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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Casa, coche, hijos

10 de febrero de 2024

Es difícil explicar que las calles que hoy arden no lo hicieran antes por otros sectores de la población tan maltratados como el campo. El 85% de los menores de 35 años vive aún con sus padres mientras el 75% era propietario en el año 2000. Justo antes del euro. La vivienda, la imposibilidad de acceder a ella, retrata el nuevo paradigma: el progreso era no tener una casa en propiedad

Las generaciones nacidas a partir de los 80 y 90 son condenadas a la precariedad, un castigo doloroso para quienes vivieron la prosperidad en casa propia, la de padres y abuelos, hoy reconvertidos en arrendadores y niñeros a gastos pagados. 

Nada de esto le habían contado a los chicos que han pasado por la universidad, hablan idiomas y cuelgan un máster de la pared. Ellos, como el sector primario, también engrosan las ilustrísimas filas de los perdedores de la globalización. Quién se lo diría a la generación educada en la euforia occidental desatada por el fin de la historia de Fukuyama tras los escombros del Muro de Berlín. Ganó el mundo libre y trajo uno sin fronteras. ¿Quién perdió entonces?

El sistema, como Macron hace en Francia, azuza al agricultor autóctono a enfrentarse con el del país vecino para evitar que ambos reparen en que el enemigo común es Bruselas. De igual modo a los jóvenes se les lanza el señuelo de que si no tienen casa y sus sueldos son raquíticos es culpa de los jubilados, pues los muy insolidarios especulan con la segunda residencia. Divide y vencerás, sonríe el globalismo.

En 1975 España era la octava economía del mundo, un país de propietarios con una deuda del 7% del PIB y una industria que representaba el 36% de la riqueza nacional. Hoy es la decimocuarta potencia mundial, la deuda se ha disparado al 110% y la industria se ha desplomado al 20%. No venía en la letra pequeña, pero cada cesión de soberanía (OTAN, UE y Euro) ha venido acompañada de una acusada desindustrialización.

Las reglas de acceso al club exigen sacrificios y la Agenda 2030 es el eslogan multicolor que la ONU impulsó para que la ruina pareciera ecosostenible. Así, el desmantelamiento del sector primario e industrial a través de la deslocalización en países que pagan sueldos muy inferiores y carecen de los controles de calidad que imponen a nuestros productores es la sentencia de muerte para actividades milenarias como la ganadería, la agricultura o la pesca. El urbanita acaba de enterarse porque le han cortado la autopista y muy pronto verá las estanterías vacías del supermercado. Las ideas, como la Agenda 2030, siempre tienen consecuencias.

Y sobre todo para nuestra forma de vida. La maraña de regulaciones e impuestos que exige la adhesión comunitaria también incluye la desaparición del automóvil. El Parlamento Europeo aprobó el año pasado la prohibición de vender vehículos de combustión, incluidos los de gasolina, diésel e híbridos, a partir de 2035. 

Para que la prohibición no sea muy abrupta ya van acostumbrando a la molesta y menguante clase media a la servidumbre, como al esclavo al que su amo lanza migajas de vez en cuando, por eso aunque muchos ya no puedan circular con su vehículo les dicen que en realidad es por el bien del planeta. Multas, impuestos verdes y a callar

Poco a poco se abre paso el nuevo arquetipo de ciudad globalista, el Londres de las zonas circulares que expulsa a los vecinos del centro a la periferia para dejar sitio a pisos turísticos, multinacionales, hoteles de lujo y restaurantes. Las viviendas serán aún más caras y las pymes arrasadas.

Pero no hay de qué preocuparse. Hay un plan: el reemplazo poblacional. La ministra de migraciones defiende el modelo que ha multiplicado por siete el número de extranjeros en España en dos décadas: de un millón en 1999 a siete y medio en 2023. Lo que no cuenta es que también han llegado los machetazos, la mutilación genital femenina o los matrimonios forzosos.

Deslocalizada la producción alimentaria e industrial en países del tercer mundo, el globalismo también encarga los niños fuera. En realidad, confiar a los pueblos bárbaros el reemplazo generacional es lo menos que puede esperarse de una civilización en decadencia como la occidental. 

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