«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

El centrismo extremo

22 de julio de 2023

De un gallego a mitad de una escalera suele decirse que no se sabe si sube o baja. No es el caso de Nuñez Feijoo a pesar de sus múltiples bandazos en esta campaña electoral: lo suyo es el centrismo extremo. O lo que es lo mismo, siempre que pueda, girará a su izquierda porque su deseo es alejarse lo más posible de su contrincante a la derecha, Vox.  

El problema del PP es que es un partido que se ha quedado anclado en el pasado. No es solamente que intente a la desesperada revivir un bipartidismo que ha sido claramente desbordado por ambos lados (y no deja de ser triste que para ello tenga que recurrir a realizar debates excluyentes, en ese cara a cara con Sánchez o la ausencia, en el más reciente de Sánchez y la Yoli contra Abascal), sino que sigue pensando electoralmente en categorías de izquierda, centro y derecha, que también han sido superadas socialmente.

Precisamente, por moverse entre izquierdas y derechas, el PP ve las elecciones como un juego de suma cero: lo que gane Vox, lo pierde el PP y viceversa. Por eso sus ataques a la formación de Abascal y sus llamamientos lloriqueantes a los votantes de Vox para que cambien el sentido de su voto. Feijoo y sus asesores no se dan cuenta de que eso sólo llegaría a valer para un proporción pequeña de su apoyo electoral y que la realidad mayoritaria es que ambos partidos alcanzan a una base social mayor porque cada uno tiene un nicho bien distinto y diferenciado. Por ejemplo, no creo que alguien que votó a Podemos en el pasado muestre ahora su fervor por el PP, pero sí podría votar a Vox si su perfil coincide con los puntos básicos que definen de esta formación. Esto es, si es obrero o agricultor, vive en barrios donde la inmigración ilegal es numerosa, tiene rentas bajas y se siente español hasta la médula. Otra cosa son los intelectuales y los señoritos de izquierda, que viven como capitalistas aunque defiendan el socialismo para los demás. Esos están perdidos tanto para Vox como para el PP, aunque Feijoo no lo sepa.

El centrismo —antes llamado moderantismo— cuadró bien en el orden liberal salido de la Segunda Guerra Mundial en el mundo y en España tras la transición de 1975 a 1978. Esto es, un sistema que cede la hegemonía ideológica a la socialdemocracia a cambio del respeto al libre mercado. El problema es que en las últimas décadas ambas patas de ese orden han evolucionado a peor. La socialdemocracia se ha ido convirtiendo en una izquierda cada vez más radical y tribalista, con sus corrosivas políticas identitarias y el libre mercado ha caído en un capitalismo de amiguetes que ha antepuesto el interés de una elite globalista a las necesidades laborales de la población, un mundo mercantil y financiero sin fronteras a la idea de nación, un mundo de ciudadanos universales al sentimiento patriótico, un orden global frente a la soberanía nacional.

El liberalismo clásico, transmutado en centrismo desde los años de Aznar y su centro reformista, ha sido un fracaso. Es verdad que los liberales españoles se creen los únicos dignos de dar carnet de respetabilidad y democracia, pero no deja de ser una falacia. Sus principios han llevado a la destrucción de un mundo donde imperaba la ley, el orden y el bienestar. Su máxima de que todo le está permitido al individuo siempre que no atente contra la libertad de otro, condena a la muerte a instituciones que sabemos son esenciales para el buen funcionamiento de la sociedad, desde la familia a la Iglesia. El liberalismo o el centrismo, ligado a las ideas de izquierda (el «coleguismo” en la educación familiar y escolar, por ejemplo), nos han llevado al fracaso de toda una generación, nuestros jóvenes, desbordados, carentes de valores y cuya máxima ambición es poder ser famosos. El centrismo y la izquierda, cada uno por sus razones, están en la base de la masiva inmigración ilegal que sufrimos, pues unos quieren mano de obra barata y otros diluir nuestra forma de vida a través de un creciente multiculturalismo.

Ser centrista, y en el caso de Feijoo, ser centrista extremo significa supeditar a España y los españoles a intereses multinacionales, empezando por una UE a la que abraza. Esa UE que nos exige desindustrializar, desagriculturizar, desespañolizar.

Cierto, Feijoo será más amable y prudente que el déspota de Pedro Sánchez, pero no por homeopático, el veneno deja de ser veneno. Su mundo ya fue y no está preparado para los retos de defender lo que es España en este nuevo mundo, acosado desde dentro y desde fuera, económica y socialmente. Y si de verdad queremos que España siga siendo nuestra España, no hay más alternativa que hacer de Vox un partido fuerte. Cuanto más grande Vox, mejor PP tendremos. No se nos olvide.

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