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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Consentir continuamente

27 de febrero de 2024

En la reciente condena a Daniel Alves algunas personas han querido ver el triunfo de Irene Montero y su consentimiento, que sin embargo ya estaba en el ordenamiento, en nuestro sentido común y en nuestra educación. Hacer A no significaba poder hacer B. En las películas norteamericanas deinstituto, el protagonista siempre contaba al amigo que con Mary o con Rose había llegado «a la primera base», pero no a la segunda y Bilardo, el entrenador del macho «pisalo«, tenía muy clara la cuestión: «Las mujeres son como los futbolistas. Si no quieren cambiar de posición, no hay que insistir». El cambio posicional era cosa de dos.

Pero aunque no descubriera el consentimiento, el nuevo feminismo de Montero introdujo un énfasis, bien percibido en un párrafo de la sentencia: «El consentimiento debe ser prestado para cada una de las variedades de las relaciones sexuales dentro de un encuentro sexual».

Esto es evidente, pero habiendo sido siempre así… ¿no se introduce ahora un acento distinto que no tiene tanto que ver con el consentimiento en sí como con su renovación expresa y, con ello, con su peliaguda acreditación sucesiva?

Irene Montero no crea la figura del consentimiento, faltaría más, pero sí lo estira lógicamente según una evolución que, más que con ella (su, digamos, genio político) o con el nuevo feminismo, tiene que ver con algo que ya observara hace décadas Dalmacio Negro: la evolución y efectos del contractualismo, el mito político que crea la sociedad por el pacto entre los hombres cuando, enemigos en el estado natural (hombre, lobo para el hombre), deciden no agredirse y reconocer la autoridad del Estado para hacer posible la paz.

Ese mito político se extendió no solo a la política sino a todo lo demás. El contractualismo racional del siglo XVII descansaba en la teoría del consentimiento, a su vez derivación del voluntarismo medieval, pues todo consentimiento es un acto de voluntad.

La libertad se ejerce así y transforma la temporalidad, ya no eternidad sino sucesión de instantes, distinto cada  instante del anterior porque actúa la voluntad consintiendo.

Para Dalmacio, el contractualismo, llevado a sus últimas consecuencias por la posmodernidad, habría alterado no solo la temporalidad, también habría instaurado, según escribió en un artículo de 2003, «la actitud de consentir continuamente».

«En nuestro tiempo, la tendencia dominante consiste ya en que no existe para nadie una obligación legítima si previamente no ha prestado su asentimiento, y, por ende, para el individuo tampoco existe más lazo o vínculo legítimo que aquel en el que haya consentido expresamente. Si se retira el asentimiento o el consentimiento por cualquier circunstancia o con cualquier argumento se considera legítimo deshacer la obligación contraída o el lazo creado».

Esto altera los vínculos, los debilita, los hace inestables; nos libera de los lazos, que se disuelven y han de renovarse sucesivamente; y la destrucción de la confianza nos devuelve a un estado como de naturaleza, conflictivo, en que el otro es amigo-enemigo, cada uno en guardia con su derecho y su voluntad.

Si esta tendencia se observó en todo, y así la vio don Dalmacio, ¿por qué no iba a llegar al sensible ámbito de las relaciones sexuales?

La legislación y pensar feminista de Irene Montero no inventa el consentimiento ni lo «pone en el centro», pues en el centro ya estaba, pero sí lo sobre o redimensiona, lo segmenta, lo clausula, lo pormenoriza, lo libera, lo detalla, lo extiende, y al hacerlo (actualizando feministamente el contractualismo) lo pone a la altura del actual individuo libre o libérrimo, cambiante, hipersexual, desvinculado; y de su muy soberana voluntad.

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