«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Con Garbiñe, París bien vale más que una misa

6 de junio de 2016

Haz lo necesario para lograr tu más ardiente deseo y acabarás lográndolo, recomendaba  Beethoven. Era la hora en la que los parisinos observaban cómo la heroica ciudad, que plasmaba Clarín en La Regenta, intentaba adormecerse en una siesta tras la tormenta que casi sublevó a todo un Sena. A esa hora, como digo, se libraba un têtê à têtê bajo la vidriosa atmósfera parisina. Tan sólo un cielo encapotado, nada que ver con el solazo que aguantamos, a punto de la insolación, en el Mutua Madrid Open. Adivinábamos, eso sí, el polvo, la tierra batida, como una Dust Bowl, temiendo una enorme tormenta de polvo tras la sequía que ya ahogaba el ránking femenino español. Inevitable recordar a Arantxa Sánchez-Vicario batiendo a Steffi Graf o los dieciséis años eternos desde que Conchita Martínez no disputaba una Final. Garbiñe Muguruza nos dejó compartir su particular Misión Lázaro a lo Interstellar, resucitando tardes de finales españolas épicas.  

Tras cada punto ganador, miraba al cielo con la fe de los elegidos de Roland Garros. Parecía Matthew  McConaughey, en Interstellar, “soy mi propio piloto, algo que era mi sueño”.  Frente a su mesa de trabajo Billy Wilder colgaba un cartel que decía: ‘¿Cómo lo habría hecho Lubitsch?’ Ese cartel era todo un incentivo, todo un estímulo. Imagino a Garbiñe, mientras mira el cordaje de su raqueta antes de cada saque, si pensara en ese cartel, “¿qué haría Nadal en este momento?”,  pero con su estilo personal. Por eso fue un acto reflejo inmediato que dijera: “Este es el torneo de España. Rafa es su campeón y ganar aquí es lo máximo”.  Dejando de lado aquella máxima de Cánovas, “son españoles los que no pueden ser otra cosa”, cuando se nacionalizó española. Cuadrando el círculo, Conchita fue parte muy importante para que Muguruza se decidiera, finalmente, a competir por España.   

Agradecida al pasado, admirando a los grandes siendo tan  difícil hoy improvisar en un mundo lleno de volúmenes de obras completas. Garbiñe tiene suficientes piezas en su repertorio pero la definitiva tiene que provenir de la emoción, de los sentimientos, para no dar esa sensación de ritual de una época.  Y se ha vestido con las mejores de mis plumas, le diría un envarado Robert Greene como a Shakespeare. Garbiñe ha sacudido, ha despertado un aletargado tenis femenino como  un shake scene de la más grande figura de nuestro tenis.  Porque uno no elige las cosas que le gustan.  Suceden. Debemos aprovechar esas explosiones, esos momentos de revelación que nos cambian la vida. Y Garbiñe Muguruza lo sabía y pudo cantar un Perfect Day, de Lou Reed.  

Serena Williams, que el año pasado acudía renqueante a base de toses y este año, se rumoreaba,  con un abductor dañado,  no ha mostrado signos de dejadez o de no poder más. Simplemente, la española fue mejor. Serena, con esos muslazos bajo esas mallas negras, golpeaba cada devolución como quien extrae  a Excalibur. Como el rey Arturo, gobierna el ránking, pero vamos a ver hasta cuándo. Por lo pronto, Garbiñe hoy ya se sitúa segunda, a su vera.  Una curtida Serena le dijo en Wimbledon, “tú estarás algún día aquí”,  pero no sospechaba tan pronto. Por cierto, es ver a Serena y rogar el regreso de la elegancia de camisa de hilo y falda larga blanca de Lilí Álvarez. En la pista, la movilidad de Muguruza incomodaba a la estadounidense y la obligaba a defenderse. Garbiñe mostraba el colmillo  esperando a que la de Michigan se pusiera a tiro definitivo y morderla en la yugular. Ya decía David Foster Wallace que el tenis es una partida de ajedrez a la carrera. Atrás quedó aquel Indian Wells donde Muguruza decía a su técnico entre lágrimas: “No quiero jugar más. ¿Crees que voy a pelear estando 0-3 abajo en el segundo set?”,   demostrando que el tenis es uno de esos deportes en que la cabeza tiene que trabajar mejor que las piernas. Muguruza cautivó al público de la Philippe Chatrier  con un servicio determinante, con su habitual drive y estrategia defensiva, la que te hace ganar partidos. Olviden el catenaccio. Y todo con asombrosa templanza, tanta que dejó la celebración  en media croqueta de Arantxa.  Mats Wilander apuntaba, “tiene todo para ser la mejor del mundo”. Y Wilander, amigos, sabe.

 

Después de Garbiñe, París bien vale una misa. La exministra francesa, Roselyne Bachelot, debe estar subiéndose por las paredes. En las gradas, la ministra de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, -gran amante del tenis, no es raro encontrarla marchando al Club de Campo a dar sus clases de tenis-. Menos mal que no tenía que acudir ya   eatriz Corredor que confiesa ser de las que chillan en los partidos por los nervios. Y Miguel Cardenal, presidente del CSD, “nos esperan muchas jornadas de gloria”. Cardenal como Francoise Holland y su frase archiconocida, “estamos mejorando” (ça va mieux). Si según Stephen Hawking  sólo nos queda un milenio más para poder vivir en el planeta Tierra antes de que un asteroide  nos envíe de una patada al infinito y más allá, nos acogemos en el seno de   deportistas como Garbiñe que nos traen estos despertares. Porque la vida es demasiado anodina como para no suspirar por un plan B lleno de ángulos que te inspiren. Y convertir una tarde de teleserie ligera en una de Woody Allen o de Kubrick. Porque gracias a nuestros Nadal, Arantxa, Conchita, Carla…, Garbiñe, al estilo más Pascual Quignard, pensará: “Hemos vivido antes de nacer. Hemos soñado antes de ser. Somos los brotes de la anterioridad invisible”. 

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