«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

Escenas en un centro comercial

18 de marzo de 2023

No te dejes arrastrar por tu sentido de la justicia. Aplica a tus emociones un distanciamiento preventivo. No te indignes –al menos no emitas ninguna señal de tu indignación- hasta comprobar que el clima social concuerda con el cariz de tus sentimientos. No te precipites en la exposición de tus juicios. Trata de refrenarte. Y no porque albergues alguna duda acerca del carácter absolutamente abyecto del hecho que ha provocado en ti esa reacción, sino porque la destinataria de tu sinceridad es una sociedad que, en buena parte, lleva décadas permitiendo que las nociones más básicas de la moral y la justicia se corrompan por culpa del veneno de la ideología y de los intereses políticos del momento.      

De modo que si una niña de once años es violada a punta de navaja en los servicios de un centro comercial de Badalona por un grupo de menores; si esos menores graban la violación y difunden las imágenes a través de sus móviles; si entre las decenas de personas que ven esas imágenes nadie denuncia los hechos; si a raíz de que el hermano de la niña tiene acceso al vídeo con la escena de la violación y avisa a su familia, resulta que debe acudir cada día escoltado al instituto porque ha recibido amenazas anónimas en su teléfono; si te enteras de que uno de los agresores comparte instituto con el hermano de la niña, pero no lo van a trasladar de centro porque es menor de 14 años y, por tanto, inimputable; si lees que la Consejería de Educación, a través de la inspección educativa, «están tomando las medidas necesarias, pero no concretan en qué consisten esas actuaciones»; si escuchas, en fin, que el alcalde de Badalona, ante la posibilidad de que la familia se vea obligada a abandonar la ciudad, le haya ofrecido «su apoyo incondicional y acompañamiento a cualquier decisión que tomen», tú no te sulfures, no alces la voz, no te precipites. Que no se te ocurra mencionar la podredumbre que rezuma todo el asunto.   

Mejor deja primero que hablen los que saben. ¿Y quiénes son los que saben? Los de siempre. Los que llevan años marcando la pauta, pontificando acerca de lo que es aceptable pensar. Los puros de corazón, los irrepochables, los valedores de todas la causa justas, los que exudan superioridad moral por cada uno de sus poros, pero también –si así les conviene- los intelectualmente solventes para evaluar cada situación de acuerdo a parámetros complejos que tú, desde tu visceralidad y tu pobre condición primaria, estás incapacitado para sopesar.   

Ellos te dirán que vayas con calma. Te dirán que cuidado con las reacciones en caliente (ahora sí, en otros casos anteriores no), que la culpa es de la pornografía, que hace falta más educación sexual, que las acciones punitivas no solucionan nada, que abordar el problema desde el prisma de la seguridad es un fracaso (de lo que se deduce que el Estado ya no se compromete a garantizar la seguridad de los ciudadanos a cuyo servicio se supone que está), que es necesario un análisis profundo y templado para entender «qué nos está pasando como sociedad».   

Así que dejamos que ellos nos convenzan. Que hagan sus análisis, minuciosos, científicos, ponderados. Que evalúen todas la variables y transformen al monstruo en una anomalía sociológica. Por otra parte, ya sabemos lo que significa vivir en una sociedad relativista, y ésta lo es como pocas: aceptar que no hay certezas sólidas; y también comprender que, por eso mismo, y en cuanto al poder le interese, se puede producir -de manera lenta, gradual, incontenible- un giro en la percepción de las cosas, un sutil desplazamiento en virtud del cual la víctima se podría convertir en culpable y el culpable asumir la condición de víctima. 

Así que no te expongas a ser tachado de extremista por atreverte a reclamar de nuestra clase gobernante una leve muestra de decencia. Pero, al menos, piensa en esa niña. Pensemos. La niña que aquella tarde iba mirando los escaparates de ropa de un centro comercial. Once años, recuerda. Ilusionada con la posibilidad de comprarse algo. Despreocupada. Es probable que sintiéndose protegida por la luminosidad del recinto y el flujo constante de gente que cruzaba en todas direcciones. Pensemos en lo que debió de sentir cuando vio a aquellos sujetos rodeándola, susurrándole alguna obscenidad, mostrándole una navaja, amenazándola, conduciéndola hasta el interior de uno de los servicios del centro comercial. Y lo que sucedió allí, las risas, las vejaciones, el móvil con que uno de los agresores la grababa, el peso del dolor y de la infamia que quedará en el fondo de su memoria para siempre. Y piensa en el hermano, cuando vio las imágenes de aquello. Y en sus padres. Y en el desamparo absoluto en el que deben de sentirse ahora mismo para estar sopesando la posibilidad de marcharse lejos.        

La niña cuyo ultraje no provocará grandes movilizaciones, ni exhibición de pancartas, ni gritos soliviantados en las calles, al contrario de lo que ha ocurrido otras veces. Y vete a saber por qué. La niña. Pensad en ella. Cuando otros ya nos han dicho qué es lo que tenemos que opinar, es un deber pensar en esa niña.

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