«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Ceuta-Langreo. Transiciones de cabo a rabo

18 de marzo de 2024

Más o menos hirsutos, eso poco importa, 37 militares de Ceuta y Melilla —si cuando escribo estas líneas no ha subido el número— han transicionado desde su antigua condición, perdón, género, de hombres, a su actual identidad de mujeres. El caso más popular de una lista que, probablemente, ascenderá, es el del cabo, ahora la cabo, Roberto Perdigones, autor de estas palabras: «Como por dentro me siento lesbiana, la ley trans me ha favorecido». Atraído todavía por las mujeres, la cabo engendró hace años un hijo gracias a unos genitales masculinos que hoy no representan obstáculo alguno para su reconocimiento, de pleno derecho, de su condición, antaño de padre, hogaño, entendemos, que de madre. El reconocimiento de lo que acaso siempre fue, una mujer, le permitirá acceder a una habitación propia en la base militar, mejores condiciones de jubilación, más facilidades para el ascenso e, incluso, dejarse el pelo largo, posibilidad que parece, a la vista de su estado capilar, más remota. A todos los beneficios citados, privilegios que los sucesivos gobiernos han otorgado a unas mujeres a las que, a tenor de estas medidas, considera inferiores a los hombres, signifique hoy lo que signifique eso de «hombre», la cabo Roberto, vulgo Gones, suma la posibilidad que ahora se le abre, en su nueva condición de «madre no gestante», de aumentar el número de visitas a su hijo adolescente. 

Como era de suponer, los custodios, custodias puede resultar muy litúrgico, del feminismo administrado, fórmula acuñada por Sharon Calderón-Gordo, han puesto el grito en un cielo, probablemente laico, por la desenvoltura con la que Gones ha expuesto su caso en los medios de masas subvencionados por el Gobierno que ha pergeñado la conocida como ley trans. Acostumbradas a, con perdón, lidiar con transicionadores del XY al XX que adoptan fenotipos hiperfeminizados, el aspecto de Gones ha hecho saltar las alarmas de quienes tan comprensivas se han mostrado con las neomujeres ajustadas al canon. Sea como fuere, la ley ampara a la cabo Roberto, y nadie puede negarle, a despecho de sus cromosomas, su inclusión en unos versos, los de Calderón de la Barca («la milicia no es más que una/religión de hombres honrados»), hoy hechos añicos por los efectos del lenguaje inclusivo.

Es muy probable que el futuro inmediato nos ofrezca Gones de aristas más afiladas. Efectos de una sociedad que, en algunos de sus ámbitos, los más confortables y exquisitos, alimenta la emotividad y el subjetivismo, y habilita espacios destinados al culto de personalidades irrepetibles, únicas en su mismidad. Un futuro que, al calor del nuevo derecho a la carta, ya es presente continuo, transición. Es tiempo de pícaros, picaresca que los legisladores de progreso y derechos, en su infinita ingenuidad o soberbia (cualquier cosa o ambas), no es que no vieran, sino que no creyeron que se llegara a producir. Por decirlo de otro modo: estamos gobernados por unos tipos (tipas, tipes) incapaces de criticar el presente y de ver las consecuencias de sus actos. Estamos, en definitiva, en manos de imbéciles morales que han abonado el terreno para el surgimiento de pícaros solemnes, graves, como demuestra el caso del paisano que, después de destrozar un calabozo en Langreo, ha aducido que lo hizo «por la independencia catalana». Como en el caso de la cabo Roberto, ¿quién puede contradecirle?, ¿quién negarle un indulto, máxime cuando no hay constancia de que haya dicho que lo volverá a hacer?

.
Fondo newsletter