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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Don Blas de Lezo ha vuelto

24 de octubre de 2022

Durante mucho tiempo, el almirante Blas de Lezo y Olavarrieta (1689-1741) yació olvidado en un rincón de nuestra historia. La intelectualidad progresista lo había arrinconado. A fin de cuentas, más de dos siglos después de muerto, Blas de Lezo era un tipo ideológicamente peligroso para el progresismo. Su vida suponía un desmentido rotundo a los tópicos de la Leyenda Negra y a las políticas del complejo y la culpa. Guipuzcoano de Pasajes, refutaba de un plumazo la propaganda nacionalista vasca. No puede concebirse un español más español que este marino al que le faltaba un ojo, una pierna y un brazo. Educado en Francia y embarcado en navíos franceses desde los doce años, cumplía la cuota debida de “europeísmo” y despejaba los temores que el apego al solar patrio despierta siempre entre la progresía. Su mando de la escuadra del Mediterráneo molestaba a quienes preferirían una historia sin Lepanto. La mirada del almirante, con su único ojo, bastaba para silenciar los tópicos de la “alianza de civilizaciones”. La heroica victoria sobre la armada inglesa en Cartagena de Indias incomodaba a los que prefieren una España olvidadiza de las glorias militares. Los nacionalistas catalanes directamente lo acusaban de haber capitaneado el bombardeo de Barcelona durante el asedio de 1713-1714. Naturalmente, es una acusación falsa, pero a los nacionalistas jamás les ha interesado la historia, sino la propaganda. Lo de dar la vida sirviendo a España era la traca final. En un tiempo de complejos y culpas impuestas por otros, morir por la patria era algo que debía descartarse a toda costa. Blas de Lezo simbolizaba, en fin, todo lo que esos políticos acomplejados querían hacer olvidar a los españoles.

A mediados de la década pasada, Blas de Lezo estaba dejando de ser ese familiar lejano al que no se invita a las fiestas

Huelga decir que, a lo largo del tiempo, Blas de Lezo mantuvo un lugar de honor en el corazón de la Armada Española, que lo honró manteniendo siempre un buque con su nombre. En Colombia, conservaron viva su memoria, pero en España, ¡ay!, Blas de Lezo no formaba parte de la cultura popular.

Los productores de cine, por ejemplo, destinaban las subvenciones recibidas a películas sobre la “memoria histórica”, la Guerra Civil, el franquismo y otros temas más gratos a la izquierda. En 2019, Santiago Abascal dijo que “hay que hacer esa película sobre Blas de Lezo. Es evidente que hay un público que garantiza el éxito. Deberíamos pedirle a Elvira Roca Barea que contribuya al guion. Y yo estoy dispuesto a irme a buscar a Mel Gibson si aquí no hay quien quiera realizarla o invertir en ella”. La respuesta del ministro de Cultura, a la sazón José Guirao, fue que la propuesta “va en la línea lamentable de crear polémicas artificiales”. 

En general, políticos, directores y guionistas se sentían cómodos con los dramas de identidad, las comedias costumbristas o los caprichos. Desde la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al poder en 2004, las industrias culturales (que, por lo común, había colonizado la izquierda desde tiempos de Felipe González) se entregaron al nuevo presidente con renovados bríos. Tal vez fue entonces —en aquellos años de la negociación con ETA, la asignatura “Educación para la ciudadanía”, el expolio del Archivo de Salamanca, la “memoria histórica” y tantos otros desmanes— cuando Blas de Lezo volvió para recordarnos quiénes somos. 

Blas de Lezo se había puesto en pie y su pata de palo ya resonaba en el pavimento de la calle

La editorial Áltera tuvo un papel importante. En ella, narró Pablo Victoria, el gran historiador hispano-colombiano, español pues de los dos hemisferios, la gesta de Cartagena de Indias en su memorable libro El día que España derrotó a Inglaterra (Áltera, 2005; Edaf, 2014). A la primera edición del libro de Victoria siguieron otros en los años posteriores en ese mismo sello editorial. José Javier Esparza publicó, en 2007, La gesta española, donde dedicaba un capítulo a nuestro marino. Al año siguiente, vio la luz El vasco que salvó al Imperio español, de José Manuel Rodríguez, (Áltera, 2008). En 2013 llegó el turno de Blas de Lezo, el valor de Mediohombre, publicado por el Museo Naval de Madrid, y de Almirante en tierra firme: la aventura de Blas de Lezo, el español que derrotó a Inglaterra, de José Vicente Pascual (Áltera, 2013). En un ámbito más académico, hay que citar Blas de Lezo y la defensa heroica de Cartagena de Indias, de José Antonio Crespo-Francés y Valero (Actas, 2014). La lista ha seguido creciendo. 

A mediados de la década pasada, Blas de Lezo estaba dejando de ser ese familiar lejano al que no se invita a las fiestas. Frente a los intentos de reescribir la historia, Lezo era un símbolo de la historia que se pretendía borrar. Mariano Rajoy había sucedido a José Luis Rodríguez Zapatero, pero en la cultura auspiciada con fondos públicos casi nada había cambiado. El Museo Naval era una honrosísima excepción en medio de un páramo público de corrección política.

Lo mejor de todo es que Lezo de verdad parece un tipo temible, un marino de los que dan cañonazos y ordenan abordajes

Pero algo se estaba moviendo más allá de los círculos de iniciados en la historia naval o la novela histórica. Blas de Lezo se había puesto en pie y su pata de palo ya resonaba en el pavimento de la calle. En 2014, en el gaditano Paseo de Canalejas, se descubría la primera de sus estatuas en este siglo. Desde que se esculpiese un busto suyo en la fachada de la Diputación Foral de Guipúzcoa, allá por 1885, el Mediohombre no había vuelto por sus fueros. En Cádiz, se celebraba, pues, un acto de reparación y de justicia. Ese mismo año, en noviembre, en los Jardines del Descubrimiento, se inauguró el monumento a Blas de Lezo que hoy se alza a la sombra de la bandera colosal regalo de la Armada que corona el conjunto de la Plaza de Colón. La plaza dice: “La nación agradecida erigió este monumento por suscripción popular reinando S.M. El Rey Don Felipe VI”. Ahí sigue, superviviente de las alcaldías de Carmena y de Almeida. Hay incluso una marca de moda que lleva el nombre de nuestro almirante. 

Así, más de dos siglos después de muerto, Blas de Lezo ha regresado con una salud admirable. Por lo pronto, sigue abriéndose paso en la cultura popular que tantos querían cerrarle. La defensa de Cartagena de Indias ya tiene su cómic. Ángel Miranda, Ramón Vega, Guillermo Mogorrón y Miguel Ángel Abad han publicado Lezo: la toma de Bocachica, que es toda una fiesta para el lector. Por lo pronto, el guion atrapa desde la primera viñeta. El dibujante, Mogorrón, no ha desperdiciado ni uno solo de los variadísimos recursos del lenguaje del cómic. Encuadres, tomas, detalles… Todo tiene un sentido dramático y un rigor histórico que nada tienen que envidiar al propio de las obras de divulgación histórica más serias. Además, han sacado una edición especial con marcapáginas, lámina y un precioso mapa desplegable que permite una cabal comprensión del asedio. Es la primera parte de una serie editada gracias al mecenazgo de los lectores y está, sin duda, a la altura de un público exigente y comprometido. No puedo sino hacer votos para que las próximas entregas salgan pronto. Lo mejor de todo es que Lezo de verdad parece un tipo temible, un marino de los que dan cañonazos y ordenan abordajes. Cuando era ministro de Defensa, el socialista José Bono dijo que “yo prefiero que me maten a matar”. Yo, por mi parte, hubiese preferido tener de ministro a Blas de Lezo.

El muro de silencio alzado durante años en torno a nuestra historia se está resquebrajando

Así que ya ven: Don Blas ha roto el silencio alzado en torno a él y su voz resuena desde el castillo de San Luis de Bocachica: “Si todo se ha de sacrificar lo haremos con gusto… y las armas en las manos”. Tiene un rictus peligroso en los labios. Le basta un solo ojo para imponer respeto. Le sobra un solo brazo para pelear. Sólo necesita una pierna para mantenerse en pie más firme que nadie. Mogorrón le ha dado a Lezo una nueva vida y resulta apocalíptico, majestuoso y fascinante.

Algo está cambiando en España. El muro de silencio alzado durante años en torno a nuestra historia se está resquebrajando. Los falsos complejos de culpa están cediendo. El edificio ideológico construido en torno a la idea de que “no hay nada que celebrar” se tambalea.

Don Blas de Lezo ha vuelto. 

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