Por Enrique Domínguez Martínez Campos
A mediados del pasado mes de febrero escribí un artículo que titulé “Aún nos quedan las Fuerzas Armadas”. En él ponía de relieve que, sin apenas medios económicos, con ímprobo esfuerzo, en silencio y con un espíritu de sacrificio muy superior al de otras muchas instituciones del Estado, la Fuerzas Armadas españolas (FFAA) y, en concreto, el Ejército de Tierra, eran capaces de mejorar sus métodos y procedimientos operativos con un solo propósito: defender la seguridad y libertad de los españoles y la integridad territorial de nuestra Patria.
Pero, si el Ejército es capaz de lograr, a través del estudio y la experiencia adquirida en teatros de operaciones tan diversos como Afganistán o Mali, mejorar sus métodos y procedimientos operativos para, fundamentalmente, salvaguardar la vida de sus soldados –el elemento esencial de nuestros Ejércitos- y evitar bajas en las poblaciones civiles a las que, allá donde acude, tiene por misión proteger y ayudar, también es cierto que precisa para ello de los mejores y más modernos materiales para conseguirlo.
En aquel artículo del mes de febrero escribí: “Porque, según esta democracia peculiar que vive España, parece que es mucho más importante que los dineros de todos los españoles –una gran parte de los mismos- se dediquen a subvencionar a otras instituciones, a otras empresas, a otras organizaciones que, por muy importantes que sean, no creo que puedan compararse, ninguna de ellas, a la esencial labor que desempeñan las Fuerzas Armadas españolas cuando, además, ponen muertos encima de la mesa para defender los intereses de nuestro país. Y es que los Ejércitos (de España) no cuentan con ningún tipo de subvención –ni la quieren, por supuesto- como sí la tienen los partidos políticos, organizaciones sociales (sindicatos y patronal), ONG absolutamente innecesarias, organismos públicos y privados, instituciones estatales, autonómicas y locales…”.
En definitiva, el derroche del dinero público que se evapora para que seamos nosotros, los españoles de a pie, los que mantengamos varias Administraciones públicas que triplican, cuadruplican o quintuplican la burocracia, así como sus empresas, miles de cargos públicos, asesores, etc., lo que provoca es el déficit para el mantenimiento de servicios públicos fundamentales -por ejemplo, sanidad y educación- y, por supuesto, los miserables presupuestos que se asignan a nuestras Fuerzas Armadas y, en concreto, al Ejército de Tierra.
¿A cuento de qué viene esta dura queja sobre dispendios económicos incomprensibles frente a las necesidades que muy pocos perciben como imprescindibles para defender a España de cualquier ataque, proceda de donde proceda?
Por desgracia, el nivel cultural del pueblo español, hoy por hoy, es lo suficientemente mediocre como para que no se entere, no quiera saber o se oponga, a que su Ejército de Tierra disponga de los mejores medios, precisamente para estar siempre al mejor servicio de ese pueblo al que tiene la misión de defender. Con la particularidad de que, en general, los políticos españoles de la más variopinta ideología no dan importancia, ni crédito e, incluso, se oponen por puro tactismo políticos, a mejorar sensiblemente los presupuestos de los Ejércitos españoles. Y, naturalmente, los seguidores de esos políticos -el pueblo español en general- asumen lo que sus políticos deciden.
Al margen de que ese pueblo, en las encuestas del CIS, sitúe a las FFAA españolas en uno de los primeros lugares de la lista de instituciones mejor valoradas, lo cierto es que, ese pueblo, posiblemente no estaría dispuesto o no comprendería que este o aquel gobierno decidiera, en un momento dado, aumentar el presupuesto militar en detrimento de esas Administraciones y organismos públicos a las que, al parecer, todos los españoles quieren muchísimo porque “son las suyas”, “las nuestras”, a pesar de lo carísimas que nos resultan y que pagamos con unos impuestos cada vez mayores. Pero, ¿cómo es posible que una mayoría de españoles pueda pensar así?
Tengo para mí que, al margen de su nivel cultural, el pueblo español está bastante desinformado de una realidad que es innegable: los enemigos de España están ya dentro y alrededor de nuestro país. En una escalada continua de detenciones las Fuerzas de Seguridad del Estado están tratando de frenar con eficacia a los individuos aislados y a las células organizadas del yihadismo terrorista musulmán en territorio español. A nuestro alrededor las áreas de influencia de ese yihadismo que afecta a España están ya en Libia, el Sahel, el golfo de Guinea, en Túnez, en Marruecos… A sólo unos kilómetros de las costas del sur peninsular y de Canarias. Ese peligrosísimo enemigo está dispuesto a todo y ”Al Ándalus” es uno de sus objetivos preferentes. Que conste que esto no es alarmismo. Ésta es una realidad a la que las FFAA españolas ya se están enfrentando fuera de España.
¿Qué podría ocurrir, por ejemplo, si, después de terminar Libia como “Estado fallido” en poder, en buena parte, del extremismo yihadista, ese extremismo lograra imponerse también en Argelia, Túnez o Marruecos? Que no le quepa ninguna duda a nadie que España tiene muy cerca una amenaza real, una amenaza muy peligrosa frente a la que hay que prepararse para evitar una tragedia. Y debe tenerse en cuenta que los Ejércitos de España deben anticiparse a cualquier reto que provenga de esa amenaza real. ¿Qué significa eso de anticiparse?
Un viejo proverbio dice que “si quieres la paz prepárate para la guerra”. Prepararse para la guerra no es sólo mejorar los métodos y procedimientos operativos desde el punto de vista del planeamiento de las operaciones militares. Consiste también en dotar a los Ejércitos –y, en este caso, al Ejército de Tierra- de los medios materiales más eficaces y más modernos para poder hacer frente con éxito a cualquier agresión procedente del terrorismo y de la agresividad yihadista. Esta preparación intelectual y material no se puede improvisar. Ni se puede dejar en manos de otros ejércitos, europeos o norteamericanos.
El Ejército de Tierra está actualmente en el mínimo imprescindible para cumplir las necesidades operativas que de él se demanden. El Ejército de Tierra precisa rejuvenecer sus Tropas, cuya edad media supera la más conveniente. El Ejército de Tierra necesita de una financiación adecuada que le permita la adquisición de nuevos materiales, imprescindibles para ser más fuertes que el enemigo. De las más de 80 misiones llevadas a cabo en el exterior por nuestras FFAA desde finales de la década de los años ochenta, el Ejército de Tierra ha participado en 66 de ellas con 117.211 soldados. En definitiva, si deseamos que el Ejército de Tierra español cumpla con eficacia su misión, si los españoles son conscientes de que su seguridad, independencia y libertad dependen en gran medida del poder de disuasión de su Ejército de Tierra, exíjase a los gobiernos de España lo que hoy, a todas luces, es raquítico y miserable: un presupuesto que esté más próximo al 2% del PIB español, que no al 0,5% como está hoy.
Recordemos que ese presupuesto para las FFAA, y para el Ejército de Tierra en particular, ha ido disminuyendo año tras año hasta convertirse casi en los créditos necesarios para pagar al personal de los tres Ejércitos. Y poco más. Con estos mimbres, ¿con qué clase de Defensa cuenta nuestro país? Hoy, el Ejército de Tierra dispone de 1/3 del dinero que tuvo en 2008, por ejemplo.
¿De verdad es esto lo que desean y quieren los españoles? ¿Un gasto público inmenso con tanta Administración superpuesta antes que tener garantizada la seguridad integral de nuestro país? Porque, si es así, que a nadie se le ocurra después pedir y exigir responsabilidades a unas FFAA incapaces de frenar a un enemigo que, en cualquier momento, puede intentar hacerse dueño de un “paraíso” que consideran suyo y que en su día llamaron “Al Ándalus”.