«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Elitismo de incógnito

27 de septiembre de 2021

Fiel a un idealismo político consistente en puntuales propuestas prácticas, he escrito mucho defendiendo el cheque escolar. Ya saben, que a todos los padres se les dé el dinero que cuesta escolarizar a un niño y que ellos lo gasten en el colegio de su elección. Es una medida que, de un golpe, soluciona cuatro problemas, como mínimo. Por un lado, la libertad de los padres, tantas veces constreñida en la vida real por cuestiones económicas que incluso un socialista dogmático puede entender. Pero también solucionaría el problema de la igualdad. Evitaría los guetos (o clubs) clasistas de las escuelas exclusivas que, calidad de enseñanza aparte, crean redes de contagio actual y de contacto futuro que tienen y tendrán una influencia inmensa. En los colegios más demandados, se crearía un numerus clausus por razón del mérito académico de los alumnos que redundaría en un impulso (tercera ventaja) para la maltrecha meritocracia, que tanto necesitamos. Por último, la sana competencia entre colegios e institutos tendría un efecto casi inmediato en la mejora del sistema educativo y en su diversificación, pues ningún centro querría quedarse sin demanda. Yo añadiría, aunque ya es una apreciación más subjetiva, que redundaría en las tasas de natalidad, porque daría valor social y económico al hecho de ser padres, hoy tan vapuleado.

Lo inteligente es aspirar a un alumnado con sentido de la pertenencia, satisfecho de su centro en particular

Sin embargo, nuestro sistema político, que tanto dinero da a manos llenas para distintas imposiciones de los nacionalistas, entre otros gastos políticamente correctos, no ha sido capaz ni de plantearse este método o alguna variante experimental. Ninguna comunidad autónoma tampoco.

Supongo que responde a la desconfianza de algunos sectores de la enseñanza pública hacia la privada. Yo, que trabajo en la enseñanza pública lo considero un error. Ninguna institución tendría que estar orgullosa de tener un público cautivo por razones económicas o de zona o burocráticas. Lo inteligente es aspirar a un alumnado con sentido de la pertenencia, satisfecho de su centro en particular. Por profesionalidad de los profesores de la pública, por calidad de sus instalaciones y también por tradición de muchos de nuestros centros, se podría competir con quien fuese.

El elitismo es resiliente y flexible. No todo ni lo principal está en manos de los políticos

Pero si a los políticos les da miedo la libre competencia, hay otra posibilidad que a mí me parece más hacedera. Crear institutos y colegios de élite públicos, esto es, centros en que, con el acuerdo de los padres que voluntariamente matriculasen allí a los hijos y de los profesores que fuesen a dar las clases, se exigiese mucho más; y no sólo en el ámbito académico, sino también en los usos y costumbres, digamos. Pongamos, por ejemplo, un uniforme de chaqueta y corbata. En Inglaterra se hizo con las llamadas Grammar School, con unos resultados académicos y humanos extraordinarios. En ellas estudió un sir Roger Scruton, que provenía de una familia muy humilde, y también Allan Bennett, que teatralizó su experiencia en una espléndida obra: The History Boys. Pero el igualitarismo cerró aquellos ascensores sociales que eran capaces de mirar a la cara a Eton y a Ampleforth y enviar alumnos a Cambridge y a Oxford. Conozco, además, centros de titularidad pública que son edificios de solera histórica y profundo encanto en que ese toque Escuela Hogwarts que mi esnobismo sueña encajaría de maravilla. Apostaría a que los padres y los alumnos se apresurarían a apuntarse y que el resultado sería exitoso. Tendría la belleza de exponer la innovación de la tradición. Y no carecería de épica el gesto quijotesco de poner lo mejor al alcance de todos, para quien lo quiera.

Aunque hablando de El Quijote, estoy dispuesto a no rendirme. Podrán los legisladores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible. El elitismo es resiliente y flexible. No todo ni lo principal está en manos de los políticos. En cualquier clase, siempre se les puede recordar que, a su alcance, en la biblioteca del centro, tienen El Quijote, y Shakespeare, Dante, La Ilíada y La vida es sueño… Hay un elitismo de incógnito, como hay aristócratas anónimos, y cada uno, si quiere, puede ir a la mejor escuela del mundo y cuidar su formación como no podrían ni en Eton ni en Ampleforth, si los alumnos que estén allí no quisieran. No todo ni lo principal está en las manos de los profesores ni siquiera de los padres. Pero para este curso que empieza, queridos compañeros de la pública, de la privada, de la concertada y de las academias particulares de por las tardes, compañeros todos, no les ofrezcamos a nuestros alumnos menos, porque no merecen menos.

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