Dentro de su tónica de ir por el mundo armado de una permanente sonrisa y de una total ausencia de convicciones, el Secretario General del PSOE y candidato raté a la Presidencia del Gobierno se ha reunido con el bachiller Puigdemont, jefe del Ejecutivo catalán por la gracia de la Constitución que se propone liquidar y que Pedro Sánchez sueña con reformar para que España sea sólo una ficción sobre el papel. Por tanto, es obvio que dos personajes de tal fuste intelectual y político tuviesen muchas cosas de las que hablar en aras del interés general de la Nación desfalleciente y de la nacioncilla inventada. Las declaraciones del líder socialista a la salida de la hora de constructiva conversación resultarían alarmantes si no fuera porque nuestra capacidad de asombro está ya prácticamente agotada. El dinámico aspirante a La Moncloa soltó la frase siguiente: “Puigdemont quiere votar para romper. Nosotros lo contrario, acordar y luego votar. Queremos que la sociedad catalana vote primero la Constitución, luego la relación de Cataluña con el Estado español”.
Aunque estamos acostumbrados a que el forcejeo de nuestros políticos con el Diccionario de la Real Academia y con la sintaxis no sea precisamente fluido, analicemos las palabras de Pedro Sánchez sobre la hipótesis optimista de que entiende el significado de los vocablos que emite y que domina la estructura lógica de la comunicación verbal. La clave interpretativa de su aserto está en el adverbio “luego”. Con la loable intención de solucionar el problema independentista nos propone una reforma de la Constitución que no precisa, pero que se infiere avanzaría en dirección confederal, por lo menos en lo relativo a Cataluña, y una vez aprobada ésta por el pueblo español en su conjunto, posteriormente tendría lugar una consulta a la sociedad catalana, es decir, un referendo ceñido exclusivamente a los residentes en esa Comunidad para decidir -¿autodeterminación?- en el marco de la nueva Ley de leyes, que así lo permitiría, el tipo de vínculo o de supresión del vínculo de Cataluña con el resto de España. En otras palabras, que dado que la Carta Magna actualmente vigente no contempla el derecho de secesión de ningún territorio, se cambia primero este molesto detalle para después celebrar el susodicho referendo ahora sí amparado por el ordenamiento básico.
No cabe duda que la voluntad de diálogo de Pedro Sánchez con el máximo representante ordinario del Estado en Cataluña, al que pagamos entre todos para que se pueda dedicar cómodamente a acabar con la soberanía nacional que es la base de nuestros derechos y libertades, ha quedado manifiestamente probada tras este cordial encuentro. De hecho, lo que le ha venido a sugerir es que no acabe con España como Nación a las bravas, sino que facilite su investidura como Presidente del Gobierno, que ya se encargará él de que lo pueda hacer tranquilamente y sin romper la vajilla. De la ley a la ley, como enunció magistralmente Torcuato Fernández Miranda, pero con una diferencia, que el sagaz estadista asturiano diseñó un procedimiento para fortalecer España como proyecto colectivo, mientras que el chisgarabís madrileño que hoy rige los destinos del socialismo español pretende facilitar su fragmentación. Y es que, por mucho que les pese a los igualitaristas dirigentes de Podemos, todavía hay clases.
Otra aportación significativa del contacto bilateral del pasado 15 de Marzo es la buena disposición del Secretario General del PSOE a negociar con los independentistas sobre la base de los veintitrés puntos que el políticamente extinto Artur Mas presentó a Rajoy en su momento. Esencialmente, lo que Mas le vino a exigir al ahora Presidente en funciones y entonces en activo, fue un estatus diferenciado para Cataluña que haría de ella en la práctica un Estado Libre Asociado en los terrenos fiscal, competencial e institucional. A todo ello se ha mostrado dispuesto Pedro Sánchez a ser receptivo demostrando por enésima vez que las cúpulas de los dos grandes partidos todavía no se han enterado de que la técnica del apaciguamiento mediante concesiones no funciona con los separatistas y, francamente, si no lo han hecho a estas alturas de la descomposición patria es que no lo harán nunca.
No parece que Sánchez, al igual que Rajoy, sea hombre de profundas y sosegadas lecturas, pero al menos debería ser conocedor de nuestro rico refranero y tener presente su advertencia sobre lo que les sucede a los que crían cuervos que, aparte de tener más, se quedan sin ojos.