Si posiblemente hubo algo en las andaluzas que Vox no contempló fue que no luchaba contra Juanma Moreno Bonilla, sino contra Feijóo. Así como en Madrid el “efecto Ayuso” aupó a la mayoría absoluta al PP, el nuevo líder popular aportaba a Andalucía mucho más de lo que aportaba su dirigente regional. Es una pregunta de política ficción, pero ¿qué creen ustedes que hubiera pasado si en lugar de Núñez Feijóo hubiera seguido siendo Pablo Casado presidente del PP? Ya se lo contesto yo: Casado hubiera contaminado al PP andaluz con su imagen de caballo perdedor y, más que probablemente, muchos de los votos que acabaron yendo al PP hubieran ido a Vox.
Yo creo que estamos viviendo —aunque sea a cámara lenta— el final del ciclo político que encumbró a Sánchez y Podemos al poder. Y también creo que los españoles miran a todos lados en busca de un nuevo presidente que enderece nuestra economía, nos traiga mayor seguridad en las calles, introduzca sensatez en todos los debates ideológicos, como los de género, impulse una buena educación para todos, premie al emprendedor y que nos deje hacer y vivir al resto de mortales sin dictarnos qué tenemos que comer, beber, querer, comprar, etc.
Vox debe hacerse valer como el partido que, sin él, el PP haría poco más que lo que un PSOE menos radical haría en el Gobierno
Es más, me atrevería a decir que los españoles estamos hartos del espectáculo bochornoso del actual Gobierno, dividido, contradictorio y en el que cada facción rivaliza con la otra para asegurarse mayores titulares. Quiero decir con esto que pareciendo hoy difícil, la ola del cambio puede convertirse muy bien en un tsunami que aúpe a Feijóo a La Moncloa con una holgada mayoría absoluta. Yo no lo descartaría.
Para empezar, como he apuntado, Feijóo, alguien quien parece más preocupado en demostrar que quiere pactar con un PSOE razonable que por moverse hacia la derecha, ha resultado ser más creíble y atractivo que Pablo Casado. Puede que sea su edad, la experiencia de gobierno autonómico, su galleguismo y ambigüedades, pero ha logrado que se le escuche. A Casado se le ignoraba o ridiculizaba dijese lo que dijese. Hay quien ve en la ausencia del Congreso de Diputados el talón de Aquiles del líder del PP, pero puede que no sea así, sino todo lo contrario. No estar en todos los fregados y enfrentamientos mezquinos como los que se suceden en la Cámara baja, no sólo le protege de meter la pata en algún momento, sino que le va a otorgar la capacidad de hablar siempre desde una posición de partido, pero de institucionalidad, algo que suele gustar al electorado de centro.
Estoy seguro de que quien planteó la campaña andaluza en Vox no lo vio venir y el tan querido «efecto Olona» no dio los frutos que se suponía iba a dar. Por eso es tan importante saber a qué se va a enfrentar el partido de Abascal en los meses que quedan de legislatura. Por un lado, es cierto que las elecciones autonómicas siempre han sido un calvario para Vox, pero después del éxito logrado en Castilla y León, esa narrativa se volvía discutible. Y de hecho, en las andaluzas se salió a por todas. Las próximas llamadas a las urnas volverán a ser poco favorables a Vox: las locales por falta de aparato; y allí donde coinciden con las autonómicas, como en Madrid, el «efecto Ayuso» puede lograr la mayoría absoluta y contribuir a que el alcalde Almeida obtenga la suya. Cuando la gente huele cambio, apuesta por el caballo ganador, indefectiblemente. En estos dos últimos años, ese caballo ganador no lo encontraban en el PP de Casado, por múltiples razones. Y los ojos de muchos se volvieron hacia Vox. Los astros parecían alinearse en torno a esta formación. Pero el cambio de liderazgo en el PP ha trastocado esa alineación y los vientos corren a favor ahora no de Vox sino del PP. Nos guste o no admitirlo, nos guste o no decirlo.
La crisis que viene va a exigir una gran dosis de imaginación para poder proponer medidas que de verdad impacten en el corto plazo de los españoles
Si la dirección de Vox ignora estas nuevas circunstancias, se arriesga a la marginalización. Poco importa el número de diputados que se obtenga si con ellos no se logra estar en el Gobierno o forzar a un Gobierno a que haga lo correcto. No va a ser fácil porque oponerse a un tsunami nunca sale bien. Subirse a su cresta es la única salvación. Para ello Vox debe hacerse valer como el partido que, sin él, el PP haría poco más que lo que un PSOE menos radical haría en el Gobierno. Por ejemplo, el Grupo Parlamentario de Vox en Andalucía está ya tardando en presentar una proposición no de ley para derogar la Ley de Memoria Histórica de Andalucía, toda vez que Feijóo ha dicho que él la derogaría a nivel nacional. Pero Vox no puede limitarse a ser la voz de la conciencia o la muleta de un PP socialdemocratizado, tiene que promover políticas concretas y realizables, distintas a las del PP, que sean percibidas como acciones de gobierno, efectivas y eficaces. Sin ir más lejos, se podría copiar la legislación francesa de endurecimiento de las condiciones de envío de remesas por parte de los inmigrantes, máxime si son ilegales. No es incompatible con la medida de expulsión que propone Vox, pero es realizable a corto plazo. Igualmente, Vox debería proponer a los gobiernos autonómicos del PP una política de cambios legislativos en materia energética orientados a acabar con el marco tan restrictivo nacional sobre exploración y extracción de gas en nuestro territorio. Empezando desde el Gobierno de Castilla y León, región cuya historia está atada a la explotación del carbón.
La crisis que viene —recesión plus— va a exigir de una gran dosis de imaginación para poder proponer medidas que de verdad impacten en el corto plazo de los españoles. Vox debería estar en primera línea. El “efecto Feijóo” es real. No verlo puede ser catastrófico para Vox y, por ende, para España.