Cuando Abraham Lincoln rezaba durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos sabía que también lo hacían sus enemigos, que eran sus compatriotas, y con frecuencia contaba cómo su preocupación no era si Dios estaba de su lado, sino estar del lado de Dios, porque, repetía, «Dios siempre tiene la razón».
A un año de cumplirse dos décadas del 11 de marzo de 2004, los que todavía esperamos conocer qué ocurrió aquellos días que cambiaron España no lo hacemos movidos por tener razón, con el afán de imponer nuestro punto de vista, sencillamente porque es difícil tenerlo definido entre el paso del tiempo, la mentira y la sombra de los servicios secretos. Sólo cargamos dudas apoyadas en evidencias enfrentadas a la narrativa oficial de medios de comunicación y políticos de casi todos los partidos. Un relato implacable que ha señalado «conspiranoicos» y ha servido para desterrar de la vida pública a quienes aspiran a llamar a las cosas por su nombre.
Entender qué ocurrió aquellos días que cambiaron España es el principal imperativo moral de nuestra nación en el siglo XXI. Los atentados fueron diseñados y sirvieron para modificar más que el color del gobierno, que también, la inercia de un país que, con sus más y sus menos, se consolidaba a un ritmo incómodo para algunos poderes que no aceptan otras soberanías. Un nuevo paradigma. Desde el 11M, todo es 11M. La vida pública española, un lodazal de inestabilidad, resentimiento y culpa; una constante referencia a un pasado que no vivimos y un deterioro creciente del presente que, en buena parte, tampoco habitamos.
Hace hoy dos años y un día, los beneficiarios perennes de la inestabilidad presentaron varias mociones de censura ante diferentes administraciones territoriales. Mociones simultáneas e inconexas, con más aspecto de golpe político que de procedimiento burocrático, siempre contra las víctimas seculares de la inestabilidad. Los mismos que ante la primera moción de censura de VOX a Sánchez eligieron la indignidad poco después tuvieron la indignidad y varias mociones.
Los que hace años abandonaron toda intención de conocer qué ocurrió aquel 11M que les borró del mapa político y que, sin nuevos signos de consciencia, ya han anunciado la renovación de su cobardía ante un Ejecutivo que representa mejor que ningún otro este régimen, emanado de aquellos días de terror y odio, en el que la mentira es la forma de gobierno y la democracia, es decir la mayoría, el fundamento de las costumbres y normas que establecen la moral.
Como para Lincoln hace siglo y medio en los Estados Unidos, hoy en España estar del lado de la Verdad requiere sacrificios, peajes personales, familiares, materiales; pasa cuando menos por permanecer junto a quienes la buscan. No permite atajos: la Verdad no se preserva con mentiras. Estar de su lado es la elección de todo ciudadano que no olvida el 11M, y el principio exigeble a políticos, jueces y periodistas con alguna inclinación por servir.
