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La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

El tornaviaje

8 de noviembre de 2021

El joven poeta José Luis de la Cuesta tiene poemas inolvidables, pero hay uno que no lo es que no se me va de la memoria. Dice: «De todas las chicas hermosas/ que entraron en el tren/ ninguna se sentó a mi lado/ nunca». Lo recuerdo cada vez que viajo porque me pasa exactamente al revés siempre. Lo cual, teniendo en cuanta la cantidad de trenes que tengo que tomar últimamente, es una suerte. Y claro, me recito el poema sin parar, dando gracias.

En esta ocasión, detrás de una gorra de beisbol, unas gafas como el parabrisas de un camión y la mascarilla reglamentaria no sabía si ella era guapa o no, aunque yo apostaba por seguir con la racha. Enseguida, se quitó la panoplia, para beber agua, y sí que lo era, como esperaba. Además, era colombiana. Y se reveló como una muy buena conversadora. Entre su acento y el mío acabamos hablando del idioma común, con una pasión que rivalizaba en ver quién lo quería más.

Entonces me dijo algo estupendo y es una pena que ustedes no puedan oírlo en su cadencia: «El reguetón ha hecho más por el idioma español que el Instituto Cervantes». Yo pensé en la cara con que lo oirían mis amigos el marqués de Tamarón e Ignacio Peyró, e incluso en Luis García Montero, todos instucionistas, y me entró la risa floja, aunque la disimulé, para que me siguiera contando. En sus viajes por el mundo, mi amiga había comprobado cuánto español habían aprendido en cualquier parte, incluyendo el Japón, gracias a los ritmos caribeños y, sobre todo, a las letras.

La fusión de razas y ornamentos triples y, sobre todo, de orgullo y dignidad a partes iguales, es una gozada

Desde luego, la creatividad de un idioma hace más por su prestigio que los cauces institucionales. Quizá el mismo Instituto Cervantes tenga estadísticas de cuántos extranjeros se acercan al estudio de nuestra lengua a instancias de un interés musical o cultural. La vitalidad del español nace de tantas latitudes tan distintas en pura ebullición creadora. Mi amiga, que había vivido en Cataluña y padecido —por lo que me contó— ciertas intolerancias idiomático-nacionalistas se regodeaba con esa potencia de ambos hemisferios que aúpa a nuestro idioma común en todos sus acentos y con sus ritmos diversos.

Ya en Madrid, adiós, adiós, fui a ver la exposición el «Tornaviaje. Arte iberoamericano en España» del Museo del Prado. Ni las pinturas ni las telas ni las cerámicas ni las esculturas ni la orfebrería cantan ni hablan, pero en el silencio se oyen los armoniosos acentos. Es una exposición impresionante como la punta de un iceberg, aunque cálido, porque permite imaginar por debajo la ingente labor de cultura diversa que se hizo en la América Hispana.

Entre otras bellezas, impresiona un «cuadro de castas», que son los que retratan, con evidente regodeo, las diferentes mezclas raciales que allí se dieron y que dan nombres llenos de gracia a las distintas combinaciones humanas. Todo eso es anecdótico. Lo impresionante es el inmenso amor (es un cuadro de amor, aunque se llame de castas) que se observa entre los esposos y de estos a la hija. Es un cuadro, en ese sentido, extraordinario, emana una luz alegre capaz de disolver cualquier leyenda negra.

Este artículo habrá conseguido su misión si siembra en ustedes el deseo de acudir al Prado

Otro cuadro esencial es «Los mulatos de Esmeralda», que representa a don Francisco de Arobe, de 56 años de edad según advierte la propia inscripción del lienzo, con dos de sus hijos, de 22 y 18 años llamados don Pedro y don Domingo. Es un cacique afrodescendiente, casado con la india doña Juana, que se resistió a la dominación española, hasta la paz le llegó con el reconocimiento de su dignidad de señor, a la vez que él se reconoce vasallo del rey de España. Eso quiere significar el cuadro, que le enviaron a Felipe III, con sus sombreros en la mano en signo de reverencia. La fusión de razas y ornamentos triples y, sobre todo, de orgullo y dignidad a partes iguales, es una gozada.

Como tenía fresca mi conversación ferroviaria y ultramarina, veía la potencia de comunidad y creación que supone tanta diversidad junta. Este artículo habrá conseguido su misión si siembra en ustedes el deseo de acudir al Prado. Como el arte iberoamericano se las hará corto, siempre pueden pagar visita a los salones de Velázquez para hacer el viaje completo.

En el tren de vuelta, por supuesto, volvió a cumplírseme la ley de Cuesta, pero al revés. Esta vez era española de este hemisferio y muy silente. Se pasó el tornaviaje sin decir ni mu, aunque medio bailando, oyendo música en el móvil. No sé cuál, pero habría sido redondo —y es posible— que fuera reguetón. 

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