Después de más de 70 años de vivir directamente nuestra Historia, la Historia de España; de haber pasado por épocas de luces y sombras; de haber vivido momentos esperanzadores y otros de gran confusión e incertidumbre; de haber soportado y superado tiempos de enorme tensión, insultos y amenazas; de haber sido bombardeado y ametrallado para pacificar otra nación y, especialmente, de haber tratado de educar, enseñar y hacer soldados de España a miles de muchachos que pasaron por las unidades que mandó quien esto suscribe, llego a una conclusión que, si no es triste, tampoco es demasiado optimista en relación con el futuro de nuestra Patria. Porque, a pesar de esta atareada vida, no he visto nunca antes en España lo que está sucediendo hoy, para mal.
Hace ya algunos años –cuatro o cinco- escribí que España ha tenido siempre la mala fortuna de contar con una clase política que, en general, ha provocado más problemas a los españoles que soluciones acertadas para la inmensa mayoría de ellos; esto es, lo que siempre se denominó como la búsqueda del bien común. Del bien de la mayoría en lugar del de las minorías para enfrentarlas a esa gran mayoría. Y en alguna conferencia pedí al auditorio que si alguien era capaz de señalarme a un solo político español de los últimos 200 años que pudiera ser designado con el honroso título de estadista, de verdadero estadista, y que hubiera tenido éxito en su gestión como tal al frente del gobierno, que no dejara de indicármelo, habida cuenta que históricamente soy incapaz de encontrarlo
Dentro de muy pocos días van a celebrarse en nuestro país unas elecciones generales cuya trascendencia para el próximo futuro, para nuestro propio futuro, el de nuestros hijos y nietos, es, supongo, conocida por gran parte del pueblo español. Por desgracia, existe otra parte de ese pueblo que sólo aspira a que sea “su partido”, “su grupo”, “sus amigos”, o, como fanáticos seguidores, sus “ídolos mediáticos”, los que las ganen, aporten o no las garantías mínimas precisas para asumir el enorme peso de la responsabilidad del poder. Porque este requisito, en principio, es lo de menos. Lo importante es que sean “los nuestros” los ganadores.
En esta precampaña electoral y –casi seguro- en la campaña, todos vamos a ser testigos de la importancia mediática de conocer a los líderes de los diferentes grupos políticos a base de saber bailar, cantar, ir en globo, freír unos huevos, comentar partidos de fútbol y no sé cuántas cosas banales más. Porque, según dicen sus fieles seguidores –de unos u y otros-, eso es lo moderno, lo que se lleva: presentar la cara humana del político, sus aficiones, sus gustos… Pero de lo importante, de lo que realmente le interesa al votante que no es un incondicional de ”su partido”, del proyecto general que presenta cada uno para los próximos cuatro años, ¿qué?
Ahora la moda, al parecer, también consiste en ir dando a conocer el programa de cada grupo a base de pequeñas dosis para que, al final, nos cofundamos unos y otros en lo que dijo éste sobre economía o lo que dijo aquél sobre medio ambiente. Pero, ¿cree de verdad alguien, incluidos comentaristas, politólogos, periodistas, etc., que la gran masa del pueblo español logra saber qué es lo que prometen unos o descartan otros? Precisamente, la consecuencia lógica de ese desconocimiento generalizado es la de votar “a mi partido”, a unas siglas concretas, aunque su programa vaya en contra de los intereses de los propios votantes.
Por otro lado, y ésta es una de las carencias más graves de esta democracia peculiar en que vivimos, lo que tampoco sabe nadie al votar un partido u otro es a dónde irá a parar mi voto. De modo que, si el 20 de diciembre es –según los cursis- “la fiesta de la democracia”, a partir del día 21 comienza la verdadera fiesta, al de la partitocracia, para que sea la dictadura de los partidos políticos la que se reparta los votos de la democracia.
Incluso dejando al margen estas “pequeñeces” que a los políticos españoles no les ha causado hasta ahora ninguna preocupación, transcurridos ya casi 40 años desde las primeras elecciones generales de 1977, de lo que no hay ninguna duda, porque son hechos históricos indiscutibles, es de lo que cito a continuación:
1)Que en los dos períodos de gobierno del PSOE –felipismo y zapaterismo- España acabó con el mayor paro conocido y con una economía nacional ruinosa.
2)Que la corrupción que se inició a partir de las elecciones municipales de 1979 fue máxima durante el felipismo y se extendió después a todos los partidos –salvo alguna honrosa excepción- y agentes sociales (sindicatos, patronal, cajas de ahorro, etc.).
3)Que dos partidos nacionalseparatistas obtuvieron un poder desmesurado y desproporcionado para satisfacer a los dos grandes partidos a nivel nacional –PSOE y PP- en su deseo de mantenerse en el poder. Por favor, ¡nunca más!
Pero, a pesar de estas breves puntualizaciones, de las que supongo es consciente la gran mayoría de los españoles, parece que no lo son tanto en un aspecto que es crucial para nuestro futuro como nación, con una identidad propia que le diferencie de las demás naciones de Europa, como sucede entre la variedad y el estilo propio de las distintas regiones españolas. Vayamos por partes.
En las últimas semanas estamos viviendo en España y en el mundo musulmán una crisis brutal ejercida por la guerra civil entre suniés y chiitas y por la amenaza del yihadismo fanático contra los valores y la civilización occidental. Es una realidad incuestionable que la “invasión” musulmana de Europa crece a ritmo acelerado (no entro deliberadamente en las causas que la provocan). Las agencias especializadas aseguran que en el año 2050 un tercio o algo más de la población europea será musulmana. Y en España sucederá algo muy similar. Es decir, la demografía musulmana en nuestro país crecerá a un ritmo que será el triple de la propia demografía española.
Hace ya algún tiempo que en nuestro país comenzaron a alzarse voces de aviso en este sentido después de comprobar que la multiculturalidad, sobre todo con la civilización musulmana, es un mito. Pero, aunque no fuera así, en unas pocas decenas de años la población musulmana en España será –si no se toman medidas correctoras para evitarlo- superior en número a la población española, que se está convirtiendo en un gran desierto demográfico. ¿Debido a qué? A determinada filosofía política de izquierdas que, como el PSOE, aprobó la “Ley Aído” por la que es un derecho de la mujer (no se le puede llamar madre) matar a su hijo en el seno materno. Y así, en España son eliminados más de 100.000 españoles al año, con lo que, desde los años ochenta, nuestro país se está convirtiendo en uno de ancianos con una bajísima procreación que equilibre, al menos, la de los musulmanes en España.
Este genocidio masivo, autorizado, silencioso y silenciado, no tiene nada que ver, por su infinitamente mayor envergadura, con el de Paracuellos, con el mito de la famosa “represión franquista”, o con los miles de religiosos y católicos asesinados durante la Guerra Civil; tampoco con el de las siete guerras civiles (tres carlista, tres en Cuba y una en Filipinas) que padeció España en el siglo XIX. Porque, en estos poco más de 20 últimos años, ese genocidio ha supuesto la astronómica cifra de más de 1.250.000 asesinados.
Pues bien, ¿alguno de ustedes ha visto que haya algún partido político en nuestro país que en su programa para las próximas elecciones tenga la idea de legislar en contra de ese asesinato masivo que se produce en España todos los años? ¿Que hay quien piense, como lo haría un verdadero estadista, que es preciso remediar y poner fin a esta aberración humana de la que, de un modo u otro, todos somos cómplices? Ya lo advirtió en el momento de aprobarse el aborto por el PSOE el filósofo Julián Marías: “El aborto será el mayor desastre con el que tenga que enfrentarse España en los próximos años”. Sencillamente, porque es una simple cuestión de supervivencia como nación.
Sólo he encontrado un partido que en su programa proclame su intención de acabar con este suicidio colectivo. Ese partido, guste más o menos, se llama VOX, que es un partido de derechas (ni mucho menos de extrema derecha, como proclaman algunos necios). Y con ello no pretendo influir sobre nadie para que vote a quien le dé la real gana.
Porque habría otros muchos temas sobre los que opinar ofrecidos por los partidos que se presentan a las próximas elecciones. Pero el que acabo de señalar, el de la demografía y el aborto en España, no sólo es crucial. En mi humilde opinión es el más importante de todos con vistas a los próximos 30 o 40 años. ¿Cuáles podrían ser, entonces, las condiciones de vida y supervivencia de nuestros nietos? ¿Y cuáles podrían ser esos oros temas básicos a los que me refería antes?
Me conformaría con que un solo partido se comprometiera a cumplir el siguiente programa a medio y largo plazo:
-Supresión total del aborto (salvo algún caso excepcional aprobado por una reglamentación estricta).
-Despolitización total de la Justicia (igual para todos).
-Asunción de nuevo de la enseñanza a nivel nacional por el gobierno.
-Nueva Ley Electoral democrática (no partitocrática)
-Economía de mercado con la justa y mínima participación estatal.
-Drástica disminución de la elefantiásica Administración, a todos los niveles.
¿Sería suficiente este propósito? Naturalmente que no, porque de él pueden deducirse todas las derivadas que a ustedes más les puedan gustar. Pero sería un excelente punto de partida para un partido de centroderecha, sin miedos ni complejos, y con el claro propósito de servir al bien común, no a grupos o lobbies que influyen de forma desmesurada sobre toda la sociedad española, causando en multitud de ocasiones un daño irreparable a los intereses de nuestro país. A los más básicos intereses.
Y, si usted está de acuerdo con este programa básico, búsquelo y, si lo encuentra, tenga la bondad de decirme de quién se trata porque, sin dudarlo, contaría con mi voto… a pesar de la partitocracia, cuya dictadura comenzará a partir del 21-D.