«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Inquisición feminista

26 de noviembre de 2013

La Historia desmiente el tópico de que las leyes responden a las necesidades sociales. Más bien es al revés. Primero se diseña una ley y luego se crea artificialmente una necesidad para justificarla. Ejemplo, el aborto. Se inventaron las largas colas a Londres para encajar a martillazos la ley despenalizadora. El mecanismo vale lo mismo para un roto que para un descosido.

Véase la Ley de Violencia de Género… no podían dejar que la realidad les estropeara una ley, sobre todo si ésta partía de un prejuicio dogmático: la violencia es consustancial al varón. Una dirigente feminista llegó a proponer que se le concediera a la violencia de género el mismo tratamiento que al terrorismo.

Era mentira la ley y es mentira que sea eficaz. El Partido Socialista la presentó como el bálsamo de Fierabrás, pero desde que entró en vigor hace ocho años no ha bajado sustancialmente la cifra de asesinatos, como tuvo la osadía de decir hace unos meses Toni Cantó. Cantó fue fusilado al amanecer… pero la cifra de asesinatos aumenta.

Habría que preguntarse si esta Ley no sirve porque se basa en presupuestos ideológicos equivocados. Por ejemplo, el feminismo radical, que se sustenta en dogmas como el de Andrea Dworkin (“Toda cópula es una violación”), con no menos inquietantes corolarios jurídicos (…luego el hombre es culpable o está bajo sospecha). Lo que persigue el feminismo radical no es la igualdad, sino la revancha. Aplica la lucha de clases marxista a las relaciones hombre-mujer y pretende derribar al varón del Palacio de Invierno. La Ley de Violencia de Género asume el discurso feminista al establecer una pena extraordinaria para el hombre en los casos de maltrato doméstico.

Una cosa es poner coto al drama de las mujeres maltratadas –brutalidad que exige justicia–, y otra muy distinta, elaborar una ley que no sólo no soluciona el problema, sino que genera otros nuevos. Pero los neo-Inquisidores se niegan a aceptar realidades que son parte de la naturaleza humana desde la noche de los tiempos, como por ejemplo el matrimonio. Y van a por él.

Quizá por eso les escuece Cásate y sé sumisa, de Costanza Miriano, libro que, en clave divertida y pelín gamberra, subraya una obviedad: que la mujer fue el motor oculto y fecundo de la Historia, y que perdió ese poder, cuando salió de su quicio para convertirse en juguete roto a rebufo de la demagogia feminista. Juguete roto en manos del varón, que se frota las manos con la liberación de la mujer. Lo cierto es que el hombre y la mujer no van solos a ninguna parte, porque han sido hechos el uno para el otro. Esta obviedad, vieja como el ser humano, es la clave del libro. Pero hasta la pepera Ana Mato le hace el juego a los nuevos Torquemadas con la pretensión totalitaria de desempolvar la censura, al pedir que lo retiren. Le pierden las ansias por sacarse, de una vez, las oposiciones a progre.

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