Los espaƱoles casi todos andamos hoy especialmente desmoralizados respecto a nuestra vida pĆŗblica. No me refiero solo a la vida polĆtica. La alta estima social que merecen ciertas figuras no suele provenir de sus mĆ©ritos, de sus virtudes creadoras, sino de su atractivo fĆsico, del dinero que pueden invertir en su promoción personal. Hay que ver la mediocridad, ramplonerĆa y hasta idiocia que caracterizan a muchas de esos individuos que consideramos āfamososā. Son los que se sienten atraĆdos por los fondos del fotocol, como la mariposa por la luz.
Se podrĆa pensar que las llamadas ācelebridadesā, los que se encuentran permanentemente descansando de no trabajar, forman un elenco minĆŗsculo y excepcional. Pero la mediocridad y la vulgaridad se presentan del mismo modo en el estrato mĆ”s amplio de los polĆticos, profesionales y demĆ”s āminorĆas rectorasā, como antes se decĆa. Se salvan muchas excepciones personales, claro estĆ”, pero mi juicio se dirige al conjunto. QuizĆ” la clave de la degradación que percibo se encuentre en el sistema de enseƱanza. Es lo mĆ”s atrasado que tenemos. Desde hace tiempo apenas se premia la excelencia. Como consecuencia tenemos ese dislate de las becas como un derecho de todos los estudiantes, y no como un privilegio que requiere merecerlo con esfuerzo.
DespuĆ©s de una larga experiencia como profesor percibo con facilidad que a muchos de nuestros ādirigentesā les faltan lecturas. Me he encontrado con algunas personas con cierto Ć©xito social que se sienten orgullosas al confesar: āA mĆ es que no me gusta leerā. Y van seguras por la vida.
Como consecuencia de lo anterior, no debe extraƱarnos que haya tanta gente desmoralizada. No se trata solo ni fundamentalmente de la forzada austeridad que nos impone la crisis económica. Por otra parte, olvĆdense de la palabra ācrisisā, que en la Historia siempre ha sido episódica. Debemos acostumbrarnos a que la tal crisis va a estar con nosotros mucho tiempo. HabrĆ” que aprender a convivir con tan aciaga circunstancia.