El futuro nuestro ya lo ha filmado Santiago Segura, la EspaƱa torrentera dispuesta a contemplar en el parlamento debates entre un gallego cobardón, que parece el albacea tĆmido de una fortuna que los herederos se disputan a dentelladas, y el Ćŗltimo groupie de Lenin, Pablo Iglesias II, tal y como me cuentan que sale en la Ćŗltima pelĆcula de la serie. Segura, en buena parte -mĆ”s grosero y mĆ”s pueril- participa de la herencia de Berlanga, y lo berlanguiano es un esperpento coral, la caricatura personalizada de una muchedumbre, una sĆ”tira salpicada de ternura y, en definitiva, algo tan singular que merece que la Academia le haga caso a JosĆ© Luis Borau e incluya la palabra en el diccionario.
MĆ”s allĆ” de sus habilidades cinematogrĆ”ficas, Berlanga nos lega una visión muy afilada de lo nuestro, y en ocasiones vencemos la perplejidad que nos produce un telediario diciĆ©ndonos que parece una pelĆcula suya, como si esa conclusión explicara el absurdo mĆ”s patrio, la comicidad de lo sórdido, cierto fatalismo de carĆ”cter y el convencimiento de que las cosas estĆ”n lo suficientemente mal como para empezar a reĆrse.Ā
Berlanguiana es la deriva chacha y paleta de la aristocracia -cuando la picaresca se ha instalado en los marquesados-, al igual que la corrupción transversal de la polĆtica -en todas las tramas hay jamones y lupanares-, o las astracanadas de una muchachita de provincias, que un dĆa se despierta hecha ministra y le hace una ilusión bĆ”rbara, y le manda whatsups a las migas diciendo que ha cenado con Obama. Pero berlanguiano es, sobre todo, esa capacidad de retratar al hombre utilizando el caos de la multitud, cuando los esquemas sociales se resquebrajan y se desnudan al contactar unos con los otros y todos con la realidad.
También es berlanguiano el dibujo de una moral patricia que desaparece, encarnada -cómo no- en un hidalgo flaco y arruinado, o la piedad inocente y rústica del pueblo de Calabuch, y hasta el erotismo fetichista, donde se refugian las estéticas y sensibilidades mÔs deformadas.
Berlanguiana es, en fin, una época entera de España, que empieza con la derrota del último afÔn colectivo -esa bienvenida triste a Mr. Marshall- y termina con el grito de Todos a la cÔrcel, como si no pudieran los españoles estar juntos en otro sitio, ahora que su idea nacional se ha convertido en una escopeta de feria.
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