«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Peste liberal

14 de junio de 2017

En Francia acabamos de ver a todos los partidos -todos, desde la izquierda más lunática hasta la derecha- unirse para evitar el triunfo de Marine Le Pen. No es de extraña. En aquél país es habitual que, en muchos departamentos, el candidato de la derecha pida el voto para los socialistas a fin de que no triunfe el mayoritario Frente Nacional. El fenómeno sucede en otros países, como Austria, tan “avanzado” que un tecnócrata como Alexander Van der Bellen, nacido del abismo insondable del capitalismo al igual que su colega Macron, recibe apoyos de izquierdas y derechas para que no triunfen los “populistas”.

Los liberales saben bien de que hablo: ellos sacan fuerzas de su odio cerril contra cualquier competencia del Estado para enfrascarnos en el dialelo insoluble socialista/liberal. Para los liberales el Estado siempre es “grande” -el mercado nunca lo es- y si hay paro en España se debe a la estupidez de nuestros connacionales que se niegan a emigrar. Como escuché una vez a uno de ellos: el mercado nacional no existe porque la frontera actual es el mundo. Por eso uno debe estar siempre dipuesto a hacer las maletas cada dos o tres años y largarse a donde Recursos Humanos le asigne. Pero pese a todo siempre hacen causa común con sus odiados socialistas, a fin de oponerse a algún “populista” desgraciado que piensa que el Estado se legitima por su servicio al pueblo, no a entidades transnacionales, tipo ONU o tipo empresa mastodóntica.

En este sentido, no compartimos el anti-izquierdismo cerril de nuestros coetáneos liberales. Son capaces de decir que Pablo Iglesias es “letal” para España, que lo es. Pero no dicen que ellos contribuyen a la marcha de los acontecimientos que posibilita el florecimiento de los “Iglesias”. Blasonan de “mejorías” que solo ven ellos y que descansan en estadísticas que simplemente prescinden de la información que no les interesa. Son incapaces de percatarse de que la vida es cada vez más difícil para un número creciente de personas y entregan la soberanía nacional a espaldas del escrutinio democrático, a profetas de recetas fracasadas.

Comparten por activa o por pasiva toda la basura cultural que arroja la izquierda en su ventilador particular: desde la “ideología de género”, tan cara a Cifuentes, hasta el revanchismo rencoroso de la inderogable “memoria histórica”. En todos estos asuntos, el PP difiere de la ultraizquierda en cuestiones de escala y, si las cosas se ponen demasiado feas, siempre pueden abstenerse en una votación y decir que “lo que importa es la economía”.

Resulta imposible no taparse la nariz ante su cinismo, un cinismo que consiste en jamás, jamás, decir cuales son los fines que realmente persiguen. En el fondo dejan hacer a la izquierda para modelar la sociedad a su manera, aunque para ello resulte obligatorio arrasar la sociedad multisecular, construida por nuestro pueblo generación tras generación. Destruyen la soberanía del Estado y lo criminalizan sencillamente porque ellos quieren el poder en el lado difuso, pero omnipotente, de los conglomerados de empresas, de donde salen sus recursos.

Azuzan el señuelo de un patriotismo de cartón piedra, puramente retórico, que escenifican con apelar al país ante la conciencia abiertamente antinacional de la izquierda. Por lo demás, la política del día al día no difiere de la de sus enemigos salvo en matices e intensidades. El resultado es que mientras que los liberales quieren la supresión de lo nacional vía mercado, sus teóricos enemigos quieren lo mismo por la vía expeditiva de la represión y el “escrache”, de los fiscales “contra el odio” y del código penal. Por eso al final siempre se van de “cuchipandi” electoral, cada vez que asoma alguno que no pertenece al cártel.

Ahora lo que debe preocuparnos es que no van a tolerar en el poder a ninguno salvo a los partidos homologados. El caso de Trump es paradigmático: es criticado por aquello que ellos -el “establishment”- no comparte: la lucha contra el invierno demográfico, la recuperación de la soberanía nacional y el patriotismo económico. Pero no critican jamás las vertientes más erráticas y destructivas de la nueva administración norteamericana: su tolerancia para con la dictadura de los jueces, su inoperancia para luchar contra una inmigración contra la que voto su electorado, el expansionismo militarista en Oriente Medio y Europa del este o el servilismo para con el “lobby likudnik” de Washington.

En lo que les parece bien, dejan hacer al nuevo gobierno pero mientras tanto, van urdiendo con todo el partido demócrata la conspiración del “impeachment”, basado en la burda propaganda de una supuesta “trama Rusa”, incapaz de aportar un solo dato probatorio hasta la fecha. En el fondo, Trump es un “outsider” intolerable porque él demostró que lo que la gente quiere no es lo que le ofrecen los partidos al uso.

De ahí que cuando gobiernan los homologados es “el pueblo que se manifiesta”. Pero cuando no, siempre habrá una docena de Soros que organicen la oposición a golpe de cheque y a todos los niveles. El paradigma Trump es la demostración más palpable de que la democracia, hoy, es una argucia retórica que se pone entre paréntesis cuando alcanza democráticamente el poder aquél que simplemente no gusta a algunos. Las formas comedidas de los políticos liberales escamotean el calado y lo terrible de su intención real. De ahí que clérigos ignorantes y “aggiornados” se presten a darles la bendición hereje de la tolerancia con lo intolerable. Y si no, en España, que se lo digan a la COPE y 13TV.

 

 Por último, presumen de defender la libertad, una “libertad” que es en realidad la del zorro en el gallinero. Hace falta cara dura. Peste liberal.

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