En su comparecencia ante el Parlamento Europeo el 8 de julio el primer ministro griego estaba visiblemente molesto. Su incomodidad no venía, sin embargo, de lo difícil de su situación ante la Eurocámara, a la que llegaba después de la convocatoria de un extemporáneo referendo que había provocado la irritación de sus socios de la zona euro, con los bancos de su país cerrados, sus conciudadanos sometidos a un desagradable corralito y con una perspectiva de quiebra del Estado que gobierna, es decir, un futuro de fracaso, humillación y miseria para Grecia. Tampoco de los severos reproches que recibió de varios Grupos políticos y de numerosos diputados, que le echaron en cara airados las ingentes sumas de dinero que sus respectivos contribuyentes han destinado ya a salvar a la Hélade del desastre sin que aparentemente los griegos hayan comprendido la urgencia de emprender reformas que transformen su sociedad clientelar, pícara, irresponsable e ineficiente en una colectividad productiva, competitiva y cumplidora de sus deberes cívicos. Todo eso resbalaba sobre un Tsipras que una vez más enunció generalidades, reclamó solidaridad, apeló a la dignidad de su pueblo y no mencionó ni una sola medida concreta que calmase las embravecidas aguas del hemiciclo de Estrasburgo. ¿De dónde procedía pues su evidente desasosiego, su continuo fruncir de labios y su permanente ocultamiento de su boca con la mano? Nada más y nada menos que de un herpes de apreciable tamaño en la mitad derecha de su labio inferior. Era tan evidente que el líder de Syriza dedicaba su preferente atención a su problema cutáneo que la angustia se apoderó de los escaños y el tamaño del herpes heleno, que era de unos pocos milímetros, pareció ocupar entera la enorme sala de plenos.
¡Qué triste es la condición humana! Una economía nacional a punto de irse al traste, la moneda única en peligro, el proyecto de integración europeo amenazado, y Alexis Tsipras concentrado en la repulsiva y diminuta protuberancia de su labio. Todo el que ha padecido esta molestia sabe que el que la sufre cree que el asqueroso bultito es gigantesco y que toda persona con la que se encuentre fijara su mirada en el accidente epidérmico y hace por tanto ímprobos esfuerzos por ocultarlo, lo que le obliga a extrañas contorsiones faciales e insólitos giros de rostro dando un espectáculo entre ridículo y patético porque es imposible esconder lo que es notoriamente visible.
Un funcionario del Parlamento Europeo me contó el mismo día de la gloriosa e infectada visita de Tsipras la historia siguiente: cuando hace unos años la institución ofreció jubilaciones anticipadas a los cincuenta años con derecho a la pensión completa para reducir a largo plazo la nómina de su personal, un funcionario griego se acogió a esta posibilidad y ya de regreso a su tierra se inscribió ni corto ni perezoso como parado, diligencia que también llevó a cabo su esposa. Nadie comprobó en la soñolienta y elefantiásica administración griega si tenían otros ingresos regulares, con lo que el probo servidor público comunitario y su cónyuge se embolsaban en conjunto todos los meses ocho mil eurillos de vellón. No satisfecho con esta astucia, era propietario de unas cuantas casas en la costa que alquilaba a turistas cobrando alegremente las correspondientes rentas en negro sin tributar un céntimo, lo que redondeaba satisfactoriamente sus ingresos como pensionista europeo y desempleado griego. Es obvio que semejante fiesta no podía durar eternamente y ahora que la música se ha apagado, el baile se ha detenido y ya no restalla el jubiloso descorche, los griegos sufren las consecuencias de su larga inconsciencia.
Por mucho que, al igual que su jefe de Gobierno con su herpes, intenten ocultar las verdaderas causas de sus males con muecas atormentadas exhibiendo airadamente sus penalidades presentes y exigiendo con gesto adusto el apoyo de sus socios monetarios, que ya han recibido en abundancia, están obligados a aplicar la pomada terapéutica que en forma de esfuerzo, trabajo, ahorro, probidad y sacrificio les liberará de sus desdichas. Si insisten en ignorar la naturaleza de sus dificultades y pretenden continuar viviendo su jolgorio sin fin a costa de los demás, les aguardan décadas de pobreza y de desgracia que no habrá Banco Central Europeo ni FMI ni Eurogrupo ni abrazo del oso ruso que pueda evitar.