque una señora le dio calabazas, y es precisamente en su funeral, donde un joven nada conocido por entonces y en búsqueda de trabajo, José Zorrilla, se hace famoso al dedicarle una elegía, que comenzaba con los siguientes versos:

 

Ese vago clamor que rasga el viento

es la voz funeral de una campana;

vano remedo del postrer lamento

de un cadáver sombrío y macilento

que en sucio polvo dormirá mañana.

 

Y me viene todo esto a la cabeza porque hace unos días tuve la inmensa fortuna (ironía) de poder tratar con el Ayuntamiento de Madrid para que me saquen, una vez más, los cuartos. Cada vez que me toca ir al Ayuntamiento es una aventura, como cuando de pequeño te preparas para unas convivencias o un viaje familiar. Aventuras en las que no sabes a ciencia cierta lo que puede ocurrir y para las que debes ir bien preparado.

Y lo que ocurrió en esta ocasión es que tras dos días de trámites, por fin me derivan donde realmente tenían que haberme atendido de primeras, pero sin el formulario pertinente la señora funcionaria no atendía. Ahora con mi formulario de cita ya sellado, acudo a la tercera planta de una de las dependencias municipales de la calle Sacramento (no es necesario indicar el área de gestión) y no hay nadie…pero si hay una campana junto a un letrero escrito a mano que dice lo siguiente “si no hay nadie atendiendo, por favor, toque la campana”. Evidentemente no toqué la campana y me quedé perplejo, tanto es así, que otra funcionaria me debió ver algo indignado y se acercó a decirme “toque la campana que ahora viene…”. Mi respuesta fue “¿cómo dice?”, se hizo un silencio, nos miramos….y acabó por decirme “bueno venga, le atiendo yo, a ver que quería”.

No habían pasado ni cinco minutos cuando aparece otra funcionaria (posteriormente me enteré de que era la Jefa) y de una forma un tanto impertinente dice “perdón, un momento” y nos corta la conversación, una conversación delicada sobre una multa con intereses que no deberían haberme puesto, que para eso estaba allí. Evidentemente me callo y la funcionaria le dice a la otra “vamos, que nos toca” y dirigiéndose a mí me dice “es que nos turnamos para tomar el café y ahora nos toca ir a nosotras”. Mi cara debió ser parecida a la que pone Batman cuando mira fijamente a un criminal en alguna oscura calle de Gotham, porque ambas se quedaron sin saber que decir. El caso es que la que me estaba atendiendo se levanta y le dice a otra “sigue tu explicándole al señor que…” y ahí tuve que intervenir y decir que ni café ni gaitas, que a mi me estaba atendiendo y que hasta que no terminásemos no iba a tolerar que me atendiese otra persona.

En ese momento ya me crucificaron y mi destino era evidente, tras unos dimes y unos diretes sobre que ellas no tenían por qué darme explicaciones de mi caso, ya que (cito literal) “nosotras aquí tramitamos, no informamos ni recibimos quejas” y mi respuesta a cerca de “entonces para que llevo dos días rellenando impresos y pidiendo citas y me acaban derivando a ustedes porque son quienes llevan el expediente”, la cosa queda en un seco y directo “aquí somos muy humanos porque damos explicaciones para que el ciudadano lo entienda, pero no tendríamos que hacerlo, porque no nos pagan para eso” y claro ahí no pude sino decir “tampoco les pagan para que me dejen a medio atender y se vayan a tomar un café”. La última frase que recuerdo de estas señoras fue que “a partir de ahora ya sabe usted como tiene que comunicarse con esta Administración, por escrito”.

Digamos que ya era un “no, no y no” y decidí que no tenía sentido seguir pidiendo explicaciones sobre una multa que no debía de existir porque yo tenía sellado por registro un documento que demostraba que presenté a tiempo lo que me solicitaban. Así que me levanté, les di las gracias por su tiempo y les indiqué (con voz alta, para que todo el mundo me escuchase, por supuesto) que ya podían tomarse su café, que fueran raudas y veloces no fuera a ser que se les enfriase.

 Y al llegar a mi oficina puse en práctica su recomendación, aquella de “comunicarme por escrito” y en eso estamos, ustedes y yo, comunicándonos por escrito de lo que ocurrió. Cuando estas señoras lo lean, posiblemente no les guste, pero a mí me dará igual porque estaré tomando mi café, eso si, a las 8 am de la mañana, no a las 12,30 del medio día.

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