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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El excéntrico centro de Edmundo Bal

1 de marzo de 2024

Surgen partidos y plataformas para concurrir a la bicoca europea, para marear y para devolvernos a Edmundo Bal. Empieza la guerra de ventiladores excrementales por el caso Koldo y llega él a ofrecer viejo centro y nueva política. ‘Otras formas’ justo cuando nos convencemos de que son estas las que nos gustan. Cuando la figura de Ábalos se agiganta como un Coloso de Rodas (sus dos gónadas chocando, clanc, clanc, contra el techo retráctil del Bernabéu),  él aparece más bien como contrafigura un poco irritante, como el centrista de Astérix y Obélix.

Con su pinta de parlanchín mesopotámico, Edmundo Bal vuelve con la plataforma Nexo (lanzadera) y su partido Cree (el racionalismo lo vamos abandonando). La historia ya le tiene asegurada un lugar porque él fue quien inventó la distancia de seguridad de la pandemia, que no fue ni el metro ni los dos metros, sino el metro y medio de la moderación.

A su modo, Bal es un hombre de Estado. El Estado, al menos, sabe que puede contar con él. El espacio «a la derecha del PSOE y a la izquierda del PP», el Callao de la política, necesitaba que le volvieran a prometer «reformas de calado» y «pactos de Estado», un enérgico reformismo consensuado, ¿por qué no?

Cuando, cansada y desencantada, burlada por muchos Ábalos, la política española se toma sola un copazo en un bar, ¿quién la sonríe seductor siempre al otro lado de la barra, siempre con ínfimas posibilidades? Él.

La idea la explicó el propio don Edmundo: según un estudio del BBVA, en España hay un millón y medio de centristas, que se definen así, y están desencantados. Se trataría de recuperarlos para el voto. A medida que expulsa gente, el Sistema trata de reintegrarla con nuevas ocurrencias; y aunque pudiéramos pensar que la gente, para volver, necesita experiencias fuertes, sabores muy rotundos, también se intenta con lo contrario. Política que no sepa a política. En un mundo que se mueve por invocaciones a Hitler y Stalin, por miedo, por comunismo o libertad, Edmundo Bal ofrece lo contrario: el centro no irónico, el centro inasequible al desaliento, el centro Ned Flanders, los que ni de unos ni de otros. Es la última línea de producto sin sal, sin azúcares, sin gluten ni lactosa, con menos de lo que ya casi no había. Edmundo Bal es el equivalente a las lonchas de pavo del espectro político.

Un pan sin sal, ¿le gustará a la gente? Hay gustos para todo.

Cuando PP y PSOE chocan sus barrigas, siempre hay alguien que piensa que cabe entre medias.

El centro es como la orilla de una playa a primera hora de la mañana. Baja la marea, la arena brillante y desnuda ofrece siempre algo y ahí aparecen las gaviotas resabiadas, que ya se conocen todas, a ver qué encuentran.

Bal es como ese tío que va siempre a las oposiciones poco estudiado y, veteranísimo, bromea a la salida: «Oye, si cuela, cuela…».

Quizás representa lo mejor y a su vez más triste del centrismo: el centrismo solitario, el centro como procesión de solitarios en contradirección.

Bal es único porque consigue hacer del centrismo algo peculiar, excéntrico, rarito. En eso consiste su genialidad: el centro excéntrico.  

¿Cuánta gente vive del centrismo? ¿Cómo de honda es esa mina? Hay auténticos expertos en la materia, pero nadie como Edmundo Bal, que siempre llega un poco tarde, o un poco pronto y tiene la función de recordarnos que, efectivamente, hay desencantados raros, apasionados del ni frío ni calor, que solo votarían si de una vez por todas les garantizan lo de siempre.

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