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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Créanme, no habrá Cataluña independiente

25 de septiembre de 2015

Se acerca el #27S. Las fechas apocalípticas generan gran expectación inicial e inmensa desilusión posterior. Y es que todo aquello que abre falsas perspectivas se suele desvanecer velozmente en tiempo y contenido. Eso mismo es lo que ocurrirá tras el recuento de votos. Esta función ya la hemos visto. El tira y afloja, siempre rentable electoralmente para todos, entre el separatismo y “Madrit” es un acto ya presenciado aunque como ocurre con las representaciones teatrales, los actores cambian y siempre hay a quien se decanta por una u otra versión siendo la trama exactamente misma: una minoría que pretende someter a la mayoría.

Corría el año 1978. La derecha española cargaba a hombros con 40 años de dictadura y separatistas y socialistas vieron la ocasión propicia para hacer leña del árbol caído y hacer pagar caro los desmanes que a su juicio se cometieron. De este modo se transigió con la inclusión de incongruencias en el texto constitucional, tales como declarar la indisoluble unidad de la Nación española y su conjugación con el derecho a las nacionalidades.

Cuando la munición política parece no hacer efecto es momento de que la maquinaria social se ponga en marcha. Así, estamos viendo cómo este otro tejido, con su expresión manifestada en los distintos sectores de la sociedad civil, alerta sin disimulo acerca de las maldades de una posible escisión territorial. El empresariado, el deporte, distintas plataformas…todos acuden a la llamada de auxilio por culpa de los incapaces por omisión.

 

No es mala idea que los representantes de los distintos estamentos de la gente de la calle manifiesten su malestar. Ello propicia, seguramente, una mayor atención por parte de los destinatarios del mensaje asqueados por la inacción política. No obstante lo anterior, no es de recibo dejar en manos de las élites del pueblo el intento de arreglar lo que los inservibles políticos no han querido solucionar.

 

Créanme, no habrá Cataluña independiente en cuanto al territorio (administrativa y políticamente ya lo es). Sólo, y no es cosa menor, catalanes oprimidos por la dolosa laxitud de los mandantes nacionales que volverán a transigir hasta el infinito y más allá. El próximo domingo el separatismo arrasará en las urnas, fruto de más de tres décadas de adoctrinamiento al que se ha sometido y se somete a los individuos desde la más tierna infancia hasta la universidad. Da pena ver a ese niño en el balcón del ayuntamiento de Barcelona presenciando un espectáculo lamentable. Esa es la realidad que viven y cuyo reflejo se plasma cuando alcanzan la madurez.

 

Habrá declaración unilateral de independencia que presumiblemente el Tribunal Constitucional tumbará como brazo ejecutor de políticos que, en estos casos, sólo dan la cara a través de togas y puñetas. Después la misma escena soporífera que de no ser por su gravedad serviría para dormir una buena siesta. Por lo único por lo que lo siento es por esos millones de catalanes que se han acostumbrado a un clima irrespirable cuya libertad, en no poco tiempo, sólo pasará por otra diáspora como la que llevó a cientos de miles de vascos a salir de su casa. Dios no lo quiera.

 

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