«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

No es igual, pero nos da la razón

6 de diciembre de 2013

Si algo se publica en el diario El País y encima lo dice un reputado socialista, como Alfonso Guerra, las voces críticas se acallan y nadie es capaz de utilizar la fácil descalificación para demonizar el mensaje. Lo ha dicho Alfonso Guerra y no yo: si Artur Mas convoca una consulta soberanista cometerá una ilegalidad gravísima y sólo quedará como salida aplicar el artículo 155 de la Constitución, lo que conllevaría –anoto yo– la suspensión total o parcial de la autonomía catalana. Sin embargo, quienes llevamos sosteniendo que esa es la opción que se debe aplicar ante el desafío secesionista hemos sido tachados por ello de extremistas o antidemócratas.

 

Con palabra distinta, Alfonso Guerra nos ha dado la razón al afirmar que el derecho a decidir es de todos y no sólo de una parte, porque dentro de la legalidad vigente, si es que se pudiera poner a votación la continuidad de España como nación, a todos nos corresponde pronunciarnos. Aunque cabría recordar que España no es solo nuestra, es también de los que nos precedieron y de los que vendrán.

 

Nos ha dicho Alfonso Guerra algo que algunos hemos explicado públicamente: que en realidad el Estado de las Autonomías ha derivado en un Estado Federal. Entre otras razones porque la tanda de nuevos estatutos, aprobados por unos y otros, por nacionalistas, populares y socialistas, ha proclamado miniconstituciones que, en muchos casos, de aplicarse en toda su extensión provocarían enormes tensiones territoriales y choques internos; aunque ahora esas tensiones estén circunscritas al ámbito presupuestario y controladas por la necesaria contención del déficit público producto de los años del despilfarro autonómico. La diferencia es que nosotros estimamos que ese Estado Federal en el que vivimos es tan costoso como incompetente.

 

La perla final es que reconoce que el error, la génesis del problema secesionista, de la expansión totalitaria del nacionalismo a que nos enfrentamos, está en el seno de la Constitución y en el pacto constitucional, porque se cedió ante los nacionalistas en la creencia de que con un caramelo se podían contentar cuando se les daba la llave de toda la tienda. Error de los hombres de la Transición que hemos acabado pagando todos los demás. Pero cuando advertíamos de que esa sería la desembocadura lógica del dislate se nos tachaba de agoreros de la catástrofe, ultras o fascistas.

 

Eso sí, Alfonso Guerra advierte de que no se puede corregir la Constitución, que no es conveniente abrir un proceso reformista. Entre otras razones porque bien pudiera resultar que la reforma acabara volatilizando, como una mala pesadilla, el Estado de las Autonomías y restaurando algo esencial: la soberanía plena de la nación española.

 

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