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María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

El español es mucho más que un idioma

23 de septiembre de 2023

Duele ver a España enredada en una lucha despareja por la defensa de sus valores tradicionales, pero también retempla el espíritu comprobar que hay patriotas dispuestos a dar esa batalla. Recientemente el Congreso de los Diputados ha aprobado un cambio del Reglamento para autorizar el uso de tres lenguas regionales. De la mano del socialismo y el Partido Popular el idioma español ha resignado su exclusividad, que ahora comparte con el catalán, el gallego y el vasco en un plano de igualdad. 

«Se reformó el Reglamento para permitir que las lenguas autonómicas tuvieran un papel y es razonable que así sea» declaró el funcionario. En la vereda opuesta, el bloque de diputados de VOX exigía mantener la lengua oficial como lengua oficial, y no en cualquier sitio sino, precisamente, en ese recinto. 

“Al menos que haya una Cámara en España en la que todos los españoles puedan entenderse” fue el criterio que expuso el diputado Santiago Abascal

Mientras tanto, el vicesecretario de Cultura y Sociedad Abierta del Partido Popular rechazó la petición de VOX para eliminar los audífonos y los traductores del Senado —dicho sea de paso, a un coste aproximado de 100 euros la hora—. Allí los populares tienen la mayoría, así que el resultado no será sorpresa. Se entiende que esta claudicación es parte de las negociaciones que lleva adelante Pedro Sánchez para conseguir los votos necesarios para obtener su investidura. El rédito para los populares no está tan claro, pero sí la coincidencia con el Psoe en la destrucción de las tradiciones. 

 En tiempos en los que, en casi todos los países, el tema central de la discusión pública pasa por la economía, España hace visible otras cuestiones. Porque los valores, las tradiciones nacionales, el idioma, los contenidos educativos que reciben nuestros hijos y los símbolos patrios están siendo vandalizados a través y en nombre de una forzada convivencia democrática. Hace tiempo que se izan trapos de diferentes colores y diseños que dicen representar a diversas minorías y flamean a la par del estandarte nacional, una aberración que se materializa no solamente en España. 

Yascha Mounk, es un autor que hace años viene alertando sobre el peligro en el que se encuentra la libertad en Occidente e insiste en la necesidad de «luchar por nuestras convicciones»; pero si esas convicciones se reducen al equilibrio fiscal o a la situación de la balanza de pagos, no se está haciendo foco en el epicentro de la crisis. 

Entre la revolución tecnológica y las nuevas formas de comunicación, que horizontalizaron la participación social en el debate público, más la aparición de nuevos profetas, las sociedades se sumergieron en la fantasía de creer que estaban en un proceso de recuperación del poder. Los movimientos populistas y globalistas que, en sus orígenes parecen opuestos pero que coinciden en los objetivos de control de las sociedades, se asientan en otro engendro moderno: la posverdad, que no es otra cosa que el uso estratégico de la confusión. 

Globalismo y populismo han obtenido grandes avances para sus proyectos en poco tiempo: poner en duda el virtuosismo de la nacionalidad, el idioma, las fronteras, el sistema democrático y las instituciones republicanas. Unos en nombre del poder supranacional y las ventajas de la sociedad global, otros envueltos en el discurso anti política, ambos avanzan en sus conquistas. 

Recientemente, en España han logrado construir una división más porque cuatro idiomas no es mejor que uno; es otro motivo de enfrentamiento, así como los ataques insultantes a la política no configuran un progreso hacia la sanación del sistema, sino que alimentan la famosa fórmula de los dictadores de “ellos contra nosotros”. Ambos construyen muros entre connacionales. 

Estamos transcurriendo una época rara donde megamillonarios, por lo general excéntricos, cobran protagonismo en la actividad política y, simultáneamente, en áreas del conocimiento realmente novedosas. Ellos alientan la utilización de sofisticados programas de inteligencia artificial que son aplicados a los procesos y campañas electorales, lo que abre un panorama absolutamente revolucionario con ribetes impredecibles y cuyas influencias y consecuencias no se decodifican con índices de producto bruto interno ni con bajas de impuestos. 

Estamos frente a sucesos inéditos; por un lado, la interpelación a la democracia liberal como la ejercía Occidente desde el fin de la Guerra Fría, con sus defectos pero con una innegable ampliación de derechos y un vigoroso ordenamiento institucional, sumada a proyectos globalistas con sueños de poderes transnacionales y debilitamiento de las soberanías, todo coronado en los albores de una era de absoluta sofisticación tecnológica. Este nuevo modelo que intenta reemplazar nuestro estilo de vida solo se equilibra, se detiene o se compensa con una clase dirigente impregnada de valores éticos porque es el marco humanístico de la civilización lo que está en juego.

Hay una necesidad imperiosa de líderes que sepan responder con solvencia a las exigencias que estas transformaciones imponen. No es la popularidad, no es el alto perfil sino el coraje de estar a la altura de los acontecimientos para tomar las decisiones que es preciso tomar, sin más especulaciones que ir tras el bien y la verdad. Esos desafíos no son para cualquiera. Es una instancia en la que cabe recordar las enseñanzas de Santo Tomás, «Hay tres cosas en la vida: lo que deseas, lo que pasa y lo que debes hacer, y no siempre están alineadas». Llegó la hora de encontrar más hombres dispuestos a hacer lo que se debe. 

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