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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Grecia como espejismo

30 de diciembre de 2014

La situación actual de Grecia hace temer de nuevo por la estabilidad económica de la Unión Europea y las repercusiones que pueda tener en los países más afectados por la crisis como Portugal, España e Italia. El mensaje que nos deja Grecia es que el sistema de los recortes y privaciones de derechos y bienestar por parte de los ciudadanos tiene un límite, hasta el punto de que estos pueden sublevarse contra un proyecto económico que se erige en contra de sus intereses. 

No olvidemos que Grecia es un símbolo de toda la cultura occidental y que en Grecia fue precisamente donde el arconte Solón se inventó la democracia sustituyendo al poder ejecutivo de los estrategos o generales por el uso de la Eklesia o Asamblea Popular. La creación del Partido Democrático de Pericles acabaría por formular la idea de los derechos ciudadanos como una conquista irrevocable de su mayoría de edad. 

Pero esa democracia griega se vio afectada en el siglo XX por la llamada Dictadura de los Coroneles que llevó a su destrucción a la monarquía del Rey Constantino, obligando a una reconsideración de la Grecia democrática que los partidos tradicionales como el socialista de Papandreu y ahora el conservador de Samaras no han logrado superar. 

El endeudamiento de Grecia es de tal calado que impide a una parte sustancial del pueblo mantener una vida a niveles de burguesía media y, por tanto, ha convertido en servidumbre lo que en otros momentos fue trabajo. En Grecia percibimos como en ninguna otra parte el fracaso de una “democracia” que consiste en sacar el dinero de los bolsillos de los ciudadanos para llevarlo a los bolsillos de los políticos.

Donde más visible es el caos de lo que fue la democracia griega es en la isla de Chipre, partida en dos en el muro de Nicosia, frontera que divide a los turcochipriotas de los grecochipriotas y que permite visualizar en la zona antigua de la Iglesia de San Agustín y el minarete de la mezquita de Nicosia. En la zona cristiana el Palacio Arzobispal mantiene la estatua del Arzobispo Makarios, líder del cristianismo ortodoxo, pero no es menos cierto que la Catedral de San Pedro y San Pablo fue transformada en la Mezquita de Sinan Pasa. Una visión de estos monumentos hace ver hasta qué punto el cementerio musulmán de esa antigua catedral dirige su mirada hacia La Meca. Es decir, que Grecia es la frontera entre el mundo islámico de su vecina Turquía y el mundo cristiano de los países eslavos del sur.

La encrucijada de Grecia es actualmente un verdadero símbolo: si gana la izquierda radical habremos dado un paso hacia la destrucción de Europa y, por contaminación, un paso también hacia la radicalización de España. Necesitaríamos entonces oponer una resistencia a esa nueva amenaza del radicalismo de Podemos, pero para eso se necesitaría una credibilidad que no poseen los partidos actuales que nos han venido gobernando. Ni el PSOE ni el PP cuentan ahora con la buena voluntad de los ciudadanos porque su manera de gobernar ha consistido en estrangular las libertades y deprimir la calidad de vida de los españoles.

Ante esta situación el proceso de descrédito de la democracia ha caído como cayó en Grecia tras varios siglos de historia. Las posibilidades de que la izquierda aumente su crédito crecen y la severidad del castigo al que los ciudadanos han sido transportados aumenta esas posibilidades del éxito de la izquierda. 

Tomemos muy en serio el ejemplo de Grecia. No nos estamos jugando sólo un nuevo gobierno sino un cambio de sistema. Pero para que eso no se produzca es necesario una radical transformación de la manera de gobernar. Trabajo enormemente difícil pero cuyo panorama de fondo es en realidad muy sencillo: devolver los derechos a los ciudadanos y acabar con la política de los corruptos. 

Sin eso el espejismo de Grecia se acercará tanto a nosotros que lo veremos convertido en una realidad.

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