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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

¿Dónde están los bares?

6 de marzo de 2024

Yolanda Díaz la ha tomado con los restaurantes que siguen abiertos a la una. Quiere «homologarnos» más a Europa, proceso ya imparable.

Estoy en un viejo bar de los de toda la vida y los camareros hablan, cuchichean, sobre un negocio que se abrirá al lado y les hará la competencia. No es exactamente un bar. Se anuncia como un coworking  burger area.

En España se decía que solo había bares y hasta eso empieza a cambiar. Se cierran los bares de siempre que ahora, cuando van desapareciendo, aprendemos a valorar: esas lloradas barras de aluminio, esas vitrinas donde el boquerón alcanzaba los seis meses de exhibición, esos oportunísimos palilleros…

Los bares de siempre son sustituidos por otras cosas. Cafeterías, o ni siquiera: panaderías y pastelerías con máquina de café. El alcohol cede lugar a la repostería. Todo son donuts, caracolas, cruasantitos, y muchachas de blanco nos ponen el café con una galletita de canela.

Esto estaría muy bien si fuéramos como las entrañables señoras hegemónicas, pero no tenemos su infraestructura de amigas, ni su conversación. Si tuviéramos su temperamento y un grupo compuesto por la Puri, Charito, Romualda y la Dorita, iríamos felices a pedirnos unos brioches y un con-leche y hablar de nuestras cosas, pero siendo como somos, ¿qué haremos allí?

Se mueren los bares. los Bar Paco, Manolo, Casa Pepe. Esos bares que tenían el nombre del dueño o el homenaje al lugar de origen: Los Malagueños, Bar Palencia… Carlos García-Mateo, atento y sensible, les hizo hace poco un bonito homenaje con tono de elegía.

A los que iban al bar se les llamaba parroquianos y ahora comprendemos; eran auténticas parroquias de barrio con un casticismo asediado por todos los frentes.

Estamos rodeados de modernos, de horteras y de hijos de puta. Pero no quiero ponerme tremendista (aún no, Hughes, aún no…). Hay también una razón demográfica y cultural: todo se feminiza y se hace saludable y los españoles, que nos creemos todos descendientes de la pata de Ferrovial, rechazamos ser camareros. Eso es el gran problema de España: geopolíticamente somos camareros, pero no nos resignamos a nuestro sino. Así que quienes mejor están manteniendo esta institución cultural son los chinos, con su gran capacidad para el negocio familiar. Cuando cogen un bar de este estilo lo quintaesencian. Le aplican a todo el mismo método: imitan una tecnología, y la desnudan, la dejan con lo sucinto. Hacen bares huaweis. Así, los bares chinos, mondos y lirondos, son bares donde el casticismo se entristece, se depura; se hace el bar, si cabe, más castellano y desolado.  A la tristeza habitual se le suma la tristeza china, pero aun así lo preferimos.

-¡Chu Lí, ponme un doble!

También puede haber algo de oscilación histórica. Azorín ya notó en su época cómo los cafés eran sustituidos por los bares. Los cafés eran sitios para estar, para estarse, mientras que los bares incorporaban una velocidad distinta y en ellos se estaba de paso; se entraba y salía sin mucha parada y ninguna fonda. Ahora, aunque surgen establecimientos donde el café se sirve aun más rápido según una filosofía de lo exprés (las tontas neoyorquinas macchiato en ristre) vivimos una vuelta al establecimiento reposado. Ahí es donde entran las pastelerías-cafeterías, los brunch, los cibercafés con gentes mirando pantallas y las franquicias desalmadas de alimentar solteros. Añoraríamos menos los bares clásicos si estos nuevos sitios pudieran aproximarse al viejo café, el café-cripta, pero para eso habría que elegantizarlos y dotarlos de pedantería. Que no sean solo dispensadores femeniles de glucosa.

El tiempo no vuelve.

Se fueron los cafés decimonónicos y ahora entran en crisis los bares del siglo XX, donde se recogía, de una sola mirada, el brutal tránsito de lo rural a lo urbano y con ello todo el transfuguismo del arado. Sin ellos, ¿dónde meternos? ¡Solo hay globalismo y modernos computerizados o señoras hors categorie mojando el susú!

¿Dónde está la gente? ¿Dónde están los bares? ¡Dónde está España!

Soñemos, deliremos: como si el aluminio de las barras clásicas de los bares se hubiera destinado todo a las lamas del nuevo Bernabéu. ¿Estarán allí, colosal cementerio de baretos? ¿sobreviven allí las barras de esos bares, sacrificado su casticismo en esa membrana futurista?

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