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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Indiferencia ante la tragedia de los inmigrantes

16 de octubre de 2013

Las trágicas noticias sobre los naufragios en el Mediterráneo de personas inmigrantes y refugiados políticos en estas últimas semanas, han puesto sobre la mesa un reto complejo de afrontar en Europa y en el mundo que, España e Italia sufren en primera fila. ¿Quiénes son estas personas que se juegan la vida para intentar entrar en Europa? Aunque estamos hablando en este suceso de personas procedentes de la costa de Libia, realmente hablamos de personas procedentes de todo el Norte de África y también de países subsaharianos.

Las personas que emigran son personas valientes, no se quedan resignados a un futuro sin esperanza como muchos de los que les rodean. Son personas que tienen que ahorrar durante mucho tiempo –de hecho sus familias ahorran con ellos para apoyarles– pues, si tienen éxito en su reto migratorio, esperan que luego la familia se beneficie de ello. Y no pensemos que es mucho dinero lo que consiguen ahorrar, es lo justo para pagar al intermediario que prepara el barco con el que cruzar a las costas europeas.

Ante esta nueva tragedia el Papa Francisco ha dicho que siente vergüenza y que, le preocupa la indeferencia que podemos sentir ante la desigualdad y la desgracia de estas personas. ¿Somos indiferentes en Europa?, ¿tenemos razones para ello?.

La realidad es que el norte y el sur estamos más necesitados los unos de los otros de lo que creemos. No es sólo que todas las personas seamos igualmente dignas, que lo somos, si no que, además, nos necesitamos. Podremos decir desde la sociedad desarrollada: “No les hemos llamado” pero, no es verdad.

–Cuando nuestras economías crecen, y faltan trabajadores, les llamamos.

–Cuando en nuestras familias, no tenemos quien pueda ayudarnos a cuidar de nuestra casa, de nuestros hijos, de nuestros enfermos y nuestros mayores, les llamamos.

–Cuando la vida nos sonríe y tenemos riqueza material suficiente, queremos que trabajen para nosotros y que lo hagan cobrando poco.

–Cuando les conocemos y encontramos en algunos de ellos otros valores (la importancia de la familia, la alegría de vivir, el amor a su cultura, el espíritu de sacrificio, la espiritualidad), queremos que se queden con nosotros y aprender de nuevo a vivir.

No podemos ser indiferentes, debemos sentir tristeza ante esta desgracia y, comprometernos con ellos. Es verdad que, también generan problemas y tensiones, pero y sin ellos ¿no las tenemos también? Hemos de reconocer lo que la ciencia repite: aportan valor a la economía y a la sociedad. Y hemos de pensar cómo querríamos ser acogidos si nos encontrásemos nosotros en su lugar.

Si analizamos las políticas de la Unión Europea en relación con la inmigración, observamos que hay una tensión entre las políticas de seguridad de las fronteras (coordinada por la Agencia Frontex), y los mensajes a favor de la integración social entre todos los ciudadanos europeos y los residentes procedentes de países de fuera de la UE. Podríamos afirmar que hay más políticas proteccionistas que de solidaridad. De hecho, en 2009 se aprobó una directiva que define las expectativas europeas con la inmigración: creación de la tarjeta azul para la atracción de trabajadores extranjeros altamente cualificados. Esta medida está en consonancia con la Estrategia de Lisboa para lograr una Europa más competitiva.

Recordemos que la UE en su Comunicación del 03/06/2003 reconocía “el papel de fuente de enriquecimiento cultural y social de la inmigración, sobre todo porque contribuye al espíritu emprendedor, la diversidad y la innovación”, para a continuación afirmar que “las ventajas económicas y sociales de la inmigración, sólo podrán aprovecharse si se alcanza un mayor grado de integración de los inmigrantes: la UE debe afrontar el reto de la integración de manera global”. Este reconocimiento del papel social positivo de la inmigración se refuerza en el análisis que se hace por la Comisión Europea en el Libro Verde sobre la inmigración económica de 2005, en el que se manifiesta la prioridad por asegurar el empleo de los autóctonos, a la vez que se reconoce una crisis de natalidad importante por la que, se calcula que será necesario atraer a 20 millones de trabajadores extranjeros en las próximas décadas para poder afrontar la actividad económica propia de los países de la UE. Pero, ¿debemos limitar este análisis a una cuestión económica?

Sabemos que no debemos limitar nuestra respuesta a un refuerzo de la vigilancia de la costas, que hay que hacerlo, ni a colaborar más al desarrollo de los países de donde proceden los emigrantes y los refugiados, que hay que hacerlo también, sino que, también, debemos buscar una política común en la UE donde se defiendan los derechos de todas las personas: las autóctonas y las que entran en relación con nosotros, los ciudadanos de los países de la UE y, que queden claras las políticas y los valores de Europa. Quizás detrás de este problema, está una pregunta importante por responder: cuál es la identidad de la UE.

*Miguel Osorio García de Oteyza es director de Cátedra de Inmigración de la Universidad Francisco de Vitoria.

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