«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Es la hora de la política

2 de marzo de 2024

El sapo ha saltado de la olla. Hace varias décadas que la izquierda caviar lo puso a cocinar; como el agua estaba fresca, el sapo se sintió a gusto y se quedó; pero la olla estaba sobre la hornalla; a medida que el tiempo pasaba, subía la temperatura del agua pero, como el proceso era sutil, el sapo no se daba cuenta; toleró y toleró. Un buen día, el calor le pareció excesivo y finalmente pegó un brinco y abandonó el caldero. 

La historia del sapo es equiparable a todo proceso donde existe alguien con una intención manifiesta de manipular a otros. La reacción de los productores europeos de la que hemos sido espectadores durante las últimas semanas no es intempestiva; es el resultado de una larga lista de políticas arbitrarias, inconsultas y abusivas que fueron abrumándoles hasta empujarlos a una rebelión pacífica pero contundente. Durante décadas, unos burócratas millonarios desde su torre de cristal han ido construyendo un universo paralelo con normas alejadas de la realidad de aquellos que trabajan la tierra y que producen alimentos y servicios para millones de personas; han impuestos condiciones y restricciones en todas las áreas de la vida, desde las formas de cultivo a la educación de los hijos. En todo han querido intervenir y, en aras de una supuesta mejora del planeta, se apoderaron de las banderas de la ética.

Bruselas y el macabro invento de la Agenda 2030 son el caldero; desde allí dictaron normas y prohibiciones, aumentaron la burocracia, encarecieron la producción y condicionaron la vida del ciudadano de a pie. En la actualidad, ya están intentando que sus decisiones primen sobre la autodeterminación de los países queriendo demonizar la soberanía nacional. Con mala fe, tergiversan las posturas de quienes reivindican la libre determinación de las naciones y apelan a la falacia de sugerir que, quienes no adhieren a esa cesión informal de la autoridad, son antieuropeos. Nada más lejano a la verdad, porque la UE fue creada con el espíritu de ampliar la capacidad de desarrollo de los países miembros y no para cercenarles derechos. El reciente proyecto de Ursula von der Leyen, una pieza clave en la cruzada globalista, de unificar la compra de armas entre los países de la Unión Europea demuestra que el plan sigue en marcha y que solo han levantado el pie del acelerador en cuanto al Pacto Verde por imperio de la efervescencia que produjo recientemente el tremendo reclamo rural.  

Ahora bien. Hay muchos sectores que se han percatado del proceso en el que estamos y, desde sus lugares, hacen su contribución.

Los think tanks y fundaciones cumplen la función de difundir ideas para concientizar a la población concentrada en el día a día, que es cada vez más complejo; esas organizaciones hacen una valiosa tarea docente, exponen temas que no siempre son obvios para el hombre común pero que, directa o indirectamente, lo involucran. Son las que llevan adelante la batalla cultural, las que toman a su cargo la responsabilidad de desmantelar la trama que las izquierdas tan bien han tejido. Hoy esa batalla, titánica por cierto, consiste en desmitificar las bondades del ecologismo frenético, los ficticios horrores y amenazas que plantaron alrededor del cambio climático, el feminismo desmedido cuyas raíces no son el respeto de la mujer sino la guerra declarada al entendimiento con el hombre o la defensa de las migraciones ilegales.

La batalla cultural implica denunciar, sin medias palabras, que el Pacto Verde se asienta sobre el encarecimiento de los productos para la población en general y la ruina de los productores y que en otras áreas, el globalismo es más sutil pero no menos invasivo y dañino: el estado adoctrinando a nuestros hijos intenta atribuirse una preminencia sobre su educación que pertenece a los padres. A ese nivel de desquicio han llegado los planes que la Agenda 2030 impulsa.

Los castigos impuestos a los países que cuestionan o rechazan sus medidas es la demostración palmaria de que no están dispuestos a ceder.

Pero la prédica de estas organizaciones y sus colaboradores tienen un límite; tienen capacidad de difusión y, con ella, generan un cambio de mentalidad pero no de las medidas que ya están en marcha y de otras por venir; para frenarlas es imprescindible que sus principios se transformen en políticas de estado.

Los productores, inorgánicamente pero con cuerpo y alma, han hecho historia y han puesto un freno al avance de la arbitrariedad woke. Las ongs también vienen aportando lo suyo. La sociedad civil ha hecho su parte. Ahora es el momento de la política. Porque solo la política puede concentrar, dar forma, encauzar esas masivas protestas y obtener resultados prácticos.

Por eso también es tiempo de enfrentar los discursos antipolítica; con ellos se allana el camino a los dictadores que luego imponen su propia agenda. Donde no hay política no hay participación general, no hay disenso ni discusión de ideas. Hay una idea, la del autócrata. El camino para derrotar el globalismo no es más autoritarismo sino más libertad, más democracia y más principio recto.

«Un gran líder no es un buscador de consensos sino un moldeador de consensos» decía Martin Luther King. Se requiere de hombres decididos a defender los valores tradicionales, la soberanía de las naciones, la familia como núcleo primario de la sociedad y tener espaldas para tolerar el embate izquierdista; ese mantra que repiten los enemigos de la libertad que llaman «ultra derecha» a todo lo que no sea de izquierdas y «populismo» a todo lo que no sea colectivismo también de izquierdas.

La buena noticia es que personas con esas características están apareciendo en distintas latitudes y están uniendo fuerzas para un trabajo común, pues luchar contra el globalismo empobrecedor es una tarea que excede las nacionalidades.

Y se los ve con la fuerza de mantener sus convicciones a pesar de los embates. Thomas Jefferson lo definía con claridad: «En términos de estilo, nada con la corriente. En términos de principios, permanece como una roca». Claramente, atravesamos un tiempo extremadamente difícil que necesita la inspiración y la acción de aquellos que son capaces de mantenerse como una roca en defensa de los principios que han iluminado la civilización occidental.

.
Fondo newsletter