Tras el resultado de las últimas elecciones en Irán muchos comentaristas occidentales se han apresurado a celebrar el gran avance de los partidarios del Presidente Rohani y del ex-Presidente Rafjansani, calificados como “moderados” o “reformistas”. De acuerdo con esta lectura de los comicios en la teocracia iraní, el revés sufrido en las urnas por los candidatos del Ayatolá Supremo Jamenei, marca un período esperanzador en el que se producirán avances sociales, un mejor reconocimiento de los derechos humanos y crecimiento económico. Se trata de una lectura de estos acontecimientos tan superficial como perjudicial para los verdaderos intereses del pueblo de Irán.
En Irán, de entrada, no hay elecciones democráticas dignas de tal nombre, sino un simulacro que en realidad consiste en la lucha por el poder de dos facciones dentro del régimen, la de los fundamentalistas hostiles a muerte a Occidente y la de los pragmáticos deseosos de hacer negocios y enriquecerse gracias al levantamiento de las sanciones subsecuente a la firma del acuerdo nuclear. Ambos grupos quieren mantener la dictadura religiosa imperante y la regla del Líder Supremo, así como la represión de cualquier tipo de oposición, la aplicación literal de la sharia y la discriminación de las mujeres. Hay que saber que en Irán los integrantes de las listas electorales son filtrados por un organismo, el Consejo de Guardianes, formado por seis clérigos designados por el Ayatolá Supremo y seis juristas designados a su vez por el mismo Jamenei. Estos doce censores cuidan de que los aspirantes a diputados o a miembro de la Asamblea de Expertos, encargada de elegir o deponer al Líder Supremo, sean todos fieles adherentes al régimen y dentro de esta restricción lo más afines posible al Ayatolá Jamenei. Por consiguiente, no existen verdaderos moderados, todos son de la cuerda, con la única diferencia de su pertenencia a uno u otro bando, algo así como en el franquismo, donde había falangistas, tecnócratas y monárquicos, pero todos entusiastas del sistema dictatorial.
Ningún auténtico opositor puede ni siquiera soñar ser candidato en las elecciones, entre otras razones, porque o bien se encuentra en la clandestinidad para protegerse o en la cárcel o en el otro mundo tras haber sido colgado. Incluso los simpatizantes de Rohani o Rafsanjani son seleccionados cuidadosamente por el Consejo de Guardianes para eliminar a los más activos o carismáticos que pudieran representar una molestia para los fundamentalistas. Un factor adicional que los medios occidentales no mencionan es que además del Consejo de Guardianes, un Comité Especial de cuatro personas nombradas por Jamenei directamente, en el que se sientan su Jefe de Gabinete, el Comandante General de la Guardia Revolucionaria, el Secretario del Consejo de Guardianes y el Comandante de la Guardia Revolucionaria de Teherán, someten las listas aprobadas por el Consejo de Guardianes a un segundo escrutinio aún más severo para acabar de limpiarlas de cualquier asomo de disidencia por mínima que fuera.
El Líder Supremo, a la hora de borrar nombres de las candidaturas, se ve sometido a un dilema. Si liquida por completo a los adscritos a la facción “moderada” aumenta las tensiones internas dentro del régimen y puede provocar una ruptura traumática en su seno y si abre demasiado la mano se le pueden subir -nunca mejor dicho- a las barbas. Por eso, deja pasar los suficientes y lo suficientemente inofensivos como para no romper la baraja sin debilitar demasiado su propia autoridad.
La nueva composición del Parlamento, con un significativo incremento de los leales a Rohani y Rafsanjani, y una Asamblea de Expertos algo más escorada hacia el lado “reformista”, indica una posición más ventajosa de los pragmáticos frente a los radicales, con más oportunidades para las empresas europeas y americanas para obtener contratos, pero los recursos que entren no servirán para aliviar las duras condiciones de vida de la población ni se aflojará la opresión de los opositores, las mujeres, los homosexuales y las minoría étnicas o religiosas. La horca seguirá funcionando a pleno rendimiento, los calabozos llenos y las torturas al orden del día. Y, por supuesto, el dinero continuará fluyendo hacia Hezbolá, Assad y las milicias chiítas que masacran a los indefensos civiles sunitas en Siria e Iraq.
La cacareada victoria de los llamados moderados no es, pues, otra cosa que un reajuste de fuerzas en el interior de un implacable régimen dictatorial cuyo parecido con la democracia es absolutamente ilusorio.