«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Periodista. Licenciada en Ciencias de la comunicación / Universidad de Buenos Aires. Especializada en comunicación política y en campañas políticas. Directora editorial de FaroArgentino.com. Columnista en el Diario La Prensa y en La Derecha Diario. Es autora teatral y de cuentos infantiles. Gestora y productora cultural.
Periodista. Licenciada en Ciencias de la comunicación / Universidad de Buenos Aires. Especializada en comunicación política y en campañas políticas. Directora editorial de FaroArgentino.com. Columnista en el Diario La Prensa y en La Derecha Diario. Es autora teatral y de cuentos infantiles. Gestora y productora cultural.

El Ficcionario a la vuelta de la esquina

2 de octubre de 2021
Los personajes contenidos en estas líneas son imaginarios
y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

En el cómic distópico Ficcionario, de Horacio Altuna, se cuentan las desventuras de Beto Benedetti en un futuro indeterminado en el que el control estatal sobre el individuo es total. Beto se debe someter, como todos los ciudadanos, a una especie de bioprogramador que tiene en su casa, y que usa cada día al levantarse, obligatoriamente. Cada mañana, el bioprogramador controlado por el Gobierno le realiza un chequeo de salud y le entrega una lista de instrucciones. Así, dependiendo de lo que determine el bioprogramador, Beto debe someterse a un tratamiento laxante o a un sistema de relajamiento de su tensión sexual, todo esto sostenido por la necesidad de promover el bien común y la salud de la población. No someterse a este control es delito. No entraremos acá en la cuestión de si el mundo del Ficcionario se convierte gracias a ese control en un futuro mejor (que no, o sea), sino en si se trata del futuro que queremos. El esquema ideológico en el que la salud está por sobre la libertad es un camino de ida al infierno.

No son pocos los ejemplos y los momentos históricos en los que el poder (pongámosle simbólicamente: EL REY para simplificar) está aislado. Estar aislado significa que la condición de su representación del mundo es el aislamiento. Y esto que pasa tan a menudo no afecta sólo al REY sino a las estructuras concéntricas al REY que tampoco conectan con el exterior, a las que llamaremos simbólicamente también, la CORTE. Ciertamente incluso éstas élites que contienen diversas cantidades de poder pueden tener aislado su sistema de representación, pongamos por caso parlamentos, academias, medios de comunicación, circuitos culturales. 

El problema simplemente se acrecienta si además de estar aislado el REY está aislado todo su sistema de intermediación con sus representados. Si el REY conoce la realidad a través de estos intermediarios todo aquello que crea saber sobre las personas a las que gobierna le llegará distorsionado. Esta situación es bastante ordinaria, muchas élites han pasado toda su vida aisladas y no conocen la calle de primera mano. Tantas generaciones han vivido tanto tiempo así que a duras penas podrían tomar el transporte público.

La enfermedad ya no produce en el pueblo llano el miedo de otrora, […] ya la alarma no se justifica. Pero las élites siguen a lo suyo, tratando de que el tema no decaiga

Las tensiones surgidas por el aislamiento de los sistemas de representación del poder y las demandas del pueblo llano tarde o temprano se subsanan, ¿Cómo? Bueno, depende de dónde nos deposite la máquina del tiempo: a veces con una elección presidencial ruinosa, a veces con una quiebra empresarial, a veces con un repudio a un ídolo musical, a veces con una cortada de cabeza. Finalmente la desincronización se corrige hasta el próximo desfase y así. Afortunadamente la humanidad no es una máquina y las personas no son piezas de ajedrez, nunca se sabe para dónde saldrá la cosa. Afortunadamente, de nuevo y con fervor: Afortunadamente.

La crisis covídica es uno de esos momentos en los que el REY y la CORTE están aislados y estamos justo en medio del tornado. Las élites a escala mundial tomaron mayoritariamente un camino de autoritarismo sanitario que suscribieron sus círculos concéntricos y que tuvieron un pronunciado magnetismo en la primera fase de la pandemia. Digamos que el pueblo llano acompañó (siempre hablando en promedio). Pero ese magnetismo ha ido menguando y en algunos casos ya no existe. Entonces el aislamiento de nuevo. El REY sigue convencido de su rol mesiánico sanitarista y sus élites tan aisladas como él no registran que ya no hay aplausos. Existen casos muy patéticos surgidos en lugares impensados.

La enfermedad ya no produce en el pueblo llano el miedo de otrora, ya los “expertos” no generan ni veneración ni pánico como si fueran brujos tribales, ya la alarma no se justifica. Pero las élites siguen a lo suyo, tratando de que el tema no decaiga, no especularemos sobre si esto les da beneficios o no. El caso es que existe un desfase entre lo que el Covid representa para EL REY y para las élites y lo que representa para el resto del mundo de a pie en la vida cotidiana. EL REY está aislado. 

Ante la rebeldía que provoca la caducidad de la alarma pandémica estamos viendo formas de autoritarismo sencillamente impensadas dos años atrás

Los medios de comunicación no dejan de ser uno de los círculos concéntricos del poder, parte de la CORTE y están igualmente aislados. Salvo los que se rebelan y que son oportunamente silenciados o permanecen en unos márgenes que los mantenga a salvo del radar del REY. Pero la inmensa mayoría del mainstream mediático, como sus homólogos dentro del poder, han vivido en el aislamiento y lo que conocen del mundo es el relato que ellos mismos generan o lo que crean sus pares en las diversas fábricas narrativas. 

El resultado de todo este aislamiento es que el REY y su CORTE viven de una simulación. Demasiado hay invertido en el pánico mundial covídico como para que se termine tan prontito, hay que amortizar. Mucho dinero inventado de la nada para sostener medidas, protocolos, subsidios y rescates. Lo que da forma a esa simulación es la ideología que formó al REY y a su CORTE, y es la que dice que las libertades individuales son relativas y secundarias frente a la seguridad y por tanto se suspenden si hay alarma. ¿Y qué determina si hay alarma? El REY y su CORTE. Por tanto la simulación no les presenta la menor incomodidad si se ajustan a su dogma salud>seguridad acorde a la narrativa general. 

Los derivados de la crisis covídica, tanto la vacunación obligatoria como los pasaportes sanitarios son un buen ejemplo, un catalizador. Si bien las excusas que dieron lugar a la alarma y a sus consecuencias ya no existen y lo peor de la pandemia ya pasó, la simulación se mantiene. En su aislamiento terminal el REY y su CORTE se aferran a la alarma que permite seguir tomando medidas arbitrarias y seguir conculcando libertades sin tener que preocuparse por las consecuencias. ¿Qué REY querría despertar de ese sueño? 

Los que disienten del consenso covídico son simplemente malos, asesinos seriales, perversos vástagos de Belcebú. Por tanto, ya deshumanizados, todo destino maldito lo merecen

El problema es que el grado de aceptabilidad de su simulación ha dejado de tener correspondencia con la realidad. Ante la rebeldía que provoca la caducidad de la alarma pandémica estamos viendo formas de autoritarismo sencillamente impensadas dos años atrás. Censura, violencia institucional, campos de encierro, prohibiciones de circulación y todo tipo de avasallamiento de la intimidad. Hay una idea bien novedosa: la salud privada como campo de batalla de la intervención pública: el REY ha dictaminado que es su prerrogativa fiscalizar y decidir sobre ciertos límites de enfermedad por él mismo determinados. LA DICTADURA DE LOS SANOS TIENE DERECHO A QUITAR A CIERTOS ENFERMOS DE LA VIDA CÍVICA. Por nuestro bien, claro. 

El disenso en materia covídica, por tanto, carece del mismo estatus que el resto de los disensos. Se trata de un disenso tan renegado que supera incluso los disensos relativos a la alarma ecológica. Quienes disientan del consenso covídico no son individuos que pueden estar locos o equivocados (status reservado para los que creen que la Tierra está montada sobre una tortuga gigante o que la reina Isabel es un cocodrilo). Los que disienten del consenso covídico son simplemente malos, asesinos seriales, perversos vástagos de Belcebú. Por tanto, ya deshumanizados, todo destino maldito lo merecen.

Los no vacunados contra el Covid no tienen ni siquiera el mismo estatus que los no vacunados contra otras dolencias y la sola duda sobre las virtudes del elixir anticovid es delito de lesa humanidad. La diversidad y la tolerancia permitidas a conceptos aberrantes no corren si está por medio el covid. Pero van aún más lejos: es pecado mortal negarse a informar a los cuatro vientos si se está o no vacunado. Imaginemos a alguien que en una entrevista periodística fuera así interrogado:

  • ¿Tiene usted diarrea vírica hoy? ¿Puede demostrar lo contrario? ¿Ha mostrado al entrar al edificio el certificado de su hisopado anal?

Bueno, en el mundo aislado del REY y de su CORTE esto es perfectamente normal, y hasta hay que agradecerlo. Es un mundo que castiga la duda sobre la eficiencia de una vacuna y a la vez sostiene que los no vacunados son una amenaza mortal para los vacunados. En el mundo real, el de toda la vida, en el mundo donde vienen funcionando el resto de las vacunas existentes, estas sirven para proteger a las personas de quienes están infectados, no al revés. 

Lo importante es autoconvencerse de que un carnet de vacunación y un trapo en la cara son símbolo de empatía

Sólo estando redomadamente aislados del mundo real se puede creer que esta situación no va a generar suspicacias y más rebeldías. El simulacro de realidad del REY va a caer cuanto más intolerante y autoritario se vuelva, es inexorable. Estamos llegando a un punto en el que el aislamiento y la distopía ya no pueden ser ignorados. Con el tiempo se hará cada vez más difícil justificar el hecho de que se suspendió por meses la vida de millones de personas que no corrían ningún riesgo de vida. En un futuro cercano veremos además las consecuencias psicológicas, físicas, sociales y económicas de las medidas tomadas en total aislamiento y correrán los reproches. 

El argumento colectivista de la solidaridad y el riesgo de los otros ya no es aceptable toda vez que existen, además, las famosas vacunas y sus innumerables dosis, además de ensayados protocolos de distancia o ausencia de contacto. La defensa de la libertad no puede obviar la imposibilidad del REY de tratarnos como niños que no entienden ni son capaces de asumir las consecuencias del cuidado de la propia salud. 

Mientras tanto en la CORTE, dar por bueno el simulacro del REY es una aspiración moral. El apoyo a la vacunación covid compulsiva, al pasaporte covid para no ser despedido del trabajo y hasta para entrar al supermercado es ostentar la membresía de solidario. El hecho de que sea imposible erradicar del mundo todos los virus respiratorios y que no se pueda proteger a la humanidad de las futuras variaciones del covid no tiene importancia. ¿Cuántas dosis serán necesarias para tener los pasaportes al día? No interesa. Lo importante es autoconvencerse de que un carnet de vacunación y un trapo en la cara son símbolo de empatía. 

Pero esta narración se está desfasando tanto que, tarde o temprano requerirá una corrección que recuerde cuestiones tan básicas como el derecho a la intimidad y la no intromisión del REY en la vida privada. Esta es la cuestión fundamental y no la eficacia de los medicamentos. En todo el mundo está creciendo el espíritu de resistencia y por eso se agudiza la furia contra el disenso. 

Los siglos de lucha por la libertad, la eterna vigilancia para limitar el poder del REY, las rebeliones, las cabezas cortadas y las guerras que costó la emancipación del poder tiránico incluían el derecho a asumir riesgos, incluso el de morir. La discusión no es por un medicamento más o menos, lo que está en juego es el avance del REY y su CORTE sobre la vida privada como jamás se había ensayado. A menos que queramos vivir como Beto Benedetti, no estamos muy lejos.

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