«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Amando de Miguel es catedrĆ”tico emĆ©rito de SociologĆ­a en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de MĆ©xico (DF). Ha publicado mĆ”s de un centenar de libros y miles de artĆ­culos. El Ćŗltimo libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su Ćŗltimo trabajo inĆ©dito: ā€œLa pasión autoritaria de los espaƱoles contemporĆ”neosā€.

BiografĆ­a

Amando de Miguel es catedrĆ”tico emĆ©rito de SociologĆ­a en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de MĆ©xico (DF). Ha publicado mĆ”s de un centenar de libros y miles de artĆ­culos. El Ćŗltimo libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su Ćŗltimo trabajo inĆ©dito: ā€œLa pasión autoritaria de los espaƱoles contemporĆ”neosā€.

El desengaƱo del globalismo

17 de febrero de 2021

La analogía resulta bastante desgraciada, pues la hermosa Tierra no parece que sea un globo a merced del viento. (La metÔfora parece funcionar en inglés; no en español). Al menos, no lo es en el sentido de borrarse las diferencias culturales o históricas, resultantes de que la población se organiza en naciones. Esa elemental circunstancia colectiva es compatible con la exigencia, de mucha gente, de valorar, cada vez mÔs, la persona y el reconocimiento de las libertades. No solo eso; otro valor, aceptado en muchos países, es la centralidad del círculo íntimo: familia, amigos, miembros de asociaciones de toda índole. No es cuestión de reconocer, solo, el impulso gregario a los delincuentes, que llamamos, organizados.

El globalismo parece que alude al hecho cierto de que las naciones se agrupan en bloques políticos, sometidos a la hegemonía de unos pocos Estados. Hay quien ha soñado con dar un paso mÔs: una especie de hegemonía de un gobierno mundial. Sin embargo, tal ensoñación no se cumple. Es indudable que han existido, siempre, ciertos imperios hegemónicos, a menudo, despóticos, o, por lo menos, imperialistas. Precisamente, en nuestros días, se asiste al canto del cisne de la hegemonía norteamericana, o mejor, de los Estados Unidos de América. Puede que sea sustituida, poco a poco, por el nuevo imperialismo de China, que tendrÔ que aceptar una interna revolución democrÔtica. Lo que no parece avizorarse es una especie de un Estado mundial, una utopía literaria, mÔs que otra cosa. Sin llegar a tanto, la ideología globalista sueña con un mundo sin fronteras nacionales, no solo por razones fiscales o de defensa, sino como una especie de hermandad universal. Sueños vanos. Lo malo es que esconden un ansia de dominio dispar, por parte de unos pocos privilegiados. El globalismo es la gran manifestación de la desigualdad, que amenaza a nuestro mundo.

Los ingentes movimientos de refugiados y de emigrantes (por lo general, ilegales) afectan a muchos paĆ­ses, sean emisores o receptores

La ideologĆ­a globalista se presenta como una extraƱa alianza del progresismo, imperante en muchos paĆ­ses, con algunas gigantescas empresas. Tal mixtura existe; sin embargo, sus propósitos chocan con amplias fuerzas en cada nación, en cada espacio cultural, que se resisten a esa dominación. Mientras exista la dialĆ©ctica indicada, no se puede decir que ha triunfado el globalismo. El hombre es un extraƱo animal, cargado de historia y de tradiciones. 

Lo anterior no significa la ausencia de problemas, comunes a todo el mundo. No hace falta recordar el terrible impacto de la pandemia del virus chino (ahora, con sus epĆ­gonos, las cepas, de otros orĆ­genes nacionales). Existen ā€œpandemiasā€ de otro orden, que significan dolencias muy graves. Por ejemplo, es claro que los ingentes movimientos de refugiados y de emigrantes (por lo general, ilegales) afectan a muchos paĆ­ses, sean emisores o receptores. En estos momentos, representan el mayor contingente de la historia. Son causa y consecuencia de mĆŗltiples desarreglos, precisamente, por su alcance internacional. No es el menor la disolución de la identidad nacional o cultural, tan necesaria como el comer. La puede ocasionar la guerra o el hambre, como tĆ­picas amenazas apocalĆ­pticas.

Aunque no lo parezca, el pretendido globalismo acaba siendo un completo desorden

Bien es verdad que se producen, así mismo, nuevos movimientos de aculturación entre esas huestes desplazadas. Pero, en la sociedad como en la naturaleza, no existen procesos de reacondicionamiento a un nuevo medio sin los correspondientes costes.

En el caso de la humanidad, superada un estadio primitivo de incesante nomadismo, se ha llegado a una estabilización de los habitantes en nĆŗcleos locales y espacios nacionales. Se podrĆ­a aplicar, en este diferente contexto, la divisa de San AgustĆ­n. Traduzco con cierta libertad: ā€œNo anheles marchar fuera de ti mismo, quĆ©date en tu sitio, donde reside la verdadā€. MĆ”s que la verdad, el sosiego, que produce el hecho de que los vecinos sean de la propia estirpe cultural de uno. Lo cual es compatible con todo tipo de movimientos migratorios, de casamientos mixtos, con tal de que sean ordenados y libres. Aunque no lo parezca, el pretendido globalismo acaba siendo un completo desorden, que, ademĆ”s, beneficia, injustamente, a unos pocos poderosos.

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