«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Chin, chin

11 de abril de 2022

En misa estuve un tanto distraído pensando hasta sus últimos silogismos este artículo, que ya no sé si iba a ir de geopolítica o de defensa nacional o de soberanía energética. Salía luego rápido para venir a casa a teclearlo cuando oí que me llamaban con cariño —eso se nota— a mi espalda. Me volví. Era un viejo amigo. Me sorprendió mucho verlo. Verlo allí, quiero decir, porque la última vez lo dejé tan ateo y comunista como siempre. Se ha convertido.

Como me lo tenía que contar nos dirigimos a un bar. Resulta que se ha mudado al centro del pueblo y vive al lado de la Iglesia Mayor Prioral. El arte gótico es profundamente proselitista y se ha convertido por las vidrieras, los arbotantes y el pulso ascensional. No me extraña en absoluto. De necesitar convertirme, también me arrimaría al gótico.

Me lo contaba arrimados ambos a nuestras sendas copas. La mía de fino, la suya de oloroso, que tenía más que celebrar. Como yo estoy a régimen y me esperaban en casa rápido y además tenía pendiente este artículo, me la tomaba rápido. Pero me llenaban la copa enseguida.

Se arrimó también un conocido mío, pero amigo de mi amigo, o sea, mi amigo, que pasaba por allí. Éste también es escritor: es del PP y escribe novelas negras, aunque son dos cosas que no están relacionadas —asegura—. A pesar de nuestras diferencias políticas extremadas, ninguno se puso tolerante a base de renegar de sus principios, y estábamos de lujo. Quizá los moderados profesionales no lo entiendan, porque ellos creen que la amistad exige peajes ideológicos o morales, especialmente de unos. En lo estilístico y genérico de la literatura también tenemos nuestras discrepancias, pero todo iba como la seda porque, la amistad se cimenta en la confianza mutua y esta depende muchísimo de la sinceridad de cada cual. También teníamos —todo hay que decirlo— el mínimo común denominador del jerez, cada vez menos mínimo. Y la alegría de la Semana Santa que, por fin, se celebraba en las calles.

De golpe y porrazo me di cuenta de que me tenía que ir. Había ido en mi vieja vespa que tiene un problema con las luces. Las funde. Yo confiaba en que la misa acabaría con luz solar, como acabó. Ahora había caído la noche. La noche cerrada. Tenía que volver a casa sin luces, con el añadido de que si la benemérita me daba el alto no podría explicarles que me había complicado tomando unas copas de jerez bastante sucesivas con el estómago vacío porque había que celebrar el arte gótico y sus milagros ojivales.

Durante el camino comprobé lo amables que son mis convecinos que gritaban: «¡las luces!, ¡las luces!» a mi paso. Yo les saludaba a diestro y siniestro como si fuese lady Di. Llegué a casa sin ningún percance.

Saludé a mi sorprendida esposa y me dispuse a desarrollar aquella idea tan buena que tenía o tuve de geopolítica, o de estrategia preelectoral andaluza, o de transición ecológica o Dios sabe qué. Lo había olvidado todo por completo.

Recordé una cosa. Un buen amigo que sabe mucho de política me insiste en que escriba artículos de la vida corriente, porque esos, dice, cimentan una visión de la vida sólida (en este caso, líquida y algo gaseosa) sobre la que se puede construir luego el edificio común. Debe de ser verdad, porque antologué mis artículos menos políticos, más costumbristas, en un libro de título autorreferencial titulado El burro flautista; y uno de los críticos más listos de España, y más progre, me escribió muy amablemente para decirme que la música del burro le había gustado mucho, pero que las letras eran de un conservadurismo reaccionario que (le) echaban para atrás. Qué tío más listo, porque yo sólo hablaba de eso o de esto: de amigos viejos y de conocidos de siempre, de brindis con vinos generosos, de mi vespa, de mis hijos y de las iglesias góticas. O sea, de lo que constituye una resistencia epicúrea a la revolución puritana del mundo nuevo que nos acecha.

Si esta Semana Santa tienen ustedes que descansar de geopolítica, de debates partidistas, del régimen de adelgazar y del régimen del sanchismo, de los datos económicos y de los pronósticos electorales, descansen. Con la conciencia tranquila. Conmemoren la pasión y celebren la pascua. Porque es más importante y porque, además, es lo más político y mejor que podemos hacer nosotros por nuestra comunidad y nuestro país.

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