Terrible el enfado exhibido por muchos medios informativos ante la ceremonia con la cual un joven llamado Joan Roig se ha convertido en beato. Tenía sólo diecinueve años y lo mataron de mala manera tres meses después de que estallara la guerra civil del 36.
Con irritación digna de mejor causa, por tierra, mar y aire, los medios pesebreros del establishment progre -o sea, casi todos- se lanzan a criticar la presencia de 588 personas en la barcelonesa catedral de la Sagrada Familia, justo cuando el COVID hace estragos encaramado al poder destructivo de su segunda ola. Terrible irresponsabilidad: casi seis centenares de insensatos.
Después de hacer ímprobos esfuerzos, colocarse una venda, mirar hacia otro lado y silbar cualquier musiquilla, uno podría intentar pasar por ingenuo y creer en la buena fe de estos profesionales del control mental e ideológico, pero se le pasa cuando comprueba que el aforo del recinto asciende a nueve mil personas (dato importante, ¿verdad?) y por tanto los asistentes sólo cubrían el 6,5%. Y encima, debidamente separados. Esto ni se menciona: sería una pena muy grande que verdad tan evidente estropeara una buena noticia, construida además del material que sirve para satisfacer pulsiones obsesivas.
También llama la atención -pero no sorprende- que en pleno éxtasis de Memoria Histórica falseada y retorcida hasta la náusea, ningún medio de la santa progresía se preocupe por investigar, por atar cabos, por identificar y por contar a sus clientes qué pasó con el pacífico e infortunado joven al que una piara de psicópatas borró del mundo cuando casi empezaba a vivir. Ni una pista sobre los verdugos. ¿Habrán sido carlistas enajenados que escuchaban voces y decidieron ejecutar a sus hermanos en la fe? ¿Tal vez resultó víctima de la represión sobrevenida después de que el bando perdedor quedara cautivo y desarmado?
Aburre e irrita volver a asesinatos cometidos hace más de ochenta años (¿se imaginan que en 1978 los titulares periodísticos hablaran de la pérdida de Cuba?), pero existe el deber de hacerlo cuando una vez, y otra, y otra más, los hechos se esconden o falsean con el propósito de tapar las execrables matanzas de los buenos,imponer una visión única de la historia y tapar la boca -¿quién sabe si encarcelar?- al disidente.
Al grano: ni carlistas, ni militares conservadores ansiosos de cubrir los campos con la sangre del proletariado. Si tantos medios se escandalizan y claman justicia ante la presencia de 588 feligreses en una aforo apto para 9000 (tres ceros), es porque a aquel hombre pacífico y bondadoso lo mataron militantes de las Juventudes Libertarias.
Seis disparos al corazón y al cráneo. Antes de apretar el gatillo, uno de esos matarifes confesó “casi” sentirse sobrecogido cuando su víctima perdonó a quienes le habían vejado, insultado y arrancado de los brazos de su madre para quitarle después la vida y abandonarlo en cualquier paraje solitario.
Y no sólo fue Joan Roig Diggle: varios miles más sufrieron un destino parecido sin que les temblara el gesto ni dudaran de que la muerte decorosa engrandece toda una vida. Aquellos sí eran hombres verdaderos, y eso se tiene que saber.