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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Contra el catolicismo político actual

8 de junio de 2017

El cardenal Osoro, arzobispo de Madrid, ha participado en las II Jornadas Universitarias de la Asociación de Jóvenes Investigadores en Ciencias de las Religiones, junto a representantes del Islam, la Iglesia Evangélica, el budismo y el judaísmo.

Dos han sido las contribuciones más destacables de Su Eminencia, tal y como informa el portal digital infocatolica.com. Primeramente, se ha manifestado contra los intentos de expulsar a las religiones de la vida pública diciendo: “Las confesiones religiosas son parte de la sociedad, no la sociedad. Tienen derecho a intervenir, pero como un actor, no el actor”. En segundo lugar, Osoro ha condenado el “nacional-catolicismo” diciendo, según el citado medio digital, que “no queremos cristiandad que confunde Iglesia y Estado, al modo del nacionalcatolicismo, ni tampoco un secularismo que pretende expulsar lo religioso de la sociedad. Esto es totalitarismo, hay que decirlo así.

La tentación de cualquier Estado es la propia de cualquier lógica del poder, también del religioso, que busca ocupar espacios que no le corresponden”. De esta afirmación teórica el cardenal deriva una conclusión práctica: así según dice infocatolica.com, “esa presencia en la vida pública y en la política, en el caso de la Iglesia, corresponde en primer lugar a los laicos y se canaliza a través de diversas opciones posibles. El arzobispo de Madrid habló de la decisión de su predecesor, el cardenal Tarancón, de rechazar la creación de un partido católico, animando por el contrario a la participación de los seglares cristianos a través de «las opciones que crean convenientes para promover la justicia, la libertad y el bien común”.

Que conste que el que esto escribe no es partidario de imponer, utilizando la coacción del Estado, ninguna idea religiosa pero tampoco puede evitar pensar es que lo que Su Eminencia pretende no es si no apuntalar un modelo de Iglesia fracasado, que ha colocado a la Iglesia católica contra las cuerdas, tanto frente a la clase política como dentro de la propia sociedad. Este modelo, abiertamente en declive, es exactamente el que defiende ahora Monseñor Osoro y, antes que él, defendió Monseñor Tarancón.

En nuestra singladura por las páginas (web) de esDiario, antes “El Semanal Digital”, expusimos nuestra opinión al respecto en el artículo fácilmente accesible en internet y titulado “La Iglesia católica: 80 años después” (22.7.2016). A grandes rasgos, expusimos allí el enorme esfuerzo realizado por el Estado franquista en la defensa y promoción de la Iglesia católica. Señalamos el progresivo alineamiento de la Iglesia con los archienemigos de la Iglesia, sus antiguos verdugos, todo ello con las bendiciones del Obispo de Roma.

Pero lo que aquí interesa y que nos gustaría señalar, es lo infundado de la actual pretensión clerical de pensar que en la “democracia realmente existente” la Iglesia puede concurrir como un agente más. Eso es lo que se desprende de las palabras de Monseñor Osoro: “El Estado debe ser aconfesional, la sociedad es religiosamente plural y cada vez más plural”, ha añadido el Cardenal. El principio de “a Dios lo que es de Dios supone que el Estado haga todo lo que debe hacer, que es mucho: regular la convivencia, ser transparente, asegurar los derechos de todos, promover la igualdad… Pero solo lo que debe hacer”. Esta idea gravita en torno al manido principio de “subsidiariedad”.

Indudablemente, quién habla así se resiste a entender que los hechos le desmienten de manera terminante. Resulta patético escuchar a las jerarquías eclesiásticas quejarse del “laicismo que nos invade” cuando son ellos precisamente los que han propiciado la citada invasión. Primero, creyendo que los enemigos de la Iglesia, los que no solo quieren expulsar a la religión de la vida pública si no también si pudiera de la vida física, no van a dejar de pretender tan oscuros fines por mucho que el Cardenal quiera congraciarse con ellos. Y es que, contrariamente a lo que pensaba Emmanuel Kant, también puede pecarse de buena voluntad.

En segundo lugar, la pretensión de la jerarquía católica de aparecer en público en pie de igualdad con “las otras confesiones” no es si no el guiño que hace una Iglesia dócil para con el poder, al Estado multicultural que tanto gusta precisamente a los enemigos de la Iglesia. Lo quiera o no Monseñor Osoro, la Iglesia católica en España juega en otra liga que los evangélicos, los judíos o el Islam porque ha sido ella la que ha pergeñado la conciencia colectiva española durante mil años y la que ha sostenido –y aún sostiene- la moralidad pública o lo poco que queda de ella.

La Iglesia católica es una pieza esencial de nuestra identidad precisamente por el “nacionalcatolicismo” multisecular de Isabel la Católica, Carlos V, Fernando II el Santo y los miles de Iglesias, conventos, órdenes militares y civiles, santuarios, costumbres –amén de las más importantes páginas de nuestra literatura, la arquitectura, etc-, y que ahora Monseñor Osoro quiere echar al baúl de los recuerdos de la “tolerancia” moderna. ¿Cómo puede compatibilizar Monseñor su condena sin matices del “nacionalcatolicismo” con un país que ha sido “nacionalcatólico” durante casi toda su existencia? ¿Cómo puede explicar el cardenal que esa condena del “nacionalcatolicismo”, proveniente de una Iglesia que busca amoldarse al poder de turno, coincida precisamente con las horas más bajas de esa misma Iglesia, en vocaciones y en sentir católico general de la calle?

Todo esto es no querer enterarse. Los hechos demostrarán que por mucho que la jerarquía abunde en su profesión de fe democrática, los enemigos de la Iglesia arreciarán más y más contra ella, no menos. Al final, las concesiones llevarán a más concesiones, pero siempre del mismo lado.

Esta falta de comprensión de la realidad es la que ha llevado a la formulación de un catolicismo político, morigerado en lo estrictamente doctrinal, que ha incorporado ciertas dosis -letales- del signo de los tiempos. No es casualidad que, por ejemplo, la COPE en los últimos años haya sido el instrumento preferido de la propaganda fundamentalista de los ultraliberales –por si fuera poco, no creyentes- que han conseguido sustituir el pensamiento tradicional español por el neoliberalismo fabricado en Washington.

No es de extrañar tampoco que la Iglesia tenga un discurso sobre el problema de la inmigración que no difiere demasiado del de “Podemos”, ni es rara su inacción para con las leyes “de género” promulgadas por la Asamblea de Madrid –recuérdese el vergonzoso silencio en el tema del autobús “transfóbico”-, y tampoco sorprende que las aberraciones en el culto por el lado “progresista” sean toleradas, al tiempo que se combate con contundencia todo lo que recuerda a la Iglesia multisecular.

 Este catolicismo político, por su amplia connivencia con lo esencial de la modernidad y por su tolerancia para con los enemigos de la propia Iglesia y de la nación, es con frecuencia solo una entidad subversiva más, a veces por acción y a veces por inoperancia Su resistencia a apoyar un partido católico es una buena prueba de ello. A ver si los que tal partido anhelan toman buena nota. Aunque al menos no son ellos los únicos que no se enteran de cómo funciona la cosa.

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