«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El discurso (III): el hablar patocrático

26 de noviembre de 2023

El discurso de investidura de Sánchez fue, entre muchas otras cosas, una joya patocrática. Recordemos la ponerología de Lobaczewski y su definición de patocracia: cuando una minoría de psicópatas gobierna a personas normales. Su gobierno (más allá: el Régimen), caracterizado por lo psicológicamente enfermizo y por el no-poder-hacer-otra-cosa, no poder ganarse la vida fuera, tendría por psicopático un impacto en el lenguaje y la mentalidad común.

En el discurso de Sánchez hubo esos momentos característicos suyos en los que la mentira es tan descarnada que parece comedia: la realidad se pone patas arriba, como si girase loca la aguja de una brújula. Se invierten los polos: lo blanco es negro, lo cierto es falso…

Así, cuando hablaba de la amenaza ultraderechista mundial animó a parar a los «autócratas» que desoyen al parlamento. ¡Lo decía él! También acusó al PP de «normalizar» a la extrema derecha. La palabra utilizada era la que da nombre a su Ley de Amnistía: la normalización. Justo lo que él propone. Hubo más monumentos a la desfachatez integral. Al presentar su «coalición de progreso» y su pacto con los separatistas lo hizo por la «igualdad» y también por «la unidad de España». Sí, su pacto con Puigdemont lo hubieran firmado los Reyes Católicos.

Al día siguiente, cuando Feijoo le tendió la mano, normalizador él también, Carmen Calvo celebró que Feijoo «volviera a la Constitución». La apropiación del término ‘constitucional’, previa destrucción de su sentido real, es algo que veremos. «A constitucionalistas no nos gana nadie», dijo un socialista no hace mucho. Muy pronto lo constitucional serán ellos.

Son sólo algunos ejemplos de los efectos patocráticos sobre el lenguaje. Las palabras se van deformando, en eso fue mortífero Zapatero, pero Sánchez nos conduce a otro sitio: al doblepensar orwelliano, a acostumbrarnos a que lo falso sea verdadero y lo verdadero falso; a que dos ideas contradictorias se usen a la vez. Esto es una paralógica, una lógica alternativa que acompaña una visión de la realidad también trastornada. Un edificio de propaganda, una burbuja periodístico-política de sentido fuera de la realidad.

Esta característica de la propaganda va más allá de lo político y psicológico. Afecta a la moral. Desmoraliza, para empezar (es mentira + humillación) pero además crea una especie de patología espiritual. El efecto continuado de lo patocrático sobre el lenguaje, el discurso y la percepción de la realidad produce un conjunto de síntomas físico y psíquicos, alienación, formas morbosas de ira y frustración o, sencillamente, la corrosión espiritual de la población, de su ánimo, de algo más allá de lo psicológico.

Cuando se dice que se ha españolizado el procés no se miente. Los pactos del PSOE y, no lo olvidemos, la paulatina aceptación mediática de su marco simbólico y semántico, de su razón ser, de su torcida razón de Estado, ha hecho que se importe también la realidad delirante. Una forma de pararrealidad que hemos de aceptar y que forma parte de la humillación y del sometimiento.

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