«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.
Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.

Dime cosas de colegio mayor

22 de octubre de 2022

Ya ha entrado por fin en vigor la llamada ley de sí es sí. Y así, por obra y gracia de la madre de los hijos de Pablo Iglesias las mujeres españolas hemos dejado de ser violadas cada mes, cada semana o cada día, las que tienen más suerte.

Yo siempre pensé que no tengo nada de feminista, ahora me doy cuenta de que estaba perdida sin Irene. Es más, he descubierto que hasta nos gustan las mismas cosas: ir en avión privado a las rebajas de Macy’s y Saks, que nos traigan el coche a la puerta de casa —y en invierno con la calefacción puesta—, trabajar con mis amigas, e incluso abolir la prostitución. Que eso sea tan imposible como abolir que la gente se lie con su jefe —quien dice jefe dice secretario general— para ascender es un pequeño detalle del que ya nos preocuparemos otro día.

Es que yo no soy de esa gente que se queda atascada en asuntillos sin importancia. Si no estaría bramando por el hecho de que con la famosa ley de la que he hablado los violadores vayan a cumplir menos pena. Y si hay por ahí desagradecidos que se preocupan de que nos vendan como avance una norma que beneficia a los agresores sexuales será que son fascistas de ultraderecha o peor: votantes de Ayuso.

Habría una tercera opción. Tan mala que casi no me atrevo a escribirla. Quien no valore a Irene, su panda y sus leyes podría ser incluso un interno del ya célebre Elías Ahuja. De esos que se asoman a las ventanas y gritan un par de ordinarieces nada delictivas a las vecinas. Unas vecinas que no solo no se ofendieron nada —el consentimiento de las guapas debe ser que no sirve— sino que obligaron a ofenderse en su lugar a auténticas feministas con cara de notario de Portugalete. Sí, ya saben, de esas sororas, inodoras e insípidas. 

En los 70 la gente se iba a Francia a ver Emmanuelle. Cuarenta años después el feminismo patrio de los coñocojines y las chochocharlas —perdonen, la vida feminista es así, no la he inventado yo— conseguirá que nos pasemos a Perpignan para poder decirle a nuestro novio «ponte encima y dime cosas de colegio mayor». Menos mal que ese Christian Grey de pega que una vez nos vicepresidió antes de dedicarse a los podcast solo fantaseaba con azotar hasta sangrar a señoras en privado en chats de cargos públicos. Si lo llega a gritar en un balcón nos hubiera tocado jurar sobre un manual de gestión menstrual del Ministerio de Igualdad que cualquier cosa que diga un podemita no puede ser heteropatriarcal.

Y así, el progresismo, con la conciencia (sic) tranquila puede seguir «gobernando para la gente», declarando la guerra al rosa, patrocinando con nuestro dinero películas que buscan niños trans de cinco a ocho años -¿por qué lo llamamos casting cuando queremos decir corrupción de menores?- y culpando de todos nuestros males a Putin. Lo dicho: gracias Irene. 

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