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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Un gran pacto de Estado por España?

15 de enero de 2016

Comprendo que dadas las características peculiares y específicas de las fuerzas políticas que se disputan el poder en España, tradición cainita, hablar de un acuerdo entre ellas, puede resultar un sueño deseable y lógico pero difícilmente realizable.  Aunque eso no debiera impedir hacer un ejercicio de política ficción del que obtengamos conclusiones a la hora de valorar a nuestros gobernantes y su pretendido interés por España.

Hemos visto que, aún en esta situación crítica, los principales partidos tradicionales, con los que España ha llegado a disfrutar del mayor grado de bienestar, progreso y  protección social de toda su historia, se han obtenido, junto al nuevo equipo de C´s, más del doble de votos que el conjunto de los nuevos revolucionarios y grupos separatistas juntos. Lo que de verdad daría estabilidad al país sería una unión entre ellos, para poder enfrentarnos a los retos que tenemos al frente, que no van a desaparecer simplemente  porque lo queramos y votemos en contra, (como vieron nuestros socios griegos). Se trataría de una gran coalición a la alemana, o la recién vista francesa para evitar la llegada de radicales al poder.

Por simple dignidad, los líderes de ambos partidos históricos deberían retirarse junto a sus equipos tras los resultados cosechados, y a partir de un sentido institucional cada partido debería designar a personas de reconocido prestigio dentro de sus filas o simpatizantes, para formar  un gobierno de coalición. No se debe permitir que prevalezcan personalismos. En Gran Bretaña, tras las últimas elecciones, dimitieron sin condiciones Milliband y Legg. ¡Eso es una verdadera democracia, que pone a la nación y al partido por delante de sus propios intereses! Un sistema en el que lo que prevalece son las instituciones no las personas.

¿Por qué una inmensa mayoría de españoles, que ha votado disciplinadamente, en un sentido más menos conservador o socialista,  que pretende vivir lo mejor posible y seguir disfrutando, ellos y sus hijos,  del bienestar que hoy existe en España, debe de padecer penurias y desgracias inmerecidas, para salvarle la cabeza a unos equipos que han demostrado su ineficacia a la hora de aglutinar las expectativas de la nación? Salvemos a las instituciones y al sistema no a las personas: eso nos daría la talla moral profesional y política de unos personajes y de un sistema.

Huyamos de experimentos periclitados que no han traído más que miseria en donde quiera que se han experimentado, es un  crimen imperdonable, condenar a una sociedad a padecer un nuevo intento de destrucción para construir un hipotético mundo ideal, un infierno tal como la conocemos en su versión real en tantos países que lo han padecido y que algunos siguen padeciendo.

¿Cuál es la alternativa a un pacto de estado? No nos engañemos: la ingobernabilidad. Un gobierno, medio revolucionario, o débil, en el mejor de los casos, lo que nos puede traer en el corto plazo es la inseguridad, y tras ella la ausencia de inversión y una caída drástica en la actividad económica productiva.  Económicamente la falta de confianza, lo primero que puede provocar es un incremento considerable de la prima de riesgo, encareciendo el servicio de la deuda, y la falta de actividad económica supone una disminución de los ingresos fiscales, un ascenso del paro  y un aumento de los mecanismos sociales de cobertura del paro, lo que desequilibraría el presupuesto; aumentaría el déficit público, lo  cual nos pondría en una situación muy incómoda con nuestros socios europeos.

¿Aumentar los impuestos? Eso acabaría por arruinar la economía con unas consecuencias sociales imprevisibles. Por no mencionar una huida de capitales que alcanzaría tales dimensiones, que  obligaría, como  los griegos, a imponer el “corralito”. Probablemente, a la larga, el problema se solucionaría y estos experimentos socio-lúdico–económicos llegarían a su fin, por pura consunción, hartazgo y rechazo de toda la sociedad. Ahora bien, mi pregunta es ¡Por qué debemos pasar por esa fase de desastre? ¿Por qué debemos sufrir esa ordalía?  ¿Es que los pueblos solo aprenden a base de desgracias?

La diferencias esenciales entre cualquiera de los partidos tradicionales actuales  es mínima, no estamos en el siglo XIX, no hay nada que justifique semejante rechazo entre ellos, salvo personalismos, digan lo que digan. No así evidentemente los de corte anarco -comunista o los que propugnan el independentismo y la disolución de la nación. Por eso el pacto debería ser evidente y realizable.

Aunque tenga serias dudas de la altura de miras de los actuales gobernantes, la esperanza que nos queda  es que, ya que España es lo suficientemente importante en Europa como para no poder permitir su colapso, algún alma caritativa levante el teléfono, como en otras ocasiones, y confronte a nuestros partidos con un baño de realidad.

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