«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Hechos diferenciales

14 de septiembre de 2016

Con excesiva frecuencia nos referimos al concepto de “hechos diferenciales” de una manera muy superficial, destacando como tales ciertos aspectos de las idiosincrasias locales, que no van más allá de disparidades evidentes en la forma de ser, carácter y costumbres que existen entre los pueblos, que no van más allá de las que puedan existir entre una y otra persona individualmente consideradas. En realidad, en estos casos, si somos sinceros, y no estamos viciados por “nacionalismos excluyentes”, debemos reconocer que no son diferencias significativas a la hora de intentar estructurar en torno a las mismas realidades históricas y culturales, tan amplias o complejas, como son las diferentes naciones o de manera más evidente las civilizaciones.

Por el contrario cuando de hecho existen enormes diferencias, de fondo, en la forma de entender la vida, la relación colectiva entre los seres humanos, la cultura, las costumbres, la ideología, la religión, y el concepto mismo de sociedad, nos escudamos en ciertas similitudes externas para librarnos del difícil y arduo problema de tener que tratar de entender dichas variaciones en el comportamiento humano para poder mantener unas relaciones estables y pacificas entre formas tan distintas de entender el mundo.

¿A qué vienen en este momento estas consideraciones tan evidentes? – se preguntará el lector – Pues vienen a cuento por ciertos hechos producidos en la reciente conferencia del G 20 en Hangzhou, a los que, en mi opinión, no se les ha dado el suficiente relieve, conductas que reflejan, las enormes diferencias que existen entre los varios centros de poder en el mundo y su forma de entender la sociedad y la vida, que se corresponden “groso modo” con las líneas culturales divisorias de las clásicas civilizaciones.

Nadie en Occidente se atrevería prácticamente a vaciar una ciudad de 9 millones de habitantes con objeto de mantener la seguridad dentro de su perímetro, para garantizar la falta absoluta y total de manifestaciones o cualquier expresión o manifestación popular que pudiera incomodar al poder, o a los visitantes ilustres, como ha venido ocurriendo en todas las capitales donde se ha celebrado dicha conferencia hasta ahora.

No solo ningún gobierno lo intentaría siquiera, sino que la ciudadanía no lo toleraría, una vulneración de los derechos individuales de tal magnitud, sería motivo de una sublevación en toda regla, no importa el procedimiento escogido por los mandatarios, aunque se les convidara a todos a “tomar unas vacaciones”.

Si tal hecho se ha producido en China, no es únicamente por el carácter represivo de su policía o sus fuerzas armadas, como ya hemos visto en el pasado, sino por una aceptación por parte de la población china de tales prácticas y de un código de convivencia social que nada tiene que ver con el occidental. No es solo por la fuerza se consigue tal uniformidad y aquiescencia a los resortes del poder. Tal situación me recordó lo que se comentó también a raíz de la olimpiadas, en que prácticamente todos los universitarios estuvieron dedicados al tema, en posición de firmes, un año entero, antes de tal acontecimiento. Ese grado de conformidad solo puede obedecer a una forma diferente de entender las relaciones entre gobernantes y gobernados que se corresponde con una filosofía y a un distinto sentido del destino del hombre individual con respecto a la colectividad. La sumisión al estado como ente supremo que gobierna y la ciudadanía que obedece y comparte su grandeza y orgullo, como forma de compensación a cambio de la paz y el orden.

El régimen chino es fruto de su cultura y su historia y traduce una mentalidad y la aceptación de unas normas y comportamientos sociales intolerables para un hombre occidental, que se debe más a la tradición que a la fácil explicación de que se trata de una “dictadura comunista”, la cual no deja de ser más que un sistema muy reciente en la trayectoria de una civilización milenaria.

Tratándose de diferencias sustanciales entre nuestras visiones del hombre y del orden mundial, debemos tenerlas en cuenta y respetarlas en consecuencia, pero teniendo buen cuidado de no confundir sus manifestaciones externas de desarrollo y consumo, con un cambio en su mentalidad, como demuestran hechos como los mencionados.

 

No es ni mucho menos excepcional que tal civilización, encarnada hoy en la Republica Popular China, quiera volver a ocupar el puesto de preeminencia que ha detentado siglos en su zona de influencia, pero habrá que no olvidar el otro aspecto de la ecuación, y no rendirnos a sus deseos a cambio de los beneficios económicos derivados de tales relaciones comerciales, pues es evidente que si su hegemonía se consolidase, no me cabe duda de que querrían de nuevo ejercer su poder, con menor o mayor disimulo, e imponer a todos tal dependencia y sumisión a su forma de entender el mundo. “El Reino del Centro” es como se definen a sí mismos. 

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