«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es
Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es

Girauta hace bien

25 de marzo de 2024

Cuando la semana pasada se conoció la incorporación de Juan Carlos Girauta a la candidatura de Vox para las elecciones europeas que se celebrarán en junio, no tardaron en aparecer las críticas desde varias trincheras por el hecho de que en tiempos pasados militase o colaborase con otros partidos.

Efectivamente, Girauta fue miembro del PSOE en su juventud, hasta que en 1986, como ha explicado en numerosas ocasiones, lo abandonase al contemplar en su sede barcelonesa cómo sus compañeros celebraban con alegría un crimen de ETA. No parece mal motivo para tomar esa decisión.

Veinte años más tarde colaboró con el PP por considerarlo la mejor opción para enfrentarse al separatismo en su patria chica. Aquel mismo motivo fue el que le llevó a militar en Ciudadanos una vez comprobada la parálisis, cuando no la complicidad, del partido de Aznar y Rajoy con los nacionalistas supuestamente moderados de Pujol y Mas.

Desaparecido Ciudadanos, se suma hoy a las filas de Abascal por el motivo, explicado por él mismo, de considerar que Vox es la última barrera que le queda a España para impedir su demolición. Confieso no comprender bien el transfuguismo del que se le acusa. Al menos en lo que se refiere a la cuestión de la supervivencia nacional, los que se han movido son los partidos, no él.

Además, como también ha explicado Girauta en alguna ocasión, ante un linchamiento general tiende a ponerse del lado del linchado, lo que tampoco me parece que tenga nada de censurable, sino de todo lo contrario. Ya lo explicó Ortega hace exactamente un siglo: «En toda lucha de ideas o de sentimientos, cuando veáis que de una parte combaten muchos y de otra pocos, sospechad que la razón está en estos últimos. Noblemente prestad vuestro auxilio a los que son menos contra los que son más».

La mala fe de sus enemigos es comprensible, pues en este cainita país que nos ha tocado en suerte abundan el sectarismo, la agresividad y los insultos mucho más que los argumentos y la voluntad de comprender.

Pero también desde trincheras teóricamente cercanas se ha criticado su decisión por haber defendido en el pasado opiniones que no encajan bien en el programa de Vox. En primer lugar, un partido no es un equipo de clones, y el hecho de que existan pareceres discordantes es tan natural como beneficioso, siempre, claro está, que no afecte al núcleo innegociable de cada proyecto político. Poniendo un ejemplo personal, yo no compartí sus opiniones durante su etapa en Ciudadanos sobre el globalismo y el papel de la Unión Europea. Y sobre ello discutí con él, como sin duda recordará. Ignoro su posición actual al respecto, pero las opiniones de todo ser humano pensante cambian según se van acumulando experiencias y reflexiones. Girauta es hombre culto e inteligente, y no hace falta más que leer su magnífico ensayo Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos para comprender que no encaja precisamente en la plaga del pensamiento único progre. Dudo que ninguno de sus críticos se haya preocupado de conocer antes de descalificar. Ésa es la diferencia entre las opiniones, sobre todo las malintencionadas, que las puede tener cualquiera, y los argumentos, que no los tiene casi nadie.

Finalmente, es absurdo exigir a una persona la obligación de mantener durante toda su vida sus opiniones de hace veinte, treinta o cuarenta años, como si sus neuronas hubieran tenido que quedar paralizadas para no incurrir en la descortesía de cambiar de opinión, lo que, según parece, ofende a los que presumen de monolíticos e incluso de heredar sus opiniones, por vía sanguínea, de sus padres y abuelos. ¡La parálisis cerebral y el fanatismo, elevados a la categoría de virtud!

Por todo ello hace muy bien Girauta en haber dado el paso que ha dado. Habrán cambiado sus enfoques, como es inevitable, pero por lo visto hay algunos principios que sigue manteniendo inmutables, sobre todo el de la defensa de España frente a sus enemigos. ¿Dónde está, pues, el problema?

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