«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
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Fui yo

29 de marzo de 2024

Estos días te miro con la atención con que se mira a un moribundo y ya no sé qué pensar. Te talló el escultor Julio Beobide y policromó tus heridas sangrantes Ignacio Zuloaga, y la inmensidad de tus dimensiones en la cruz se me queda pequeña para la grandeza del misterio. Te observo sereno entre cirios esbeltos, que apuntan a lo alto, e intuyo en tu mirada de cansancio un reojo hacia todos nosotros. Estoy aquí, en la primera fila.

Hay algunos que todavía repiten aquella cantinela, empeñados en culpar de tu muerte al Sanedrín y yo sigo aquí, arrodillado en la primera fila, como el asesino que revisita el lugar del crimen. ¡Si fui yo, Señor! ¡Que no busquen más! Nos dicen los guías y los monjes benedictinos que te encargó Franco pero no, fue el Padre quien te pidió subir a la cruz. No fue un caudillo quien quiso adornar la imponente basílica de la Santa Cruz, sino un Padre el que buscó adornar de redención mi alma. ¡Qué bella redención!

Estos días muchos pasan de largo ante ti y buscan, en el suelo, los retazos de aquellos que te colocaron. Pero yo sigo aquí y no me puedo separar porque fui yo, acompañado de una legión de pecadores, quien te clavó en el madero. Y en el silencio de esta basílica custodiada por una retaguardia orante, y en el recogimiento de verte iluminado en un templo a oscuras, he descubierto mi culpabilidad. Que a veces, incluso, se manifiesta con un beso. Pero me acuso sonriente, claro, porque feliz es la culpa que mereció tal redentor.

Te talló sin quererlo el escultor Julio Beobide y policromó tus heridas sangrantes Ignacio Zuloaga, pero el que te clavó fui yo. Mis negaciones, mis treinta monedas, mis «barrabases». Las faltas de caridad y mis jactancias. Todo yo, Señor. En el mundo, a lo nuestro, que en eso hemos convertido la libertad, y tú siendo cirineo del mundo. Subiendo a la cruz para enseñarme a mí el camino. Qué presto y henchido subo al Tabor y qué costoso se me hace seguirte al Calvario.

Por eso este Viernes Santo te miro en la cruz y quiero hallar consuelo pero ni siquiera encuentro el letrero que te proclama rey de los judíos. Hasta eso te hemos robado. Te hemos convertido en un rey cuya corona es de espinas. Un monarca cuya túnica son las llagas, cuyo cetro son los clavos. Un rey cuyo trono es el madero. Estos días de silencio te miro en el centro de la basílica y veo un rey de pacotilla. Por eso, porque fui yo, has elegido ser el Rey de mi vida.

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