«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor y director de cine, televisión y radio. Creció en Cuba, vivió en Venezuela, Colombia y se exilió en Estados Unidos. Columnista para medios de América Latina (El Nacional, Infobae, PanAm Post), EE. UU. (Diario las Américas, El Nuevo Herald, HispanoPost) y España (La Gaceta de la Iberosfera y Disidentia). Entre sus documentales premiados están 'Habaneceres', 'La gracia de volver', 'Coro de ciudad'. Productor de programas de análisis, debate y entretenimiento. En Radio Televisión Martí (servicio para Cuba financiado por el gobierno estadounidense) ha escrito y dirigido series especiales como '8 x 8, mujeres cubanas', 'Brigada 2506, héroes cubanos', 'Mariel 40 años' y reportajes reproducidos por agencias internacionales de noticias. Libros y revistas recogen sus textos. Fundador de Colección Fugas, proyecto editorial dedicado a la escritura de la diáspora. Miembro de la directiva de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio y del Interamerican Institute for Democracy, donde ha realizado entrevistas y audiovisuales sobre libertad, democracia e institucionalidad en las Américas.
Periodista, escritor y director de cine, televisión y radio. Creció en Cuba, vivió en Venezuela, Colombia y se exilió en Estados Unidos. Columnista para medios de América Latina (El Nacional, Infobae, PanAm Post), EE. UU. (Diario las Américas, El Nuevo Herald, HispanoPost) y España (La Gaceta de la Iberosfera y Disidentia). Entre sus documentales premiados están 'Habaneceres', 'La gracia de volver', 'Coro de ciudad'. Productor de programas de análisis, debate y entretenimiento. En Radio Televisión Martí (servicio para Cuba financiado por el gobierno estadounidense) ha escrito y dirigido series especiales como '8 x 8, mujeres cubanas', 'Brigada 2506, héroes cubanos', 'Mariel 40 años' y reportajes reproducidos por agencias internacionales de noticias. Libros y revistas recogen sus textos. Fundador de Colección Fugas, proyecto editorial dedicado a la escritura de la diáspora. Miembro de la directiva de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio y del Interamerican Institute for Democracy, donde ha realizado entrevistas y audiovisuales sobre libertad, democracia e institucionalidad en las Américas.

Cuba y el poder (detrás del poder)

30 de abril de 2021

En los últimos días, luego del VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC, el único legal en el país) he leído una serie de comentarios, expresados la mayoría en las redes sociales, que advierten que, ante los ojos e ilusiones de una buena parte de la población cubana, han crecido no sólo la desesperanza y la incertidumbre, sino también las dudas sobre quién verdaderamente gobierna en el país.

A quienes viven fuera de la Isla esto les podría parecer un absurdo, pero lo cierto es que, si no perdemos de vista que hablamos de una nación profundamente dañada, desinformada y largamente adoctrinada, entenderemos que se trata de una sensación lógica. Predecible luego de que dicha sociedad venga arrastrando, durante más de 6 décadas, esa enfermedad social que es el socialismo real. 

¿Perciben los cubanos lo que persigue el régimen con los movimientos -muy pequeños y también muy truhanescos- que ha venido haciendo en los últimos tiempos y que ha mostrado claramente en el recién terminado congreso comunista? Al parecer no se entienden del todo.

Tal vez primero necesita comprenderse que hasta casi su fallecimiento Fidel Castro se presentaba como el ser todopoderoso. Mandaba en todo. Era quien más sabía de todo. Se metía en todo. Salía en televisión lo mismo enseñando cómo funcionaba un utensilio doméstico que dirigiendo la repartición de cualquier producto. O explicando -y lastimosamente convenciendo- por qué era necesario limitarles la leche a los niños, o que querer comer carne no sólo fuera un lujo sino un delito. Era el indiscutible caudillo de la revolución.

Incluso (nunca lo olvidemos) en la película Looking for Fidel, dirigida por el adulador y malintencionado cineasta estadounidense Oliver Stone, aparece obligando a inculparse y condenado de una a unos jóvenes cuyo único delito era intentar escapar de las miserias a que les condenó el socialismo impuesto por el régimen castrista vez -a pesar de recalcar que él no era un juez-. En ese mismo documental, Castro tiene el descaro de decirle a Stone que él no era un caudillo:

“Yo soy una especie de jefe espiritual, una especie de jefe moral. Y es el poder mayor que yo tengo. No el que me da la Constitución, que no soy ni siquiera presidente de la República. Yo soy presidente del consejo de Estado. Yo no puedo siquiera nombrar un ministro. Yo no puedo nombrar un embajador ni puedo regalarle el cargo a un amigo como hacen en Estados Unidos. Así que mi poder propiamente constitucional es bastante limitado. Quizás la única razón que justifica que yo tenga responsabilidad [evadiendo la interrogación sobre su “autoridad”] es sencillamente que he acumulado mucha experiencia”, afirmó.

Esa es la justificación castrista para su permanencia ilegítima en el poder total. Menuda y cruel demagogia que Oliver Stone (autor de Pelotón, Nixon, JKF, El Salvador, Wall Street, World Trade Center y otros títulos) intentó –con alguna suerte y con evidente cinismo– legitimar anteriormente en Comandante. Tal como luego volvió a hacer en Al sur de la frontera, donde entrevista a Evo Morales, Cristina y Néstor Kirchner, Rafael Correa, Fernando Lugo, Luiz Inácio da Silva y, por supuesto, a Hugo Chávez –alumno de Castro–, a quien más dedica tiempo y apoyo en el filme, que decidió concluir con una frase tan irrefutable como cínica del propio Chávez: “Sí es posible cambiar el mundo, cambiar la historia. Es posible, Oliver”.

Es cierto que estas dictaduras han cambiado el mundo para mal y trastocado la historia para su conveniencia. Pero a Raúl Castro, a quien no por gusto también Stone entrevistó en Al Sur de la frontera, a diferencia de Fidel no le interesó tanto ejercer el caudillismo mediático como lo que sin duda es cardinal para un segundo dictador ante un público cautivo (todo un país y una teleaudiencia mundial): conservar el poder y traspasarlo a sus descendientes directos y allegados más útiles y confiables.

No es casual que luego de la muerte de Fidel, sus hijos, sobrinos de Raúl, hayan sido progresivamente apartados, al punto de que hoy casi nadie habla de ellos ni se pregunta dónde están. Y hasta uno de ellos se suicidó. O lo suicidaron, como algunos creen.  

Luego de la muerte de Castro I, ocurrida el 25 de noviembre de 2016, Castro II ocupó su lugar (vale acotar, para desinformados y olvidadizos que en Cuba no hay elecciones democráticas, sino que se trata de una dictadura comunista) y aunque al comienzo, como toda organización mafiosa que se respete, Raúl heredó los cargos de su hermano, poco a poco fue repartiendo funciones, para enviar una falsa imagen de reformista (alimentando el mito, comprado por no pocos dentro y fuera de la Isla, de que Raúl era un reformista y Fidel un inmovilista. Pura bazofia castrista) y así tener un terreno más propicio para apuntalar a su clan en cargos de importancia política y económica.

Con esta jugada, rematada ahora en el VIII congreso del PCC, hay alguna gente confundida. Cubanos y no cubanos que se preguntan: ¿Quién realmente manda en Cuba? ¿Sigue siendo Raúl Castro como el General de Ejército? ¿Miguel Díaz-Canel como presidente de los consejos de Estado y de ministros y ahora también designado (a dedo tiránico, como se elige en Cuba) Primer secretario del PCC? ¿Mandan ahora un poco más los ministros? ¿En qué manda el Primer ministro? ¿Qué papel tiene el coronel de la Seguridad del Estado, Alejandro Castro Espín, el único hijo varón de Raúl Castro? ¿O su exyerno y padre de sus nietos, Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, a quien le llaman el Zar de la economía cubana?

Pues la respuesta puede ser muy simple: en Cuba sigue mandando la familia Castro. Una dinastía de militares mafiosos que controlan el poder total, y entre cuyos negocios figura el circo nacional, donde actúan Díaz-Canel, Marrero y los demás ministros. Tal como he explicado en otra columna.

En un próximo artículo hablaré de la supuesta pugna por el poder entre Castro Espín y López-Calleja. De cualquier modo, insisto en que lo importante es no dejarse llevar por las puestas en escena y los cantos de sirenas del régimen.  

A propósito de lo anterior, el senador cubanoamericano Bob Menéndez, presidente del Comité de Relaciones Exteriores en el Senado, exigió que Estados Unidos debe apoyar al pueblo cubano sin dejarse engañar por las jugarretas del castrismo: “Mientras el régimen continúa su jueguito simbólico de sillas musicales entre oficiales, el gobierno estadounidense debe permanecer firmemente del lado del pueblo cubano en su lucha por la libertad”, expresó el legislador.

Según Menéndez (que no es republicano, vale acotar, sino demócrata) estas acrobacias del régimen castrista deben ser comprendidas como lo que son y las autoridades estadounidenses deben aprender de “errores en el pasado” a la hora de implementar las políticas hacia Cuba, donde no deben olvidarse la situación de los derechos humanos y las libertades fundamentales: “El pueblo cubano solo podrá comenzar la monumental tarea de reconstruir su país, basado en los valores democráticos y el respeto para los derechos humanos, políticos y cívicos, cuando se logre convocar elecciones libres y verdaderamente justas”, recalcó el senador por el Estado de New Jersey, donde existe una importante comunidad de exiliados cubanos.

Estas realidades –de las que hemos hablado políticos, disidentes y autores– son las que no deben perderse de vista. Por eso siempre valdrá la pena repetirlo: mientras en la Isla se mutilen las libertades de expresión y asociación, mientras los medios de comunicación estén bajo estricto control y sean propiedad del Estado, mientras el Partido Comunista sea el único legal en el país, mientras no exista separación de poderes, mientras se prohíba hasta soñar un país diferente y se siga reprimiendo el derecho (de quien se atreve) a disentir: estaremos en presencia de un régimen antidemocrático. Y cualquier supuesto cambio que se anuncie, así se vista con el más popular y hasta simpático de los disfraces, no será nunca un cambio real. O al menos no será el cambio que le urge a la nación.

Aunque muchas veces nos parezca imposible, en el principio siempre será la libertad. Y para que la libertad sea respetada es imprescindible que exista un Estado de derecho, sin el cual no puede construirse el anhelado cambio hacia la reconquista de la democracia y las libertades en Cuba ni en ningún otro lugar donde hayan sido apabulladas, secuestradas o heridas de muerte.

No es fortuito que precisamente en condenar el rescate de las libertades para así impedir la transición a la democracia, se ha basado la tristísima persistencia del castrismo. El neocastrismo bien lo sabe y todas sus coreografías están encaminadas a mantener el sistema, la franquicia castrista. Los cubanos de a pie también deberían saberlo, asumirlo e incluso hacer lo que pareciera imposible para ponerle punto final a tan larga pena. La libertad, como ha explicado el psicólogo clínico y autor canadiense Jordan Peterson, radica en escoger nuestras responsabilidades. Es evidente que sin tomar riesgos ni aceptar la responsabilidad, no puede haber libertad.

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