El panorama que se abre ante los españoles, sobre todo entre aquellos que han visto a lo largo de los últimos años el significativo desarrollo del país y el avance sustancial en las condiciones de vida de sus habitantes, con más o menos altibajos, por no mencionar aquellos pocos que por sus años han conocido la guerra y al país antes de aquella desgracia, debe de generar como mínimo una sensación de inquietud. La mayoría de este sector de población lo componen unas generaciones que gozando de un mayor o menor grado de bienestar, no han conocido las consecuencias que genera un conflicto crudo y desolador, como un conflicto bélico o una profunda depresión estructural colectiva, y está acostumbrado a gozar de unos servicios de cobertura social protectores contra las desgracias más acuciantes. Habrá excepciones, por supuesto, pero estadísticamente nada comparable a lo que existía en el pasado, no solo en España sino en Europa entera.
A ese español medio no le cabe en la mente, por pura inercia existencial y falta de sentido crítico, que tal equilibrio social, esa forma de vida, pueda desaparecer de la noche a la mañana, pero a la vez siente una mezcla de temor a lo desconocido y desazón, que le produce un profundo malestar existencial que se refleja en esa actitud generalizada de desconcierto e insatisfacción hacia la actual clase gobernante.
No sabría definir las razones que le inquietan pero se tranquiliza repitiéndose, en contra de toda experiencia histórica, junto al coro de los políticos al uso, que es imposible que haya retrocesos en los avances sociales y económicos… Temen pero no reconocen, por eso muchos se resisten apoyando a grupos de ideologías utópicas o colectivas aparentemente protectoras. No acepta que quizá se vaya a tener que enfrentar a un nuevo escenario nacional y mundial, condicionado por unas nuevas realidades, que tendrá que asumir a la fuerza riesgos, en un momento en que la vida ya no nos da demasiadas oportunidades para corregir los errores cometidos. Esa perspectiva crea la situación de desconcierto ante el camino a seguir a la hora de emitir sus votos. Se entrecruzan razones emocionales de rechazo al sistema, con su corrupción y sus abusos, pero por otra parte no quieren renunciar a él, ya que al fin y al cabo con todos sus defectos, ese es el sistema que les iba a sustentar en los últimos años de su vida, y en el que confiaban para un futuro tranquilo.
Distinta es la perspectiva de aquellos que está comenzando su aventura y se pueden jugar el todo por el todo. ¡Poco conservador puede ser aquel que no tiene nada para conservar! A las fuerzas políticas les conviene para sacar tajada agitar las aguas, para adquirir protagonismo y poder, para ir abriéndose espacio en la sociedad, ¡pero cuidado! los riesgos que se corren en esta apuesta son enormes, se expone a toda la sociedad en su conjunto: jóvenes, mayores y veteranos, por resentimientos viscerales, falsas expectativas, perfeccionismos irreales, puritanismos hipócritas, a sufrir un revés como tantos que ya han ocurrido en la historia pasada.
Pensemos por un momento que tras las elecciones de 2015 España se viera de nuevo en manos de una dirección como la de Rodriguez Zapatero y su equipo, por no agravar la cuestión y añadir una dosis de “Podemos”. ¿Cuánto tiempo creen que tardaría España en estar en una situación como la de Grecia? Lo malo es que ese panorama puede materializarse. Acuerden lo que acuerden en la UE los griegos, que son los que importan en realidad, seguirán reventados a todos los niveles, como me decía hace años un amigo argentino: Los países siempre siguen ahí los que padecen son los ciudadanos…