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Abogado. Diputado Nacional de VOX por Ciudad Real. Portavoz de la Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Abogado. Diputado Nacional de VOX por Ciudad Real. Portavoz de la Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación.

El campo español y la miopía de Von der Layen

23 de septiembre de 2022

La puesta en marcha de la nueva Política Agraria Común (PAC) traerá consigo un empeoramiento de las condiciones para los agricultores y ganaderos y un descenso de la calidad y la seguridad de los productos alimenticios. La nueva PAC está diseñada fragmentariamente, con la vista puesta sobre todo en las agendas globales medioambientalistas, en el exterior y en los acuerdos mundiales de libre comercio. 

Una PAC que implica más obligaciones, más burocracia, más condicionalidad, menos producciones, más trabas ambientales y con menos dinero. Un Plan Estratégico para España que supone la ruptura de los equilibrios territoriales, por dañar el modelo social y profesional de agricultura, por elaborarse sin diálogo real, sin estudios de impacto y contraviniendo todos los criterios técnicos y agronómicos.

No es algo nuevo, es la propia evolución de varias décadas hasta la PAC que hoy nos encontramos. Es el fruto de políticos serviles a ese Moloch burocrático en que se ha convertido Bruselas, políticos como Von Der Leyen que, como muchos otros, se esconden tras el fanatismo climático para salvaguardar los intereses globales más siniestros frente al interés de Europa.

Un pueblo incapaz de producir sus propios alimentos no sería un pueblo soberano e independiente

La nueva PAC tiene un carácter eco radical y globalizador. Y olvida el origen de las ayudas, creadas para compensar la pérdida de renta agraria que supuso la entrada en la Unión Europea y para hacer a Europa autosuficiente en alimentos y materias primas. 

El campo es algo más que un sector de la economía nacional. El agricultor es, ante todo y como siempre, el principal operador ecológico del país. El 80 por ciento de la superficie nacional, incluyendo las áreas más sensibles desde el punto de vista natural, sólo es recorrido, explotado y tutelado por el campesino, que no recibe ninguna compensación relevante por este servicio a la comunidad. Además, la agricultura es el fundamento último de la existencia de esa comunidad nacional: un pueblo incapaz de producir sus propios alimentos, al menos hasta un nivel de subsistencia, no sería un pueblo soberano e independiente; no se trata tanto de hacerlo cuanto de poderlo hacer en hipotéticos tiempos de crisis como los que vivimos en el presente. 

En otro orden de cosas, sólo la agricultura y la ganadería permiten fijar habitantes en la España interior, cuya despoblación histórica se debe a las sucesivas revoluciones agrarias, y que está en muchos casos ya en el límite de poder ser considerada geográficamente un desierto.

No se puede asfaltar el mundo entero o llenarlo de placas fotovoltaicas, no se puede importar los alimentos esenciales

Europa carece de una estrategia territorial coherente. En otro caso, la nueva regulación agrícola sería inexplicable. La PAC y su reforma se han hecho, una vez más, pensando sólo en compromisos políticos internacionales —agendas medioambientalistas, apertura a las importaciones y de productos del Tercer Mundo—. La PAC y sus diseñadores pecan de un solo vicio, y éste es el economicismo: en el sector primario se ve en los despachos sólo un aparato productivo, en libre competencia con otros países y con otros sectores. La miopía es tan profunda, sus prejuicios tan asentados, que ni ante la posibilidad de crisis alimentaria por la guerra en Ucrania son capaces de admitir el fracaso de las fronteras abiertas o la acuciante necesidad de soberanía alimentaria. 

En la mentalidad de los gestores, la superficie agrícola y forestal es sólo una reserva de suelo para las ciudades y para sus necesidades crecientes de suelo urbanizable, de deslocalización industrial, de producción energética y de ocio consumista. Reducida a la impotencia la agricultura, la España interior, como gran parte de Europa, vendría a ser sólo una suma de parques temáticos, de basureros, de factorías contaminantes, de infraestructuras al servicio de la ciudad y de conjuntos histórico-artísticos con anejo campo de golf.

Se avecina un cambio radical. Si seguimos así, desaparecerá la mitad de las explotaciones agrícolas. La despoblación no se frenará, ni tampoco el invierno demográfico. Una inmensa maniobra especulativa está llegando ya al campo español, en los términos descritos, sin ninguna consideración a las tradiciones, al medio ambiente ni a los actuales habitantes.

No es lógico, salvo en una lógica económica mezquina y a corto plazo. Si Europa ha de ser una realidad potente, autónoma y equilibrada, es suicida sacrificar a la cultura del beneficio el futuro del territorio y de los ciudadanos. No se puede asfaltar el mundo entero o llenarlo de placas fotovoltaicas, no se puede importar los alimentos esenciales, no se puede renegar de todas las generaciones que nos han precedido. Hacerlo hará ricos hoy a algunos y desgraciados mañana a todos.

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