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La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Tenemos ‘poblemas’ gordos

8 de mayo de 2024

Me acuerdo a menudo de un chiste de mi infancia. No porque fuese extraordinariamente gracioso, sino por su valor pedagógico. Se trataba de un gitano que se encuentra a un amigo y le confiesa que tiene un poblema con su hijo. El amigo, cursi y metomentodo, le corrige: «Querrás decir un problema, ¿no?». «No», responde nuestro sabio caló: «Un problema es si dos más dos dan cuatro; lo que yo tengo con mi hijo es un poblemón».

Qué finísimo instinto del lenguaje. Aunque el diccionario toma por el camino de en medio y llama «problema» a todo, no es lo mismo. Están los que tienen una solución fácil, porque es técnica, aunque las matemáticas o las ingenierías necesarias no sean sencillas. Y están los poblemas donde se inmiscuyen la libertad y la voluntad (valga la redundancia), además del destino y el carácter, la inteligencia y la memoria, la fantasía y el ideal.

Mi sensación es que España en concreto y Occidente en general tienen más poblemas que problemas, y eso es peor. Veamos el caso de la inmigración ilegal y masiva, que traerá cola, como vemos en Inglaterra estos días. Otro ejemplo paradigmático de poblemón hispánico es el Estado de los Autonomías, que, si echamos las cuentas del problema de su coste, nos espeluznamos, pero hemos decidido dos cosas: no enterarnos y, a la vez, asumir que es tan irremediable como la ley de la gravedad.

La dinámica es ésa. Se niega la existencia del poblema porque no queremos encararlo y se sigue negando, afeándole muchísimo la osadía a quien proponga alguna solución, hasta que, al final, de la noche a la mañana, los mismos que decían que no existía ningún problema te dicen ahora, sin mover un músculo de la cara, que el problema es irresoluble y que no nos queda otro remedio que la conllevancia o la resignación. Pasa con las autonomías, con el aborto, pasará con la eutanasia, pasa con los nacionalismos, con la inmigración ilegal, con el paro juvenil, con la pirámide poblacional, con la decadencia de los servicios públicos, con el estado de la educación, etc.

Usando otro vulgarismo, hay que arremangarse, que siempre conlleva más voluntad que remangarse, que es reacción más remilgada. Matices aparte, no podemos permitirnos más inacción vanidosa que se transforma, de pronto, en resignación cobarde. Hay que hacer una lista de asuntos que reconvertir de poblemas en problemas para terminar solucionándolos mediante la suma de dos más dos y que nos dé el cuatro de ponernos a trabajar.

De siempre, en buena teoría, el problema de la democracia era su exceso de voluntarismo. Una confianza que podía extralimitarse en los poderes de la voluntad popular, llamada incluso soberana. Pero de un tiempo a esta parte nos han dado un cambiazo y la voluntad brilla por su ausencia.

El traidor es el que dice que no hay un problema cuando lo hay y que, cuando no le queda más remedio que reconocerlo, dice que ya no tiene remedio. Por eso hay que animar a quien nos propone soluciones y se hace el propósito de encararlas. Podremos discutir si son las mejores soluciones o las más realistas, pero esa discusión es secundaria. Lo principal, en estos momentos, es la convicción de que se puede revertir la situación y el arrojo de estar dispuesto.

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