Ahora que se ha muerto el Papa Francisco quisiera aprovechar para subrayar las diferencias entre el islam y el cristianismo, porque la Iglesia Católica celebrará un nuevo cónclave y elegirá a otro pontífice. En cierta manera, es una ventaja. Tiene una autoridad central. También celebra reuniones de vez en cuando para adaptar la doctrina de la fe a los nuevos tiempos.
En el islam, no. Hay figuras religiosas, desde luego. Pero ninguna equivalente a la autoridad moral del Papa. También está dividido en varias corrientes. A veces enfrentadas entre sí. Incluso a muerte. Sunníes, chiitas, wahabitas.
En el cristianismo también hay católicos, protestantes, ortodoxos, etc. Pero, felizmente, se han superado las guerras de religión. Los polacos que emigraon al Reino Unido tras la caída del Muro eran católicos pero no suponía ningún problema. La Iglesia Católica ha pasado por la Ilustración, la separación iglesia-estado, el laicismo —reconocido en Francia en 1905—, la democracia liberal, la separación de poderes. A Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre. Un gran avance.
El Libro sagrado en cada una de estas religiones es también fundamental. El Corán es la palabra revelada de Alá a través de Mahoma. Por lo tanto, no se puede tocar. Lo que dice, para utilizar una expresión católica, va a misa. En cambio, la Biblia es la vida y enseñanzas de Jesús a través de los evangelios. Es muy distinto.
Los curas tienen estudios universitarios o similares. No soy ducho en la materia, pero un día se lo pregunté a un capellán de Vic y me dijo que siete años. Los imanes, en cambio, no. Son elegidos por su propia comunidad a partir del que más sabe de memoria el Corán. Dirige el rezo también cinco veces al día. Con ese horario laboral resulta imposible mantener una vida profesional al margen. Lo cual dificulta también su integración.
Y obvio, para no meterme en berenjenales, lo que piensan de las mujeres. Hace años un concejal de un pueblo de la Costa Brava me contó que, en una localidad cercana, el imán en cuestión la hacía bajar de la acera si se topaba con una de ellas. Por eso la evolución del Islam es tan complicada. Dicho con todo el respeto para los musulmanes. Hace años leí el libro de Acemoglu y Robinson Por qué fracasan las naciones. De hecho, en el 2024 les dieron el Nobel de Economía.
Me llamó la atención, entre otras cosas, que el Imperio Otomano prohibió la imprenta en 1485. Una herramienta fundamental para la difusión del conocimiento. «No fue hasta 1727 cuando se permitió la primera imprenta en tierras otomanas», explican los autores.
A veces me pregunto si ese retraso fue fundamental en el desarrollo económico del mundo árabe. Hay más diferencias. El islam se extendió con la espada. Cuando se trasladó a Medina, Mahoma ya tuvo que defenderse de sus enemigos en sendas batallas.
Y luego, el islam se extendió con la Jihad o guerra santa. Las traducciones modernas del Corán suelen edulcorarlo pero dice lo que dice. Yo, por ejemplo, tengo uno que me regalaron en Rocafonda (Mataró): «Alá recompensará con el Paraíso a los creyentes que sacrifican sus vidas y sus bienes, combatiendo por la causa de Alá hasta vencer o morir». (Sura 9, versículo 111) O esta otra: «Los seguidores de otras religiones que no crean en el Corán tendrán por morada el infierno» (Sura 11, versículo 17).
Por eso yo siempre digo que el fin del terrorismo islámico depende de los propios musulmanes. Pero, lamentablemente, no hay ninguna autoridad central dispuesta a decir que matar al prójimo es pecado o el equivalente.
Hay quizá todavía otra diferencia. Y probablemente la más importante desde un punto de vista conceptual. Islam significa literalmente «sumisión». Con eso está todo dicho. Como suele decirse en estos casos, «el nombre hace la cosa».